5. Las reglas del amor moderno

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Un olor a churros y chocolate atravesó por completo los sueños de Alba, quien ante tal olor corrió hasta Joan para abrazarlo. El chico rio por la reacción, mientras le deseaba los buenos días. Los dos desayunaron entre sus bromas de siempre, mientras una María que se frotaba los ojos sobrepasaba esa planta en el famoso ascensor. Aporreó el 5ºA sin obtener respuesta, y como la paciencia no era su fuerte, subió hasta la azotea para coger la llave escondida de Natalia.

—Cómo coño era... Vamos a ver, Mari, céntrate—se decía mientras revolvía todos los libros que hacían de mesa—. Verde... verde... verde... ¿este? —repetía, eligiendo distintos lomos y sacándolos. Al darse de cuenta de su error, los lanzaba hacia atrás. Fue amontonándolos por el suelo hasta que la madera que había arriba comenzó a caerse hacia un lado por la falta de equilibrio—. ¡Mi puta madre! —exclamó enfadada. Apartó esta y siguió en ese embrollo hasta dar con el adecuado—. Crónica de una muerte anunciada—leyó el título y se pegó por haber olvidado un nombre tan curioso como aquel. Cogió la llave y ordenó aquello sin mucho cuidado. Los dispuso de forma que mantuvieran la estructura, a pesar de estar salidos y doblados por las esquinas—. A tomar por culo.

Bajó los escalones de dos en dos hasta llegar a la casa de su amiga. Entró despacio en el dormitorio y sonrió al ocurrírsele una de sus ideas. Se metió en la cama, abrazándola de espaldas, y le agarró un pecho. Natalia reaccionó con un escalofrío. María rio, acercándose a su oreja.

—Soy Alba, he venido a darte tu desayuno—susurró. Vio cómo Nat se giraba hacia ella con una sonrisa inocentona y comenzó a descojonarse en su espalda. La chica acabó despertándose ante tal jaleo.

—¿María? —empezaba a tomar conciencia—. ¿Qué haces aquí? —la rubia seguía muerta de risa, con dos lagrimones que caían por su cara—. Joder, a saber qué me has hecho para que estés así...—sin darle mucha importancia, acostumbrada a las bromas estúpidas de su amiga, se largó a la cocina para preparase el desayuno—. ¡Y coge la llave solo para emergencias, idiota! —le regañó.

La chica se recuperó de su ataque de risa y se unió a su compi en la cocina. Le pidió una "tostadita de las que me gustan, ya sabes", y Natalia sonrió. Aquella tipa era su mejor amiga a pesar de las enormes diferencias que había entre ellas. Cuando se conocieron se llevaban a matar, pero acabaron convirtiéndose en uña y carne. El profesor de literatura de primero de carrera las había obligado a trabajar juntas en un proyecto que duró todo un año. Los primeros meses fueron horribles. Natalia se cargó la mayoría de la responsabilidad, hasta que estalló contra María, que, avergonzada por su comportamiento, se disculpó y acató órdenes. Juntas hacían más, y su trabajo acabó siendo uno de los mejores de la clase siendo calificado con matrícula de honor—. Bueno... ¿no piensas contarme nada de anoche? Te noté muy flipada.

—Para no estarlo... ¡Alba es un amor!

—Qué pronto te has encoñado—se puso seria.

—A ver, no—se sonrojó—. Pero... ha surgido algo, lo sé. Esas cosas se sienten... ¿sabes?

—Que se te han caído las bragas, que el papo te da palmas... —movía la cabeza María mientras le ofrecía un amplio abanico de posibilidades para describir sus sentimientos. La morena rodó los ojos ante la brutalidad de su amiga. No se podía hablar con ella.

—No, tío... es que... fue muy fuerte. No todo salió como piensas.

—Empieza a largar ya o te rompo los dientes—amenazó. Natalia abrió mucho los ojos hasta que la Mari le sonrió haciéndole saber que era una bobada de las suyas.

—Resulta que salí de casa y me quedé encerrada en el ascensor.

—¿¡Llegaste tarde!? —preguntó sorprendida, pues conocía muy bien la puntualidad inglesa de su fiel colega.

Malasaña - (1001 Cuentos de Albalia)Where stories live. Discover now