16. Una estúpida canción de amor

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Próxima estación: Sol.

En mitad del metro, agarrada a una de las barras del techo y dejándose golpear por todo tipo de cuerpos y mochilas, Natalia repasaba el poema que había escogido para el recital. Un hombre enchaquetado y con mirada por encima del hombro le golpeó a propósito con el maletín, ella levantó la vista un segundo y luego volvió a su papel.

-Nat, deja eso ya, tía, mira que eres cansina. Te lo sabes de pe a pa-bufó la Mari para luego lanzarle una mirada de desesperación a Marta al ver que la poeta la ignoraba. La malagueña soltó una carcajada. Como si no la conociésemos...

Conforme se acercaban a la sala donde tenía lugar el recital, los nervios de Natalia iban aumentando. En lugar de exteriorizarlos, se los guardaba con recelo. Sus manos eran un océano de sudor y miedo, mientras que su vista cada vez se inclinaba más al suelo. Marta y María intentaban seguir el ritmo acelerado de sus pasos.

-Cariño, vamos con dos horas de antelación. Deja de correr, por favor, que me llevas ahogá'-rogó Marta.

-Lo siento... es que... estoy nerviosa-sonaba temblorosa, haciendo un gran esfuerzo por pronunciar cada palabra. En ese instante su móvil vibró dentro de su chaqueta de cuero roja. Miró la pantalla y el rostro se le iluminó. Frenó su carrera en seco y sus amigas la observaron sorprendidas.

-Una tregua-dijo María sacando la lengua y encorvando su cuerpo. Estaba agotada. Natalia, ensimismada en la pantalla, sonreía cual estúpida para luego escribir algo y guardarlo de nuevo.

-¿Alba? -preguntó Marta.

-¿Qué? ¿Cómo lo sabes? -preguntó Nat extrañada, haciendo una mueca de desconcierto que hizo reír a sus amigas.

-Mira el charco-señaló el suelo. Natalia lo miró y luego se rio avergonzada. Había caído en la trampa. María le chocó la mano a Marta. Les encantaban chinchar a la navarra.

-Ha salido ya de trabajar y viene hacia aquí. Quiero decir, hacia la sala-corrigió con su dicción nerviosa. Dio dos palmadas para animar a sus inseparables compañeras y echaron a andar.

El local estaba tranquilo. No había mucho movimiento, eso calmó el miedo escénico de Natalia. Las tres se sentaron en una pequeña mesa circular muy cercana al escenario, robando una silla de más para Alba.

-¿Unas cerves? ¡Voy yo! -se levantó antes de que llegase a sentarse María. Marta y Natalia se miraron tras una carcajada. Típico.

Entre bromas y viejas anécdotas, los minutos pasaban y los botellines se iban vaciando. Las dos amigas hacían todo lo posible para mantener la mente de Natalia fresca y tranquila, relajada. Cada dos por tres le daban escalofríos de pensar que tendría que subirse al pequeño escenario que había en la sala. Apenas se elevaba dos palmos del suelo. Un fondo de luces entremezcladas y un pie de micro en el centro. Lo había ojeado mil veces, intentando retener toda la información que pudiese servirle cuando le tocara subir. Qué distancia mantendría con el micro, hasta qué altura tendría que elevar su pie para no tropezar al subir o bajar, qué diría cuando terminase.

-¡Nat! -Marta dio un golpe en la mesa que hizo que se asustase, pero sirvió para bajarla a la tierra.

-Pues eso, que llevo dos meses sin la regla.

-¿Qué dices, Mari? -la cara de Natalia se descompuso. Sus pulsaciones se aceleraron más de lo que ya estaban.

-¿Ves? ¡No te enteras de nada! -rio María. La navarra se enfadó, manifestando su malestar cruzando los brazos y mirando con poca aprobación-. Tía, es que estás muy ida.

-Joder, es que estoy muy nerviosa. Me duele la barriga-dijo, toqueteándose el septum con inseguridad-. Y te has pasado con la bromita. Me has asustado-se quejó sacando de nuevo el papel arrugado donde había escrito su poema.

Malasaña - (1001 Cuentos de Albalia)Where stories live. Discover now