28. Mar de azúcar

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Los besos de Alba recorriendo su templado cuello le sirvieron como despertador.

Entre el mundo real y el de los sueños, Natalia notaba la calidez de unos labios estampándose una y otra vez de forma dulce sobre su garganta. La rubia presionaba lentamente su boca contra esa piel tostada, apartándose después de cada beso para volver a empezar. La sonrisa de la receptora de aquel buenos días inmejorable fue creciendo cada vez más, mientras que la de Alba permanecía ancha y traviesa desde que empezase con aquella maniobra.

—Bon día, Albi—susurró, acariciando su espalda de forma cariñosa. La aludida repitió la frase a la vez que subía hasta su mejilla para someterla al mismo tratamiento de amor que a su cuello.

—Qué preciosa que eres, joder.

—Albi...

—¿Es que tú te has visto? Hasta por la mañana estás increíble. Mírate qué ojeras—admiró, acariciando las cuencas sombrías que adornaban esos ojos sin secretos para ella, algo hinchados después de una noche revoltosa.

—Albi, jo—murmuró, avergonzándose con los párpados cerrados. Nunca había sabido reaccionar a los cumplidos, limitándose siempre a mirar a otro lado y sonreír tímidamente.

—¿Te puedo comer? —bromeó, mordisqueando el cachete derecho de su chica sin ni siquiera oír la respuesta.

—Ay, para...

—Nu.

—Bebé... —rio, abrazándola con determinación. Sus pieles completamente desnudas se besaron.

—Mira quién va a hablar...

—Albi... calla, jo, que quiero besarte bien—le rogó, mirando sus labios humedecidos que tan deseables le resultaban.

—Los bebés no besan—vaciló.

—Yo no soy ningún bebé—se quejó con la voz más aguda e inocente que pudo poner, y Alba soltó una gran carcajada que dio por concluido el tonteo mañanero.

Mordiéndose el labio por el cosquilleo que Alba le despertaba cada vez que se reía de aquella forma, Natalia se quedó mirándola fijamente pensando en la suerte que había tenido. Ni en sus mejores sueños había imaginado encontrar a alguien como Alba. Alguien que encajara tan bien y tan armónicamente con ella y con su vida.

—Qué seria te has puesto—murmuró Alba, sentándose sobre el abdomen de Nat. La morena arrastró una comisura hacia arriba recuperando su gesto amable—. ¿Tu no querías besarme?

—Siempre—susurró, acariciando sus muslos, que se hacían hueco a los lados de su largo cuerpo. La rubia dobló su espalda hasta besarla despacio, deteniéndose en cada movimiento que hacía. Natalia apretó los dedos, endureciendo las caricias de sus piernas.

—Anoche... —soltó una pequeña risa.

—¿Qué pasó anoche? —arrugó la nariz Natalia, despertando los recuerdos de la cena, la piscina, la escalera, y... —Uf. Lamentable.

—¿Lo de quedarnos dormidas en nuestra primera noche de vacaciones o lo de perseguirnos con un consolador?

—Alba, tía.

—A mi no me llames tía que soy tu novia.

—Alba, novia.

—Imbécil—rio, mordiéndole el labio de forma juguetona y tumbándose de nuevo sobre ella, reajustando la posición de sus piernas. Las manos de Natalia se adaptaron al cambio posándose de forma peligrosa en las nalgas de su novia—. ¿Continuamos por donde lo dejamos?

—Eh... —tembló.

—Va, amor, he hecho un largo viaje para esto... —susurró sensualmente, mordiéndole la nariz.

Malasaña - (1001 Cuentos de Albalia)Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum