12. El mar, un faro y las estrellas

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La mirada duró más de lo que ninguna de las dos había podido soportar hasta la fecha. Por un momento el mundo se detuvo. El mar dejó de sonar, las estrellas detuvieron su parpadeo, y la luz del faro se quedó estática sobre el horizonte. Alba seguía sentada a horcajadas sobre la cintura de Natalia, quien sonriente, mantenía su frente pegada a la de la rubia. El rostro dulce e inocente de la navarra se fue tornando a uno más serio. Alba notó el cambio: se entendían sin diccionarios. La chica acopló sus manos al cuello de Natalia, haciéndole saber que no estaba en casa, que estaba a salvo. La morena respondió cerrando los ojos y dejando que su boca recibiera con gusto los labios lentos de Alba. Confío en ti, pensó al notar el sabor de la joven mezclándose con el suyo.

Se separaron tan despacio como sus bocas se habían entregado, y se miraron en un efímero segundo de tiempo. Los besos de Reche descendieron en un camino imaginario hacia el cuello a la vez que el cuerpo que los recibía se erizaba por completo. Las manos ahora temblorosas de Natalia se abrieron paso entre la sudadera y la camiseta para acariciarle la piel de su espalda. Alba sonrió en uno de los pequeños besos que dejaba en el cuello de la joven al sentir el tembleque de unos dedos fríos.

—Albi...

—Tranquila, cariño—susurró, agarrándola de la mandíbula y clavando sus ojos en los de ella. La tumbó en la manta que las separaba de la arena y se colocó sobre la joven, cubriendo su boca de nuevo. Natalia sintió una punzada en el pecho. Ya sabe que es tu primera vez, no tengas miedo. Es Alba.

La valenciana notó sus nervios, provocándole una sonrisa cargada de ternura. Está hecha un flan, pobrecita. Dejó que todo su peso cayera sobre la frágil morena para luego besar su mejilla hasta alcanzar el lóbulo de su oreja.

—Si quieres que pare, pararé—le prometió. Natalia asintió repetidamente mientras sus manos reaccionaban por fin para jugar con el pelo de la rubia. Esta sonrió ante el gesto y fundió sus labios con los de Lacunza. Levantó su cadera sutilmente para que sus manos iniciaran una procesión desde su pecho hasta el bajo vientre—. Esto sobra, ¿verdad? —preguntó, tirando de su labio inferior y de la prenda. Natalia volvió a asentir reiteradamente, atrapada por un nervio latente. Alba se deshizo con destreza de la camiseta, dejándola con la parte superior del bikini a su vista. Besó el pecho de la chica sin apartar la mirada de su cara, esperando captar cada reacción en su rostro. No quería perderse nada de aquel momento. Mordió el filo del bañador y tiró de él, haciendo que Natalia abriera los ojos sorprendida. Vale, vale, vale... inspira, expira, inspira... —. ¿Me ayudas?

Alba tiró de la chica para sentarla bajo sus caderas. Natalia se desató los nudos de la parte superior de su traje de baño, haciendo que cayera entre las dos. La rubia admiró sus pechos en silencio, haciendo que las mejillas de la navarra tomaran un color cálido. Esta quiso acabar con eso, muerta de la vergüenza. Tiró de la cremallera de la sudadera de Alba, y después la retiró con torpeza. Seguidamente, la rubia levantó sus brazos para facilitarle la salida de la siguiente prenda. Natalia hundió sus labios en el pecho de la valenciana, bajándolos lentamente hasta alcanzar el hueco que se abría entre sus dos senos. Al llegar ahí, dejó salir la lengua de su boca para lamerla. Alba se mordió el labio sin ocultar las ganas que tenía de sentirla. Abrazó su cabeza con las manos, acariciándole el cabello como tantas veces había hecho. Luego sujetó con firmeza sus mejillas para atraerlas a su cara, y se fundieron en un beso profundo y embriagador. Natalia envolvió el cuerpo de la joven con fuerza, con ansia, con pasión, haciendo que toda su piel entrara en contacto con la suya, provocando el suspiro de ambas.

La brisa del mar las alcanzaba cada vez que una ola rompía contra la arena, pero no la sentían. Ya no sentían nada que no fuera un deseo por encontrarse y desencontrarse, por ganarse y perderse. Alba tiró de los pantalones cortos que llevaba la navarra, sacándolos de un solo tirón. Verás que risa cuando tenga que quitárselos yo, pensó ella, completamente roja. La rubia besó el interior de su muslo derecho, volviendo a desatar esa mueca de pánico y gusto que no paraba de reflejar el rostro de la otra. Continuó hacia su sexo, aumentando la profundidad con la que besaba su pierna y haciendo que los espasmos nerviosos e involuntarios de Natalia se multiplicasen en intensidad.

Malasaña - (1001 Cuentos de Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora