20. Lisboa

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El poder de crear. Eso era lo que Alba sentía ante un lienzo blanco como el que tenía delante. Se sentía la reina y diosa dentro de esas cuatro esquinas, porque era el único lugar que le pertenecía en todos los sentidos. Empezó a salpicar pintura hasta que obtuvo un cielo de naranjas y amarillos. Luego cogió otra brocha diferente y la sumergió en un bote negro. Trazó el contorno de lo que podría ser una capital. Muchos rascacielos hundidos en un amanecer con tintes apocalípticos o románticos, según se viese.

Alba dio un par de pasos hacia atrás para contemplar la pintura. Torció el gesto y su coleta se inclinó con ella. Le falta algo... no voy a terminar el portfolio nunca.

Lienzos blancos y otros pintados ocupaban la mayor parte de la pequeña habitación de Alba. Lo único que había hecho durante la semana era pintar, trabajar, descartar cuadros, y pintar. Se había propuesto crear un portfolio para solicitar una beca en una prestigiosa Escuela de Arte de Madrid, una de las que Natalia había buscado para ella. Entre las casi veinte posibles carreras y grados, era la opción que más le había gustado. El programa que ofrecían y las salidas la convencieron, pasándose casi una noche en vela investigando.

—¿Quién es? —contestó ofuscada a un número oculto tras limpiarse las manos llenas de salpicones.

—Hola, Albi—inconfundible. La voz dulce de Natalia le provocó una sonrisa automática.

—¿Qué haces llamándome en oculto, idiota? —preguntó risueña.

—Porque así puedo oír tu sonrisa ante la sorpresa—contestó. Alba rodó los ojos—. ¿Sigues con el portfolio?

—Sí. Acabo de terminar un cuadro. ¿Qué tal tu examen? —Alba oyó un resoplido detrás de la línea—. Seguro que apruebas, dramática.

—No sé, ya veremos—suspiró—. Oye, pero no me distraigas que yo quería preguntarte algo.

—Perdón, perdón—bromeó, haciéndose la ofendida.

—¿Me acompañarías a Lisboa? —sonó nerviosa—. Me han cogido para un intercambio literario—dijo sonriendo, aunque su gesto Alba lo pudo adivinar sin ni siquiera mirarla—. Es este finde, la noche del viernes. Saldríamos ese mismo día por la mañana y volveríamos el domingo.

—¿Qué es eso del intercambio literario, Nat?

—Pues un encuentro entre jóvenes escritores de Portugal y España. Mandé un texto y... parece que les ha gustado.

—Si es que eres... —suspiró, sintiendo un aluvión de orgullo—. Pues... tengo que ver los gastos. Si voy a estudiar el año que viene tendré que dejar de...

—Yo lo pago, Albi—la interrumpió.

—No, de eso nada.

—Que sí. ¿Quién tiene que ir al intercambio? —rebatió. Alba resopló, resignándose disgustada. Odiaba depender de los demás, tener que aceptar invitaciones. Su sueldo en la cooperativa le daba para poco, pero nunca se permitía esos lujos. Para ella era más un apuro que un regalo.

Cuando colgó se quedó un rato mirando el cuadro que acaba de pintar. Se mordió el labio. Era precioso. Debía de ser menos exigente con ella misma y aprender a valorarse un poco más. Creer en su talento, en ella misma. Algo que había dejado de hacer hacía mucho tiempo, entregándose a una rutina desgastadora que la arrastraba sin darle nada a cambio. Era hora de que fuera ella quién tomara las decisiones, quién recuperase los sueños que adormeció por creer que eran aspiraciones inalcanzables. Fue a repasar también los que había hecho durante la semana, y se ilusionó como una niña al ver lo bien que estaban quedando. ¿Cómo me he podido pasar tanto tiempo sin pintar?

Malasaña - (1001 Cuentos de Albalia)Where stories live. Discover now