30. Lo siento, te quiero

4.8K 221 10
                                    

Un pañuelo cubría sus ojos impidiéndole disfrutar de un paisaje muy especial: el mar. Un mar en calma bajo un cielo azulado. Natalia rodeaba a Alba por la cintura, siendo sus ojos, susurrándole en el oído cuando debía parar y cuando debía girar.

—Huele a playa, Nat.

—Estamos en Ibiza... eso no te da ninguna pista.

—Mh...ya, claro. ¿Un picnic en la arena?

—No—río Natalia pensando en que podría haber sido perfectamente una de sus ideas romanticonas—. Deja de intentar averiguarlo y camina más rápido que se nos va a hacer de noche.

—No puedo, me da miedo.

—Confía en mí.

—Ya lo hago—susurró, acariciando las manos que usaban su cintura de timón.

—Cuidado con la farola—bromeó Nat, y Alba frenó en seco, provocando que el pecho de la otra chocara con su espalda de forma violenta—. Era coña, pero holi—sonrió Natalia, aprovechando el acercamiento para dejar un largo y sonoro beso en la mejilla de su novia.

—Eres tonta... —rio sonrojada, derritiéndose en aquel precioso gesto.

Tardaron un buen rato en llegar a su destino: Alba no había conseguido andar más rápido por mucha confianza que depositara en su chica. Es por el instinto de supervivencia, le repetía a Natalia cada vez que la animaba a acelerar. Y la otra rodaba los ojos maldiciendo el momento en que se le ocurrió sorprenderla así.

—¡Tu barco! —exclamó emocionada cuando Natalia le quitó el pañuelo de los ojos.

—Bienvenida al yate Lacunza, señorita Reche—carraspeó de forma seria, y Alba soltó una carcajada agarrando con entusiasmo la mano que le ofrecía ella.

Entraron juntas en la embarcación. El barco no era muy grande, pero sí elegante. Era blanco, y el suelo de madera clarita. Nada más entrar se encontraba una zona de descanso: unos sillones en esquina que contaban con una pequeña mesa en el centro. Después de este se encontraba la cabina, que disponía de otro par de sofás, y la zona de mandos, sin olvidar las escaleras que bajaban al único camarote del barco.

—Te voy a enseñar mi sitio favorito, ven—susurró Natalia cuando Alba miraba con curiosidad el timón. Tiró de ella, y le indició que subiera por unas escalerillas acopladas a la pared exterior de la cabina y que daban a la zona más alta del barco. No era muy espaciosa, pero sí impresionable. Había dos tumbonas del mismo color del yate desde las que se podía observar la inmensidad del mar en altura.

—Joder, Nat, es increíble—alucinaba Alba con cada rincón de aquel lujoso capricho que no muchas personas se podían permitir. Ella incluida.

—Y la proa, la proa es genial—le dijo, señalando desde lo más alto del barco la parte delantera de la cubierta: una cama en la que bien podrían caber 6 personas ponía el broche final a la presentación de la embarcación de su familia.

—Y... ¿tú sabes llevar esto?

—Sí, me saqué la licencia cuando cumplí los 18.

—O sea, que sabes manejar un barco, pero no un coche...

—Es que no me compares, Alba...

—Es mucho más fácil conducir un coche, cariño—rio ella al recordar la cantidad de botoncitos que había junto al timón.

—No creo. En el mar vas prácticamente solo, y en el coche tienes que estar pendiente de que un loco no se te cruce y te lleve por delante.

—Punto para ti—reconoció Alba con un suspiro.

Malasaña - (1001 Cuentos de Albalia)Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz