14. Agridulce

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Besos sonrientes y risas espontáneas, cosquillas juguetonas y gritos en son de paz. Alba y Natalia disfrutaban de su mañana sin prisas, sin el ritmo de la ciudad, sin el estrés de la vida moderna. Lo único que importaba en aquel fin de semana eran ellas y su deseo por conocerse más, por probar y descubrir a dónde les llevaría su unión aun sin etiqueta, sin que este fuera siquiera un motivo por el que pararse a pensar.

—Mi recién estrenada... —vaciló Alba al sentir las manos de la morena deslizarse sin pudor por la parte más baja de su espalda—. No me has dicho nada todavía.

—¿Sobre qué? —paró en seco a la altura de sus caderas, masajeándola con gusto.

—Sobre lo que hicimos anoche—sonrió a quemarropa, desestabilizando todavía más a la joven y tímida Natalia, quien hacía lo posible por no bajar la mirada a esos pechos descubiertos que tenía delante.

—Estuvo muy bien—rio encogiendo su nariz—. Me sentí genial contigo—susurró la última palabra—. Aunque aún siento restos de arena por el cuerpo...

—Y yo tengo la espalda llena de pintura por culpa de una graciosa—rio con ella para luego besarla con cariño, poniendo especial cuidado en acariciar los labios con los suyos. Continuó con esa delicadeza rodeando su cuello y poniéndose de rodillas frente a una Natalia sentada a lo indio, quien al notar la invasión de un cuerpo pequeño pero matón, deshizo su enredo y se dejó tumbar hacia atrás. La mecha no tardó en estallar bajo sus pantalones. Había estado toda la noche descontrolada, aguantándose las ganas mientras repasaba aquella espalda suave y deseable con sus dedos. Aceleró aquel beso tan cargado de amor que le estaba regalando Alba, convirtiéndolo en un laberinto con una única salida completamente contradictoria: la extinción de las llamas a base de más fuego.

—Alba... —pronunció su nombre con un tono tan sexual que hizo que la rubia se ruborizara por primera vez ante ella.

—Alguien está un poco... —no pudo dejó terminar la frase. Toda su boca se vio absorbida por unos labios impacientes que acababan de conocer el placer del sexo—. Caliente.

—Es que... —no trató de explicarse. Y aunque lo hubiese intentado, no lo hubiera conseguido. Sus piernas y su mente solo querían una cosa. Y lo querían ya. Alba estaba asombrada ante la necesidad imperativa de esas manos ansiosas y esa boca que la poseía. Le costaba creer que aquella Natalia era la misma que escondía su cara tras su primera borrachera—. ¡No!

—¿Qué pasa...? —Alba retiró su mano de aquel centro demandante ante la negativa de la morena.

—Quiero probar otras cosas—sonrió con los ojos vidriosos de deseo. La rubia entendió sus palabras y procedió a desnudarla con la misma impaciencia con la que la había besado anteriormente y después se quitó el resto de su ropa bajo la ferviente mirada de su amante.

—Mirona—se rio, lanzándose a su cuello para arrancarle sin mucho esfuerzo un par de gemidos de la garganta. Se acomodó en el vientre firme de Natalia, pegando todo su sexo contra él y frotándose lentamente. Consiguió reconocer a la chica del ascensor al ver cómo su gesto de fiebre se transformaba en uno más atónito y sorpresivo. Los labios se le entreabrieron del susto y sus cejas formaron una curva que la enterneció. En aquel momento en que sus caderas ya empezaban a tomar las riendas de toda su razón, se prometió que siempre intentaría provocar aquella expresión en Natalia. Que nunca dejaría de sorprenderla. Que nunca permitiría que su lado más impresionable y entrañable desapareciese.

—Alba, estás preciosa—la forma y el momento en que se lo dijo, con esa insuficiencia respiratoria que casi le atasca las palabras, entró por los oídos de la rubia para convertirse en un aleteo de mariposas por todo su cuerpo. Las manos de la morena al fin reaccionaron, quedándose a vivir en sus caderas desenfrenadas. Las apretó más contra sus abdominales mientras se mordía el labio ante el contacto—. Puedo sentirte—le susurró agitada.

Malasaña - (1001 Cuentos de Albalia)Where stories live. Discover now