2. Reche de Elche

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Las risas se fueron apagando como un fundido a silencio. Sus bocas también fueron recobraron una postura más normal, haciendo que las comisuras de sus labios quedaran rectas. Se miraron de nuevo, y un cosquilleo bailó por los cuerpos de ambas. No se habían imaginado así, y tampoco que se conocerían de aquella extraña forma. A Natalia le pasó por la cabeza una imagen de ella contándole a sus nietos la curiosa historia de cómo conoció a su abuela.

—Mira, me siento mejor al saber que no le he dado plantón a nadie—comentó Reche, para suavizar el momento.

—Bueno, ya ves—soltó Natalia—. Y que María no me va a echar la bronca. Seguro que si le cuento esto me dice que es un montaje de los míos para librarme de la cita.

—Vaya... así que eres de las que se escaquean—pinchó la rubia, que se acercó un poco más. Natalia tragó saliva al ver cómo sus blancas piernas se rozaban con la tela de sus pantalones favoritos—. Tranquila, no voy a comerte, pero si eres mi cita... —rio.

—Ya, ya—contestó titubeante—. Por cierto, soy Natalia.

—Alba Reche—contestó ella, y le asestó dos besos en las mejillas. Ambas se respiraron, y sus sentidos del olfato se marearon por un instante. La morena abrió los ojos sin poder evitarlo. No se lo esperaba. La chica notó su nerviosismo, y rio por dentro. No quería que pensara que se estaba cachondeando de ella.

—Y... ¿eres de por aquí? —preguntó, esta vez sin temblar.

—No, soy de Elche—contestó—. Pero vivo aquí desde hace unos meses.

—Alba Reche de Elche. Reche de Elche. De Elche, la Reche—jugó con los sonidos Natalia, improvisando un gracioso rap. La rubia estalló en carcajadas, haciendo que la morena se muriera de gusto. Nunca una voz le había provocado esas sensaciones tan electrificantes. La ronquera y sequía con las que sus palabras salían de su boca la tenían completamente perdida—. Eres una imbécil.

Natalia le contó que ella era de Pamplona, pero que vivía en Madrid desde los 18, cuando empezó a estudiar Filología Hispánica por amor a la escritura y la poesía. Le contó mucho sobre ella, más de lo que solía hablar con desconocidos. Pero es que aquella mujer que le imponía también tenía la capacidad de relajarla, de hacerla sentir como en casa. Cuando María le habló de ella, jamás se imaginó abriéndose con tanta facilidad.

—Pareces una chica muy interesante—apuntó la rubia, acariciándole el muslo—. Yo estoy un poco perdida, la verdad. Terminé bachillerato con tanto cansancio que decidí ponerme a trabajar antes de estudiar una carrera. Y la verdad, no me gustaba nada lo suficiente como para condenar 4 años de mi juventud—ambas rieron—. Así que nada, eso, trabajo en la cooperativa de unos amigos de mis padres.

Ahora era Natalia quien daba un paso: acarició con disimulo la pulsera que llevaba en el brazo que terminaba en su muslo. Alba sonrió involuntariamente, y se dio cuenta de que llevaban unos segundos en un silencio menos incómodo.

—Deberíamos intentar que nos sacaran, ¿no? —propuso la rubia. Natalia aprovechó que iba a soltar su brazo para rozar sus dedos con la piel de la valenciana, y se levantó. Su cabeza le gritó que no se apartara nunca de aquella suavidad extraterrestre, pero no quería parecerle una rara.

—¡Socorro! —chillaron, golpeando la puerta con energía. Llevaban más de media hora encerradas en aquel ascensor, aunque ellas no sabían ni el tiempo que había transcurrido. No tenían reloj, ni posibilidad de alcanzar uno. Rendidas de nuevo al no ser escuchadas, se sentaron en el suelo

—Vaya cita desastrosa—comentó Natalia.

—¡Oye! ¿No me digas que no te lo estás pasando bien? —ironizó Alba, haciendo que su acompañante riera—. Habrá que entretenerse con algo, ¿no? —preguntó.

Malasaña - (1001 Cuentos de Albalia)Where stories live. Discover now