17. A oscuras

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Sus ojos brillaban en la oscuridad como dos perlas bajo el océano. Decían tantas cosas que Natalia no podía retenerlas todas. Analizaba esos destellos mientras dejaba pequeños besos por su cara. Alba respiraba todo el aire de la habitación haciendo que su pecho se inflara inquieto una y otra vez bajo el cuerpo suspendido de la morena. Las manos de Nat, algo cansadas tras el primer asalto, rodearon con extrema delicadeza la nuca rapada de la chica. Ella sonrió al instante manteniendo su boca entreabierta para aumentar las reservas de oxígeno.

—Estás preciosa, Albi—susurró para morder su barbilla después. Ella soltó una risilla nerviosa que acabó con sus manos en las caderas de la otra. Movió sus dedos dejando pequeñas caricias que despertaron el lado más tierno de Natalia. Su cara se transformó por completo, alisando sus duras facciones, arrugando la nariz y alargando sus comisuras hasta formar una sonrisa perfectamente recta.

—Menuda tonta—suspiró Alba, que volvía a tener aire suficiente para hablar. Natalia frunció el ceño simulando un corto enfado que acabó en cuanto los labios de la rubia se posaron en los suyos. Sin apenas esfuerzo, disfrutando del roce más inocente, Alba los repasó de un extremo a otro. Natalia la miraba embobada dejándose mimar por ella, obviando que su cuerpo perdía tensión, aplastando el de Alba. La chica sonrió al notarlo y deshizo el agarre de sus caderas para rodearle la espalda y apretarla aún más—. Me encanta que me aplastes.

—Y a mí—sonrió, siendo ella la que ahora dominaba el beso. Sus manos, que seguían en la nuca de Alba, subieron para engancharse a la forma de su cara y, alzando la parte superior de su cuerpo, apretó lo más que pudo sus labios a los de la rubia. El largo pico acabó transformando sus morritos en una sonrisa deformada.

—Ven aquí—susurró sensualmente Alba, levantando su pierna para hacer que dieran un giro completo. Ahora era ella la que estaba arriba, contemplando los ojos abiertos y sorprendidos de Natalia—. Además de que me aplastes, me encanta aplastarte. Y que seas una cagada. Eso también—se burló. La morena se sonrojó al darse cuenta de lo expresiva que era, incapaz de guardarse ni una sola emoción delante de ella.

Alba siguió riéndose con pequeñas carcajadas ahogadas en besos por su cuello. Natalia se tensó y la otra, que captó el mensaje en seguida, suavizó la forma en que sus labios absorbían su piel, y acarició su oreja con una de sus manos. Sabía que eso la calmaba. La rigidez de la morena se fue perdiendo poco a poco, volviendo a parecer un ser humano normal y corriente y no un bloque de hielo. Sus manos, antes posadas completamente inmóviles en las lumbares de Alba, comenzaron a acariciar el bajo de su espalda.

—Nat—la llamó desde sus pechos, descansando la cabeza entre ellos mientras los besaba alternativamente.

—Di...me—balbuceó sin atreverse a mirarla, volviendo a su rigidez. Alba sonrió y escaló formando un hilo de besos y saliva hasta su boca. Introdujo la lengua sin ni siquiera acercar sus labios. Natalia volvió a hacer su mueca de terror: ojos abiertos y cejas alzadas.

—Voy a hacerte el amor toda la noche.

Alba volvió por el reguero de saliva por el que había venido y mordió con deseo el cuello de Natalia, que gimió al instante. Sus piernas se cerraron de golpe y separó a la rubia aguantándole los hombros.

—Es por lo que pasó en Elche, ¿verdad? —preguntó Alba con los ojos temblorosos—. Desde que volvimos no me has dejado acercarme...

—Albi, es que no me gusta que te frustres—suspiró ella—. No quiero aburrirte... solo quiero que disfrutes.

—Amor, también disfruto haciéndotelo. Es igual de placentero, o más—explicó, apoyando su cabeza en el pecho de Natalia.

—¿Me has llamado amor? —preguntó en un hilo de voz. Alba rio tímida, pero no le contestó a eso. No quería que se desviaran del tema.

Malasaña - (1001 Cuentos de Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora