32. La inspiración

5.1K 246 14
                                    

Volver de nuevo a la rutina es un drama para muchos. Se acabaron las vacaciones, el tiempo libre, dormir durante horas... pero Natalia supo anclarse bien a los horarios y a las responsabilidades. Asumió el fin del verano con alegría. Y es que la joven se moría de ganas por trabajar en su libro, al cual dedicaba casi todo el tiempo libre que la universidad le dejaba.

Pero para Alba no iba tan bien. Como ya le confesó a Natalia, la falta de inspiración en el arte la tenía muy triste. Perdida. Quería recuperar cuanto antes el amor por sus pinceles, esos que ahora resistían al abandono en el fondo de un cajón.

—Alba, cariño, ¿cómo estás? —le preguntó su madre por teléfono.

—He tenido días mejores. Semanas. Meses. Años.

—Ya estás en modo dramática—rio la Rafi—. ¿Qué pasa? ¿Te has peleado con la niña?

—¡No! ¡No es eso! Con Natalia está todo bien.

—Eso, tú a la millonaria átala bien.

—¡Rafi!

—¿Qué? Quiero lo mejor pa' mis nietos.

—Eres única.

—Y tú también. ¿Me quieres contar ya qué te pasa? Te estás escaqueando.

—Pero si eres tú la que me enredas... ¡Tendrás morro! —bufó sorprendida—. Es que desde que me denegaron la beca... No me sale dibujar. Me bloqueo.

—Ay... ¿Y por eso estás así?

—Ya sé que a ti te parecerá una tontería, pero para mí es importante.

—Cariño, no le digas eso a tu madre. Para mí todo lo que te pase es importante—explicó entre suspiros—. A ver... ¿por qué no intentas pintar algo que te inspire? Un paisaje que te guste mucho. Vente a casa y vamos un día a la playa.

—Pf, mamá... pero si estuve ahí cuando vine de Ibiza—rio—. ¿Ya me echas de menos?

—Siempre, Alba...

—Luego me dices dramática... ya sé yo de dónde lo he sacado.

—Ay, Alba, hija. Cómo hilas, ¿eh?

—También lo saqué de ti—rio, vacilando a su madre como tanto le gustaba.

Llamar a Elche siempre le hacía bien. Tenía una relación muy buena con sus padres y su hermana. Nunca les ocultaba nada, y los consideraba su mayor apoyo. Sabía que siempre estarían ahí para ella. Si tenía un mal día en el trabajo, o si la falta de inspiración le amargaba la existencia. Pero también les contaba las alegrías: el amor que encontró en Natalia, lo divertido que era su compañero de piso, o lo genial que era Joan.

Y aunque el consejo que le había dado su madre era más una estrategia para traerla de vuelta a casa que para ayudarla... Alba se lo quedó en la memoria. Masticándolo concienzudamente. Igual podía servirle. Igual podía tirar por ahí. Algo que me inspire... que me guste mucho.

Recorrió la ciudad durante días. Buscó paisajes urbanos, naturales. Edificios altos, parques repletos de vida. Pero Alba siempre acababa rompiendo el boceto. Nada le parecía suficiente. Todo mal, nada bien. Y en una de esas tardes en las que estaba harta de patearse el centro de Madrid en busca de una musa, sus pies y pinceles la llevaron hasta el porterillo del edificio 21 de la Corredera Baja de San Pablo, en el barrio de Malasaña.

—Nat, soy yo, ¿me acoges?

—No conozco a ninguna "yo".

—Idiota...

—Sube—rio.

Y una vez llegó a su piso, llamó al timbre y volvió al ascensor.

—¿Albi? —la buscó extrañada tras abrir la puerta.

Malasaña - (1001 Cuentos de Albalia)Where stories live. Discover now