Capitulo 4.

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Peeta miró la servilleta. No sabía qué se suponía que era, pero como Katniss le había informado que había decorado la mesa basándose en la guerra de secesión suponía que era un sombrero. En medio de la mesa había extendido una fina capa de arena y conchas entre las herraduras de la suerte que Haymitch solía tener colgadas en la chimenea de piedra. Peeta no creía que a Haymitch le importara, pero por qué Katniss había puesto toda esa mierda encima de la mesa escapaba a su comprensión.
-¿Quieres un poco de mantequilla?
Él miró a los seductores ojos grises mesa y se metió un bocado de tortitas en la boca. Katniss Everdeen sería una coqueta incorregible, pero era una magnifica cocinera.
-No.
-¿Qué tal la ducha? -le preguntó, dirigiéndole una sonrisa.
Desde que él se había sentado a la mesa diez minutos antes, ella había hecho un gran esfuerzo para entablar conversación, pero él no estaba de un humor.
-Muy bien -contestó.
-¿Viven tus padres en Seattle?
-No.
-¿En Canadá?
-Sólo mi madre.
-¿Están divorciados?
-No. -El profundo escote de la bata negra atrajo su mirada como un imán.
-¿Dónde está tu padre? -le preguntó, mientras alcanzaba el zumo de naranja.
El escote se abrió todavía más, exponiendo el borde del sujetador y el suave montículo de piel blanca.
-Murió cuando tenía cinco años.
-Lo siento. Sé cuánto duele perder a un padre. Perdí a los míos muy joven.
Peeta levantó la mirada a su cara. Era bellísima. Curvilínea y suave, voluptuosa, hecha para hacer suspirar. Era exactamente el tipo de mujer que le gustaba tener desnuda y en la cama. Ya había aceptado el hecho de que no podría acostarse con Katniss. Eso no le molestaría si no fuera porque ella sólo «fingía» que no podía mantener alejada de él sus pequeñas y cálidas manos. Cuando le había dicho que no podían hacer el amor, su boquita había emitido un gemido de decepción, pero sus ojos habían chispeado de alivio. De hecho, nunca había visto tal alivio en la cara de una mujer.
-Fue en un accidente de barco -lo informó como si él le hubiera preguntado -: en la costa de Florida.
Peeta tomó un poco de bacón.
-Fue un milagro que no estuviera allí. Mis padres odiaban no llevarme con ellos, pero yo tenía varicela. Me habían dejado a regañadientes con mi abuela. Recuerdo...
Desconectando de sus palabras, Peeta bajó la vista al suave hueco de la garganta.
No era un hombre engreído, o al menos no creía serlo. Pero que Katniss lo encontrara tan «resistible», lo irritaba más de lo que le gustaba admitir.
-Pero la señora Lovett estaba tan fría como un congelador de esos de... -Katniss continuaba con la cháchara, y Peeta se preguntó cómo había pasado del tema de sus padres a los refrigeradores-... y lloraba de una manera muy vulgar... -Katniss hizo una pausa, su ojos grises centelleaban con animación-... ¡una sandwichera Hot Dogger! ¿Te lo puedes creer? ¡No sólo le regaló un electrodoméstico, sino que encima servía para cocinar salchichas!
Peeta reclinó la silla y estiró las piernas. Recordaba con claridad la conversación que había tenido con ella sobre su costumbre de divagar. Se dio cuenta de que ella no podía evitarlo. Era una coqueta y una charlatana incorregible.
Katniss se inclinó hacia delante. La bata se le abrió un poco más mientras le confiaba:
-Mi abuela solía decir que Margaret Lovett era tan vulgar como la tele en tecnicolor.
-¿Lo haces aposta? -le preguntó.
Los ojos de Katniss se agrandaron, curiosos.
-¿El qué?
-Exhibir tus senos delante de mis narices.
Ella miró hacia abajo, se enderezó y agarrando firmemente la bata se la cerró hasta la garganta.
-No.
Las patas delanteras de la silla de Peeta golpearon el suelo cuando se puso de pie. La miró fijamente a los ojos y cedió a la locura. Tendiéndole la mano, le pidió:
-Ven aquí. -Cuando ella se levantó y se detuvo delante de él, él le deslizó los brazos alrededor de la cintura y la apretó contra su pecho-. Voy a salir-le dijo, presionando sus curvas suaves-. Dame un beso de despedida.
-¿Cuánto tardarás?
-Un rato -contestó, sintiendo cómo su miembro aumentaba de tamaño.
Katniss se arqueó contra él y le rodeó el cuello con los brazos.
-Podrías llevarme contigo -ronroneó.
Peeta negó con la cabeza.
-Bésame y entenderás por qué.
Ella se puso de puntillas para hacer lo que le pedía. Lo besó como una mujer que sabía lo que estaba haciendo. Sus labios abiertos presionaban suavemente los de él. Ella sabía a zumo de naranja y a la promesa de algo más dulce. Lo acarició con la lengua, lo provocó y jugueteó con él. Le pasó los dedos por el pelo mientras le frotaba el pie contra la pantorrilla. Un ramalazo de pura lujuria recorrió el cuerpo de Peeta, calentándole las entrañas y poniéndolo tan duro como una piedra.
Ella era una autentica provocadora y él la apartó lo suficiente como para poder mirarla a la cara. Tenía los labios brillantes, su respiración era ligeramente irregular.
La luz brillaba en cada rizo sedoso y quiso enterrar los dedos en ellos. Sabía que debería irse. Darse la vuelta y marcharse. Pero volvió a mirarla a los ojos.
La falta de deseo de ella lo molesto. La agarró por la nuca, ladeó la cabeza y la besó con toda su alma, a conciencia. Mientras su boca se recreaba en la de ella, la llevó hacia atrás hasta que el trasero de Katniss tropezó con la vitrina de trofeos. El beso continuó imparable, Peeta le deslizó la boca por la mejilla y la barbilla. Sus labios se recrearon en el cuello, mientras le retiraba el pelo hacia la espalda. Cuando le deslizó la bata de seda por el hombro la sintió tensarse y se dijo que debería detenerse.
-Hueles bien -susurró en su cuello.
-Huelo a hombre. -Katniss- soltó una risita nerviosa.
Peeta sonrió.
-Paso mucho tiempo rodeado de hombres y créeme, cariño, no hueles a hombre. -Le deslizó la yema de los dedos bajo el borde esmeralda del sujetador y la besó en la piel suave de la garganta.
-Pensaba que no íbamos a hacer el amor.
-Y no lo vamos a hacer.
-¿Entonces qué estamos haciendo?
-Metiéndonos mano.
-¿Y eso no conduce a hacer el amor? -Ella le soltó los hombros y cruzó los brazos.
-Esta vez no. Así que relájate.
Peeta la izó con fuerza, levantándola del suelo. Antes de que ella pudiera objetar nada, la sentó sobre el borde de la vitrina, luego se metió entre sus muslos.
-¿Peeta?
-¿Hum?
-Prométeme que no me lastimarás.
Él levantó la cabeza y le escrutó la cara. Estaba muy seria.
-No te lastimaré, Katniss.
-Ni harás nada que no me guste.
-Desde luego que no.
Ella sonrió y le volvió a colocar las palmas de las manos en los hombros.
-¿Te gusta esto? -preguntó Peeta, subiendo las manos por la parte posterior de sus muslos y levantando la bata a su paso.
-Mmm-hum -contestó, entonces le lamió la oreja suavemente y le deslizó la punta de la lengua por el cuello-. ¿Y a ti te gusta esto? -preguntó ella contra su garganta. Luego le lamió la sensible piel con la lengua.
-Me encanta. -Él se rio quedamente. Le deslizó las manos hasta las rodillas, luego volvió a subirlas hasta que sus dedos tropezaron con el borde de la ropa interior -. Todo en ti es estupendo. -Peeta ladeó la cabeza y cerró los ojos. No podía recordar haber tocado a una mujer tan suave como Katniss. Le hundió los dedos en los muslos y se los abrió todavía más. Mientras la boca de Katniss le hacía cosas increíbles en la garganta, él deslizó las manos bajo la bata -. Tienes la piel suave, las piernas largas y un trasero precioso -dijo mientras la atraía contra su pelvis. El calor inundó su ingle y supo que si no tenía cuidado, podía hundirse en Katniss y quedarse allí un buen rato.
Katniss levantó la mirada.
-¿Estás burlándote de mí?
Peeta miró sus ojos claros.
-No -contestó, buscando el reflejo del deseo que él sentía sin encontrarlo-. Nunca me burlaría de una mujer semidesnuda.
-¿No crees que esté gorda?
-No me gustan las mujeres demasiado flacas -contestó con rotundidad, y movió la mano de la cadera a las rodillas y luego la subió otra vez. Una chispa de interés brilló en los ojos de Katniss y, por fin, un poco de deseo.

Simplemente IrresistibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora