Capitulo 7

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Katniss se desenrolló la toalla y la lanzó sobre la cama cuando oyó que en la sala las risitas de Prim se mezclaban con la voz de un hombre. La preocupación pudo más que el pudor. Cogió la bata de verano y rápidamente se la puso.
Prim sabía que no podía dejar entrar a los desconocidos en casa. Habían mantenido una conversación sobre eso el día que Katniss había entrado en la sala de estar y la había encontrado sentada con tres Testigos de Jehová en el sofá.
Recorrió a toda prisa el pasillo.
La reprimenda que pensaba echarle murió en su boca cuando se detuvo en seco.

El hombre que estaba sentado en el sofá junto a su hija no había venido a ofrecer la salvación divina.
Él levantó la mirada y ella se encontró mirando directamente a los ojos azules de su peor pesadilla.
Abrió la boca, pero no pudo decir nada.
-El señor «Muro» vino a firmar mis cosas -dijo Prim.
El tiempo siguió detenido mientras Katniss miraba los ojos azules que le devolvían la mirada.
Se sentía desorientada e incapaz de asimilar que Peeta Mellark estuviera sentado en el sofá de su salón, tan grande y apuesto como hacía siete años, como en aquella portada de revista que había visto en el supermercado, o como la noche anterior. Sentado en su sofá, al lado de «su» hija.
Se llevó una mano a la garganta y aspiró profundamente.
Peeta parecía fuera de lugar en su casa, como si no perteneciera allí. Lo que, por supuesto, era cierto.
- Primrose Everdeen -Al final recuperó la voz y miro a su hija-. Ya sabes que no puedes dejar entrar a los desconocidos.
Prim agrandó los ojos. Que Katniss usara su nombre completo era señal de que estaba en graves problemas.
-Pero... pero... -tartamudeó- mami, yo conozco al señor «Muro». Vino a mi cole, pero no pude traer nada a casa.
Katniss no tenía la más remota idea de qué hablaba su hija.
Miró a Peeta y preguntó:
-¿Qué haces aquí?
Él se levantó lentamente, luego se metió la mano en el bolsillo trasero de los descoloridos Levi's.
-Anoche se te cayó esto -contestó, lanzándole la chequera.
-No tenías por qué haberla traído. -Un ligero alivio le calmó los nervios.
Había venido a devolverle la chequera y no porque supiera lo de Prim.
-Tienes razón -fue todo lo que dijo. Su presencia viril invadía la habitación y repentinamente ella se volvió muy consciente de lo desnuda que estaba bajo la bata. Se miró y se tranquilizó al ver que estaba bien anudada.
-Bueno, gracias -le dijo, dirigiéndose a la entrada-. Prim y yo nos estábamos arreglando para salir y estoy segura de que tienes otras cosas que hacer. -abrió la puerta-. Adiós, Peeta.
-Todavía no - dijo entrecerrando los ojos, acentuando la pequeña cicatriz que le atravesaba la ceja izquierda-, no hasta que hablemos.
-¿Sobre qué?
-Tal vez podamos mantener esa conversación que deberíamos haber tenido hace siete años.
Katniss le respondió con suma cautela:
-No sé de qué me hablas.
Él miró a Prim que permanecía en medio de la habitación observando con interés a los dos.
-Sabes exactamente de «qué» quiero hablar -contraatacó.
Durante varios segundos se miraron fijamente. Como dos enemigos preparándose para la batalla.
Cuando Katniss habló, se dirigió a su hija.
-Cariño, ve a la calle y mira si Amy puede jugar contigo.
-Pero mami, no puedo jugar con Amy durante una semana porque le cortamos el pelo a la Barbie Sorpresa de mi cumple, ¿te acuerdas?
-He cambiado de idea.
Las rosadas botas vaqueras de Prim se arrastraron por la alfombra cuando se dirigió a la puerta. Cuando llegó a la entrada miró a Peeta por encima del hombro.
-Adiós, señor «Muro».
Peeta clavó la vista en ella durante algunos interminables segundos antes de curvar los labios en una leve sonrisa.
-Ya nos veremos, pequeña.
Prim se acercó a su madre y, por costumbre, frunció los labios.
Katniss la besó y se quedó con el sabor a cereza de la barra de labios.
-Vuelve a casa dentro de una hora ¿vale?
Prim asintió con la cabeza, luego atravesó la puerta y saltó los dos escalones de la entrada y luego cruzó la carretera hasta la casa de enfrente.

Katniss observó hasta que Prim entró en la casa del vecino, luego tomó aliento profundamente y cerró la puerta.
-¿Por qué no me contaste nada sobre ella?
-¿Contarte qué?
-No me cabrees, Katniss -le advirtió Peeta; su ceñudo semblante anunciaba la tormenta-.¿Por qué nunca me contaste nada de Prim?
Podía negarlo, podía mentir y decirle que Prim no era su hija.
Él podía creerle y marcharse, dejándolas solas de nuevo. Pero el fuego de sus ojos le advertían que no le creería.
-¿Por qué debería haberlo hecho? -le preguntó, reacia a admitir la verdad directamente.
Él señaló con el dedo la casa de enfrente.
-Esa niña es mía. Es mi hija -le dijo-. No lo niegues. No me obligues a demostrar mi paternidad porque lo haré.
Una prueba de paternidad acabaría con cualquier tipo de duda.
Katniss comprendió que no tenía sentido negar nada. Lo mejor que podía hacer era contestar a sus preguntas y sacarlo de su casa y, si todo iba bien, de su vida.
-¿Qué quieres?
-Dime la verdad. Quiero oírtela decir.
-Como quieras. -Encogió los hombros, tratando de aparentar que poseía una serenidad que no sentía-. Prim es tu hija biológica.
Él cerró los ojos y aspiró profundamente.
-Jesús-susurró-. ¿Cómo?
-Pues de la manera habitual -contestó ella secamente-. Pensaba que un hombre con tu experiencia sabría cómo se hacen los bebés.
Peeta clavó la mirada en ella.
-Me dijiste que tomabas anticonceptivos.
-Y lo hacía. -«Pero por lo que se ve no sirvieron para nada»-. Nada es seguro al cien por cien.
-¿Por qué, Katniss?
-¿Por qué, qué?
-¿Por qué no me lo dijiste hace siete años?
Ella se encogió de hombros de nuevo.
-No era asunto tuyo.
-¿Qué? -preguntó incrédulo, mirándola como si no pudiera creer lo que le estaba diciendo-. ¿Que no era asunto mío?
-No.
Cerró los puños y se acercó varios pasos a ella.
-¿Pariste a «mi» hija, pero crees que no era asunto mío? -Se detuvo a menos de medio metro de ella y frunció el ceño.
Si bien era bastante más grande que Katniss, ella lo observó sin parpadear.
-Hace siete años tomé la decisión que creí más conveniente. Y de cualquier manera, no hay nada que pueda hacerse ahora.
Él arqueó una de sus cejas oscuras.
-¿En serio?
-Sí. Ya es muy tarde. Prim no te conoce. Lo mejor será que te vayas y no la veas nunca más.
Él plantó las manos en la pared a ambos lados de su cabeza.
-Si crees que eso es lo que va a ocurrir entonces es que no eres una chica demasiado brillante.
Podía no darle miedo Peeta, pero estando así tan cerca resultaba intimidador.
Ese pecho ancho y esos gruesos brazos la hacían sentirse rodeada por completo de testosterona y duros músculos. El olor a jabón de su piel invadió sus sentidos.
-No soy una chica -dijo-. Puede que hace siete años fuera muy inmadura, pero no es el caso ahora. He cambiado.
Peeta entrecerró los ojos y su sonrisa no fue agradable cuando dijo:
-Por lo que puedo ver, no has cambiado tanto. Todavía estás muy buena.
Katniss luchó contra el deseo de cubrirse. Se miró y sintió cómo el rubor inundaba sus mejillas.
Las solapas de la bata se habían abierto hasta la altura del cinturón que ceñía la prenda, exponiendo una vergonzosa cantidad de escote y la parte superior de su pecho. Horrorizada, agarró rápidamente los bordes y cerró la bata.
-Déjala -aconsejó Peeta sarcásticamente-. Verte así es lo único que puede hacer que te perdone.
-No quiero tu perdón -le dijo, pasando bajo su brazo-. Voy a vestirme. Creo que deberías irte.
-Te esperaré aquí -prometió Peeta, observando cómo ella desaparecía por el pasillo. Entrecerró los ojos cuando notó el balanceo de sus caderas y el revoloteo de la bata alrededor de sus tobillos desnudos. Quería matarla.
Tenía una hija. Una hija que no conocía y que no lo conocía. Hasta el momento en que Katniss confirmó sus sospechas, no había estado completamente seguro de que Prim fuera suya. Ahora lo sabía y ese pensamiento le hacía hervir la sangre.
«Su hija». Contuvo el fuerte deseo de ir a la casa de enfrente y traer de vuelta a Prim.
Sólo quería sentarse y mirarla. Quería observarla y escuchar cómo hablaba.
Quería tocarla, pero sabía que no lo haría. Un rato antes, se había sentido grande y patoso sentado al lado de Prim.
«Su hija». Tenía una niña. Su niña. Notó que perdía los estribos y tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para volver a retomar el control.
Encima de la repisa había una serie de fotos de diferentes formas y tamaños. En la primera, había un bebé sentado sobre un taburete que se tocaba el ombligo con su regordete dedo índice. Estudió la foto, luego fijó su atención en las otras que mostraban diversas etapas de la vida de Prim.
Fascinado por el parecido con su hija cogió una foto pequeña de un bebé que empezaba a andar. Tenía el pelo sujeto en lo alto de la cabeza como un plumero, y los pequeños labios fruncidos como si estuviera a punto de dar un beso al fotógrafo.
Escuchó que una de las puertas del pasillo se abría y se cerraba. Se metió la foto en el bolsillo, luego se giró y esperó que apareciera Katniss.
Cuando ella entró en la habitación, notó que se había recogido el pelo en una coleta y se había puesto un suéter blanco. Una falda de vuelo le caía hasta los tobillos envolviendo esas largas piernas. También llevaba unas pequeñas sandalias blancas y tenía las uñas de los pies pintadas de color púrpura.
-¿Quieres un té helado? -le preguntó cuando llegó al centro de la habitación.
-No. Nada de té -. Tenía un montón de preguntas cuyas respuestas necesitaba ya.
-¿Por qué no tomas asiento? -lo invitó ella, señalando con la mano una silla con un cojín de volantes.
-Ya he estado bastante tiempo sentado.
-Y yo estoy cansada de levantar la cabeza para mirarte. O nos sentamos y discutimos esto, o no lo discutimos y punto.
Ella era de armas tomar. Peeta no la recordaba así. La Katniss que él recordaba era una charlatana empedernida.
-Muy bien -dijo él sentándose -¿Qué le has contado a Prim sobre mí?
Ella se sentó en la otra silla.
-Nada, ¿por qué? -lo dijo con su arrastrado acento de Texas.
-¿Nunca ha preguntado por su padre?
-Ah, eso.- Katniss cruzó las piernas-. Cree que moriste cuando ella era un bebé.
Peeta se sintió irritado ante su respuesta.
-¿En serio? ¿Y cómo me morí?
-Tu F-16 fue derribado sobre Irak.
-¿Durante la Guerra del Golfo?
-Sí -sonrió-. Fuiste un soldado muy valiente. Cuando el tío Sam reclutó a los mejores pilotos, fuiste el primero de la lista.
-Soy canadiense.
Ella se encogió de hombros.
-Anthony era texano.
-¿Anthony? ¿Quién demonios es Anthony?
-Tú. Fue como te llamé. Siempre me ha gustado el nombre de Tony.
No sólo había mentido sobre su muerte y su profesión, sino que también le había cambiado el nombre.
-¿Y tienes fotos de ese hombre inexistente? ¿No ha querido Prim ver fotos de su padre?
-Todas tus fotos estaban en el desván cuando se quemó la casa.
-Qué desafortunado suceso -dijo Peeta, frunciendo el ceño.
La sonrisa de Katniss iluminó su cara.
-¿Verdad que sí?
Verla sonreír avivó su cólera.
-¿Qué ocurrirá cuando descubra que tu nombre de soltera es Everdeen? Sabrá que le mentiste.
-Para entonces lo más probable es que sea una adolescente. Reconoceré que Tony y yo no estábamos casados, aunque sí muy enamorados.
-Lo tienes todo pensado.
-Sí.
-¿Por qué todas esas mentiras?¿Pensabas que no te ayudaría?
Katniss lo miró unos instantes a los ojos antes de contestarle.
-Francamente, Peeta, no creí ni que quisieras saberlo ni que te importara lo más mínimo. No sabía nada de ti ni tú de mí. Pero dejaste muy claro tus sentimientos la mañana que te deshiciste de mí en el aeropuerto.
Peeta no recordaba las cosas de esa manera.
-Te compré un billete a casa.
-Ni siquiera te molestaste en preguntarme si me quería ir a casa.
-Te hice un favor.
-Te hiciste un favor a ti mismo.- Katniss se miró el regazo y retorció la suave tela de la falda entre los dedos. Había pasado tanto tiempo que el recuerdo de ese día no debería hacerle daño, pero le hacía-. No sabías cómo deshacerte de mí lo suficientemente rápido. Tuvimos una noche de sexo y luego...
-Tuvimos un montón de sexo esa noche -la interrumpió-. Un montón de «sudoroso y lujurioso sexo», de «irreprimible, ardiente y dulce sexo».
Katniss levantó la mirada hacia él. Por primera vez notó el fuego de sus ojos. Peeta estaba muy enfadado, pero se estaba conteniendo para no pelearse con ella. Katniss necesitaba permanecer tranquila para dejar clara su opinión.
-Si tú lo dices.
-Sé que fue así y tú también lo sabes. -Él se inclinó un poco más cerca y le dijo lentamente-: Así que como no te declaré amor eterno a la mañana siguiente, me privaste de mi hija. Una buena venganza.
-Mi decisión no tuvo nada que ver con la venganza.
Katniss recordó el día que se había dado cuenta de que estaba embarazada.
Después de recobrarse del impacto y del miedo, se sintió bendecida. Prim era la única familia que tenía, y no estaba dispuesta a compartir a su hija. Especialmente, no con Peeta.
- Prim es mía.
-No estabas sola en la cama esa noche, Katniss -dijo Peeta mientras se levantaba-. Si crees que voy a largarme ahora que me he enterado de su existencia, estás loca.
Katniss se levantó también.
-Espero que te vayas y te olvides de nosotras.
-Estás soñando. O llegamos a un acuerdo entre nosotros o haré que mi abogado se ponga en contacto contigo.
-No te creo. No creo que quieras que la gente tenga noticias de Prim. La publicidad podría dañar tu imagen.
-Me importa una mierda lo que digan -dijo, acercándose más a ella-. Además, no soy exactamente un ejemplo de bondad y moralidad, así que dudo que la aparición de una niña pueda hacer daño a mi imagen.
Sacó la cartera del bolsillo de atrás.
-Me marcho de la ciudad mañana por la tarde, pero estaré de vuelta el miércoles. -Cogió una tarjeta-. Llama al número de abajo. Nunca contesto el teléfono, ni siquiera cuando estoy en casa. Saltará el contestador automático, así que deja un mensaje y me pondré en contacto contigo. También te voy a dar mi dirección -dijo, escribiéndola al dorso, luego le cogió la mano y le dejó el bolígrafo y la tarjeta en la palma-. Si no quieres llamarme, escríbeme. Sea como sea, si no sé nada de ti el jueves, uno de mis abogados te llamará el viernes.
Katniss miró fijamente la tarjeta que le había dado. Su nombre estaba escrito en letras de imprenta negras. Debajo del nombre había tres números de teléfono diferentes. En el reverso de la tarjeta, estaba escrita su dirección.
-Olvídate de Prim. No la compartiré contigo.
-Llama antes del jueves -le advirtió, y luego se fue.

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