13. Azul marino

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Disfrutaron de la playa por unas horas más: cenaron, rieron, pasearon. Luego, subidas en aquel pedazo de descapotable, volvieron a la casa de Alba, la de toda la vida. Y eso se podía ver en la habitación, que aun conservaba detalles de su infancia. Un osito de peluche en la estantería, el papel celofán de conejos que dividía la pared en dos mitades, una foto de la orla de infantil. Natalia observó el marco con una sonrisa. Era terriblemente preciosa. Quiso viajar en el tiempo para aplastarle los mofletes a la Alba de 5 años.

La rubia salió de la ducha con la toalla enredada en su cuerpo.

—Ya puedes entrar—sonrió. Natalia se perdió en la gota de agua que descansaba sobre dos de sus pestañas. Quiso ser esa molécula por un segundo para estar lo más cerca posible de los ojos más bonitos que han existido jamás—. ¡Nat!

—Sí, sí—salió del embobamiento. Alba se mordió el labio. Aquella chica iba a acabar con ella.

Estaba muy caliente. El agua. Y ella. No sabía por qué, pero mientras aquel chorro chocaba con su piel de forma casi agresiva, su cuerpo se encendió recordando el momento de la playa. Aun tenía restos de arena por el cuerpo, pero le daba igual. Solo quería acabar con ese baño para volver a hacerlo. Una sonrisa maliciosa apareció por su gesto inocente creando una maravillosa antítesis. Dulzura y sexualidad.

—¿Me pongo el pijama? —se preguntó al espejo completamente empañado—. Sí, sí, que me lo quite—se avergonzó de su propia risa—. Quiero que me desnude—quitó la vista rápidamente de sí misma por pudor, vistiéndose con rapidez, sin apenas secarse. Lagunas de humedad se formaron al entrar en contacto la piel mojada con la tela de su conjunto. Le dio igual. Necesitaba sentirla, necesitaba volver a hacerle el amor. Necesitaba probar cosas nuevas, descubrirse con ella.

Hambrienta y caliente, salió del baño buscando guerra. Pero Alba tenía otros planes. Cuando Nat llegó a la habitación, la cual seguía iluminada por aquella lámpara con forma de orejas de gato, se encontró a la rubia tirada en la cama como si le hubieran dado un disparo. Solo llevaba unos pantalones finos y largos con florecillas rosas. Estaba boca abajo, en diagonal, ocupando casi toda la cama individual. En su mano derecha tenía la camiseta del pijama hecha una bola, mientras que en la izquierda sujetaba el móvil, aun encendido, sin mucho agarre. Natalia se mordió los nudillos. Mierda. No puede ser. Se ha quedado sobada. Joder, anoche seguro que no durmió nada con mi borrachera y hoy se ha metido seis horas de coche y... Sonrió sin atreverse a decirlo. Se acercó curiosa. Su espalda desnuda la cautivó desde el marco de la puerta. Necesitaba verla desde más cerca, rozarla, besarla durante toda la noche. Apagó la luz y tuvo que subirse a la cama por el final de esta, ya que uno de los laterales estaba pegado a la pared y el otro lo ocupaba Alba, cuyos pies colgaban muy cerca del suelo.

Le quitó la prenda que sostenía en la mano y la lanzó a la silla con acierto. Luego sacó el móvil de su mano sin esfuerzo. Estaba colgando prácticamente. Vio que hablaba con Pablo, y no pudo evitar echar un vistazo.

Le hasss comido ya el conio o estai esperndo al matrimoñiooooo???

No exactamente (emoticono de la luna)

*Una foto muy movida de Pablo y María con los brazos al cielo*

Pero cuentaaaaaaaaa

Illaaaaaaaa

No me deje en visto que te rajo

Encima de que os juntamo

Tendras poca verguensssssaaaaaa

Natalia se sonrojó con una sonrisa pudorosa mientras bloqueaba el teléfono. Clavó su rodilla en el colchón blandengue para poder superar el cuerpo de Alba y dejar el smartphone en la mesilla. Después trató de tumbar bien a rubia en la cama. Hacer que sus piernas ocuparan el colchón y no volaran. Lo hizo despacio, aunque sin evitar que la chica soltara un quejido gracioso que enseguida la cautivó. Intentó acomodarse en el reducido espacio, encogiendo las piernas para que no sobresalieran por fuera. Alba tenía toda la almohada para ella, obligándola a posar su cabeza en el colchón, a la altura de su torso. Natalia lo miraba con deseo. Levantó su mano izquierda para acariciar esa espalda que la llamaba a gritos. Recorrió su columna vertebral con sus yemas desgatas por las cuerdas metálicas de su guitarra. Apenas tenía sensibilidad en ellas, pero no le importó. Podía sentir cómo su cuerpo se erizaba solo de pensar que aquella espalda estaba bajo sus dedos. Sin apenas moverse, porque estaban muy cerca, pegó sus labios al costado irresistible y desnudo de Alba. Lo besó con especial lentitud, dejándose embriagar por el aroma de coco que el gel había dejado en su piel. Si supieras las ganas que tengo de que me hagas el amor no te habrías dormido ni habiendo tenido insomnio durante un mes...

Malasaña - (1001 Cuentos de Albalia)Onde histórias criam vida. Descubra agora