11. Polvo de estrellas

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El olor a café recién hecho y un regusto a pan quemado despertaron los sentidos de Natalia, que inmóvil desde que cayó rendida, se desperezó algo mareada. Alba acarició su cabello desde el otro lado de la cama, jugando divertidamente con los mechones más rebeldes.

—¿Alba? ¿Qué...? ¿Qué pasó? —se miró el pijama confundida. La chica la miró riéndose, mientras la otra, desconcertada, sacudía su cabeza.

—¿Qué no pasó? —bromeó. A Natalia se le encendieron los mofletes imaginándose lo que no era—. ¡No, no! —se sonrojó ella también—. ¿No te acuerdas de nada, nada?

—Fui al cumpleaños de Marta... —comenzó a recordar—. Luego había un embudo... ¿Yo encima de un contenedor? —al acordarse hundió su cabeza bajo las sábanas. Alba tiró de estas con su dedo hasta ver el ojo escondido de Nat—. Qué vergüenza.

—Oye... que no pasa nada—le restó importancia—. ¿Quién no se ha emborrachado alguna vez?

—¡Yo! —exclamó—. Si yo me habré bebido dos copas de ron cola en toda mi vida.

—¿Y qué tal la experiencia? —se burló. Natalia suspiró—. ¿Quieres salir de ahí, fantasmilla?

—No puedo ni mirarte a la cara—soltó, saliendo de su escondite para darle la espalda a Alba y mirar por la ventana. La chica se levantó con media sonrisa y la abrazó por detrás, dejando un par de besos en su camiseta—. Siento mucho que hayas tenido que aguantarme.

—La verdad es que estabas de lo más graciosa—rio—. ¡Albaaaa! ¡Ven a por mí...! —imitó. Natalia rodó los ojos, separándose de su cuerpo. Se sentía mal con ella misma. ¿Cómo pude formar tal escándalo? ¿No podía regresar con Marta y ya está?

—Debes de estar agotada... Joder, Alba, lo siento—volvió a disculparse, más enfadada aún que antes—. No me gusta que hayas descubierto esta cara de mí que ni siquiera yo conocía... —bufó, dándole un bocado a la tostada quemada que había preparado para ella. Se sentó sobre la mesa de costado.

—Eh, no te me pongas intensita—la frenó—. No pasa nada, de verdad. No voy a juzgarte—la tranquilizó. Un silencio las calmó mientras disfrutaban de un imperfecto desayuno. Natalia la miraba de otra manera aquella mañana. Alba supuso que se sentía avergonzada por su comportamiento, y que tenía que hacer algo para hacerla sentir mejor—. Vale, hagamos una cosa—se quedó pensativa—. Yo he descubierto esta cara oculta de ti... —rodó los ojos repitiendo sus palabras—. ¿Qué tal si yo te presento otra cara oculta de mí? Estaremos igualadas.

—¿Tienes secretos oscuros? —frunció el ceño Natalia sin mucha confianza y tragándose una pastilla contra su resaca.

—No te voy a confesar que soy asesina—bromeó, limpiando la boquera de café que había dejado la taza en la boca de la navarra—. Pero puedo enseñarte algo de mí que casi nadie conoce—el rostro de Nat se fue limpiando, recobrando la luz y la ternura que siempre habían tenido. Poco a poco sus labios irguieron una tímida sonrisa a la vez que asentía nerviosamente. Alba se mordió el labio—. ¿Tienes algo que hacer en los próximos tres días?

—Fin de semana libre... y bueno, el lunes tengo clase...—se encogió de hombros—. Saltable.

—Coge una maleta y mete de todo. Nunca se sabe con la primavera—le indicó rápidamente, dando un buche que dio por finalizado el café—. No tardo—dejó un efímero beso en los labios de la navarra para luego marcharse sin dar mayor explicación.

—Está loquísima—dijo con un tono irresistible y lanzándose a la cama muerta de amor. Un WhatsApp la hizo reaccionar: Y bikini!

De nuevo en el descapotable de Joan, las chicas disfrutaban de la velocidad del aire en sus rostros. En la radio sonaba Insoportable, de El Canto del Loco, canción que no se privaron de gritar a viva voz para sorpresa de algunos coches de carriles vecinos.

Malasaña - (1001 Cuentos de Albalia)Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ