Prólogo

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McKinney, Texas
1990

A Katniss Everdeen las matemáticas le daban dolor de cabeza y leer le irritaba los ojos. Pero al menos cuando leía movía el dedo sobre las palabras que no entendía y se las podía saltar. Con las matemáticas, sin embargo, no podía hacer trampas.

Katniss escuchó los sonidos de sus compañeros de cuarto grado jugando fuera bajo el cálido sol de Texas.

Odiaba las matemáticas, pero especialmente odiaba contar todos esos estúpidos palos.

Para distraerse de las matemáticas, Katniss se puso a pensar en el té «rosa» que su abuela y ella disfrutarían después de la escuela. La abuela ya habría hecho los pastelitos rosados, y las dos se vestirían con chiffon rosa y pondrían sobre la mesa un mantel rosa con servilletas y tazas a juego. A Katniss le encantaban los tés rosa y se le daba bien servirlos.

—¡Katniss!

Prestó atención al instante.

—¿Sí, señorita?

—¿Te ha llevado tu abuela al médico para que te hiciera el examen del que hablamos? —preguntó la señora Noble.

—Sí, señorita.

—¿Y te a hacer las pruebas?

Asintió con la cabeza. La semana anterior, había tenido que leer para un doctor, contestar a sus preguntas y escribir historias.
Le había gustado lo de pintar, pero el resto había sido muy aburrido.

—¿Ya has acabado?

Katniss miró la página garabateada ante ella. Varias lágrimas manchaban el papel al lado de los palitos.

—No —dijo, cubriendo la hoja con la mano.

—Déjame ver lo que has hecho.

Katniss sintió el estómago revuelto.

La señora Noble tomó el papel de la mano y estudió los problemas de matemáticas.

—Lo has vuelto a hacer mal —le dijo con irritación —. ¿Cuántas veces vas a poner mal las respuestas?

Katniss miró por encima del hombro de la maestra la mesa donde había veinte pequeños iglús hechos con terrones de azúcar. Debería haber veintiuno, pero debido a su pésima caligrafía Katniss tendría que esperar a construir su propio iglú. Tal vez mañana.

—No lo sé —susurró ella.

—¡Te he dicho al menos cuatro veces que la respuesta al primer problema no es diecisiete! ¿Por qué sigues poniéndolo?

—No lo sé —había contado varias veces cada palito. Había siete en dos grupos y tres en el otro. Eso hacía diecisiete.

—Te lo he explicado repetidamente. Mira el papel.

Cuando Katniss lo hizo, vio que la señora Noble apuntaba al primer grupo.

—Este grupito representa diez —ladró, y puso su dedo a un lado—. Este otro representa diez más, y tenemos los tres palitos restantes a un lado. ¿Cuánto es diez más diez?

Katniss sumó mentalmente.

—Veinte.

—¿Más tres?

Hizo una pausa, contando para sí.

—Veintitrés.

—¡Sí! La respuesta es veintitrés. —La maestra le dio el papel—. Ahora ve a sentarte y termina los demás ejercicios.

De nuevo en su asiento, Katniss consideró el segundo problema de la página.

Tan pronto como sonó la campana que avisaba del final de la clase, corrió a casa.

Cuando entró por la puerta trasera y vio los pastelitos rosados en el mostrador. La cocina era pequeña, pero aun así era la habitación favorita de Katniss.  Olía a cosas agradables, como pasteles y pan, limpiador Pine Sol o jabón líquido.

La vajilla de plata estaba colocada sobre el carrito del té. Estaba a punto de llamar a su abuela cuando oyó la voz de un hombre proveniente de la salita. Esa habitación sólo se utilizaba cuando alguien muy importante visitaba a la abuela. Sin hacer ruido, Katniss se acercó por el pasillo.

—Su nieta no parece captar conceptos abstractos. Escribe algunas palabras del revés o simplemente no se le ocurre la palabra que quiere usar. Por ejemplo, cuando le mostré la foto de un picaporte, lo llamó «eso para entrar en casa». Sin embargo, identificó una escalera mecánica, una pala y la mayoría de los cincuenta estados — aclaró el hombre que Katniss reconoció como el doctor que le había hecho esas aburridas pruebas la semana anterior—. Lo bueno es que puntuó muy alto en comprensión —continuó el doctor—. Lo que quiere decir que entiende lo que lee.

—¿Cómo es posible? —preguntó su abuela—. Usa el picaporte todos los días y, hasta donde yo sé, nunca ha tocado una pala. ¿Cómo puede confundirse con las palabras familiares y sin embargo entender lo que lee?

—No sabemos por qué algunos niños padecen esa disfunción en el cerebro, señora Everdeen. No sabemos qué causa estas incapacidades, lo único que sabemos es que no tiene cura.

Katniss se apoyó contra la pared sin que la vieran. Le comenzaron a arder las mejillas, y se le hizo un nudo en el estómago. ¿Una disfunción del cerebro? No era tan estúpida como para no saber lo que quería decir ese hombre. Pensaba que era retrasada.

—¿Qué puedo hacer por mi Katniss?

—Quizá si le hacemos más pruebas podamos precisar dónde radica la mayor parte de las dificultades. Para algunos niños la medicación ha sido de gran ayuda.

—No le daré drogas a Katniss.

—Entonces puede matricularla en una escuela para señoritas —aconsejó el doctor—. Es una niña bonita y es probable que se convierta en una bella joven. No tendrá ningún problema en encontrar un marido que se ocupe de ella.

—¿Marido? Mi Kat sólo tiene nueve años, doctor.

—No pretendía ser irrespetuoso, señora Everdeen, pero usted es la abuela de la niña. ¿Cuántos años más cree que podrá ocuparse de ella? En mi opinión Katniss nunca será demasiado lista.

El nudo del estómago de Katniss comenzó a arder cuando retrocedió por el pasillo y salió por la puerta trasera. 

Estacionado en el camino de entrada había un Chevrolet El Camino que no lo había conducido nadie desde la muerte de su abuelo hacía dos años.

Una vez que estuvo sentada sobre el asiento del auto, colocó las manos en torno al frío volante y clavó los ojos en la insignia de Chevrolet.

Se le nubló la vista y tensó los puños. Tal vez su madre, Katia Jean, lo había sabido. Tal vez siempre supo que Katniss nunca sería demasiado brillante y por eso la había dejado en casa de su abuela para no volver nunca por ella. La abuela siempre decía que Katia Jean no estaba preparada para ser madre, y Katniss se había preguntado qué había hecho para provocar que su madre se fuera. Ahora lo sabía.

Katniss se dio cuenta de varias cosas, nunca conseguiría salir al recreo ni construir un iglú como el resto de la clase. Sus esperanzas de convertirse en enfermera o astronauta eran aspiraciones demasiado atrevidas, y su madre jamás volvería a por ella.

Los niños de la escuela se reirían de ella. Y Katniss odiaba ser objeto de burla.
Pero no iba a permitir que nadie se enterase nunca. Jamás permitiría que alguien descubriese que Katniss Everdeen tenía una disfunción en el cerebro.

Simplemente IrresistibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora