10. Jagger

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Cuando el primer amor te llega es difícil ver por la ventana sin que todo se vuelva luminoso. Un filtro se instala en tu mirada y mente, provocándote cosquillas y sonrisas involuntarias cuando la imagen de tu enamorada se te presenta por sorpresa. Natalia caminaba dando saltos como si fuera Heidi por los Alpes, cuando realmente estaba cruzando el barrio de Malasaña bajo las miradas atónitas de los presentes.

—¡Que tenga un buen día! —saludó a una anciana embobada ante tanta energía. La morena nunca se había enganchado tanto a alguien. Tuvo alguna novia en su adolescencia rebelde, pero jamás podría compararlo con el terremoto interno con el que debía convivir desde que se topó con la frescura de Alba.

—¡Has venido! —Marta la abrazó sorprendida—. Tía, te amo, en serio. Pensé que no te iban las fiestas—dijo apresuradamente. Su dicción nerviosa y acelerada era una de las cosas que más le gustaban a Nat.

—Bueno, es tu cumpleaños... —rodó los ojos—. Lo que tengo que hacer por ti.

—Illa, qué guapa estás. Enséñame a hacerme el eyeliner ese tan bien. A mí siempre se me corre pa' el lao'.

En una explanada lejana a la gran capital, los coches empezaron a llegar formando un círculo de música y baile que empezaban a inquietar a la tímida Natalia.

—Tía, si estás incómoda puedes irte, eh—la avisó Marta en el oído.

—Estoy bien, estoy bien—mintió. La verdad es que se sentía como pez fuera del agua. A pesar de no ser un sitio cerrado y lleno de humo como había esperado, los altavoces fuertes, las bebidas rulando y los cánticos burdos conformaban para ella un entorno hostil y del que no quería formar parte.

—¡Natalia! ¡Natalia! ¡Natalia! —empezó a corear un grupo dirigiéndose a una acomplejada joven con manos en los bolsillos y cabeza baja. Los chicos, compañeros de su clase, la acorralaron en el medio y trajeron un embudo.

—¿Qué hacéis? —trató de defenderse, sacudiendo sus manos—. ¡Marta! ¿dónde estás?

Los veinteañeros ignoraron la resistencia de la navarra, colocándole el embudo y derramando una botella de ginebra en la garganta de la víctima. Tragó como pudo hasta que la tos hizo que los inconscientes frenaran. Marta vio el espectáculo desde lejos y acudió al rescate.

—¡Gilipollas! ¡Dejadla! —espantó a sus amigos, agarrando a Natalia y sentándola en el interior de uno de los coches. Estaba a punto de llorar—. Cariño, lo siento, son idiotas. ¿Te han hecho daño?

—No, no—balbuceó aun asustada por el sobresalto—. Solo estaban... integrándome. ¿Qué me han metido?

—Ginebra—contestó, acariciando el rostro de la joven.

—Pues está asquerosa—confesó, quitándole el chupito de Jagger a su amiga y bebiéndoselo de una vez—. Esto está mejor.

—¡¡Natalia!! —gritó—. Dios mío, que eso está muy fuerte y tú no estás acostumbrada a beber.

Marta resopló durante un buen rato observando a su colega. Desde luego se había buscado los peores invitados para su fiesta. Era nueva en la ciudad desde el año anterior, pues como había hecho la navarra, se había trasladado a Madrid para estudiar Filología Hispánica. Tenía pocos amigos todavía, amigos de verdad. Así que rellenó aquella reunión con compañeros de clase a los que apenas conocía para celebrar el cumpleaños.

—¿Te encuentras mejor? —quiso saber. Le preocupaba la mirada algo perdida de Nat.

—No estoy segura—dijo, luego rio un poco.

—¿Ya estás así? Joder—se quejó—. Voy a pedir un uber y te acompaño a casa—Natalia asintió conforme sin enterarse muy bien de la película. El alcohol empezaba a hacer estragos. Tenía una muy temprana relación con las bebidas de ese tipo y esa noche tampoco había cenado gran cosa.

Malasaña - (1001 Cuentos de Albalia)Where stories live. Discover now