Capitulo 18

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Katniss tenía la mirada puesta en su hija mientras Prim recorría el pasillo resplandeciendo como si ella fuera la verdadera razón de que toda aquella gente se hubiera reunido en la iglesia. Katniss no podía imaginarla más radiante.
Cuando Prim llegó al lado de su madre, se giró y sonrió al hombre que permanecía de pie al otro lado del pasillo con un traje de Hugo Boss.
Levantó tres dedos y los meneó. Peeta curvó los labios y agitó dos dedos como respuesta.
Comenzó a sonar la marcha nupcial y todos los ojos se volvieron hacia la puerta.
Annie estaba preciosa con una corona de flores rosas rodeando el cabello y un velo de organza blanco. El vestido sencillo resaltaba su figura.
Mientras todos los ojos estaban puestos en la novia, Katniss aprovechó para estudiar al novio. Con un esmoquin negro, Finnick, estaba muy apuesto, sin embargo ella no estaba interesada ni en su aspecto ni en el corte de su ropa. Quería observar su reacción al ver a Annie, y lo que vio alivió muchas de sus preocupaciones sobre la inesperada boda. Se lo veía tan feliz que Katniss casi esperaba que abriera los brazos para que Annie pudiera perderse en ellos. Toda su cara sonreía y sus ojos brillaban como si le hubiera tocado la lotería. Parecía un hombre locamente enamorado. No era de extrañar que Annie hubiera tardado tan poco tiempo en caer.
Cuando Annie pasó al lado de Katniss le sonrió, luego se colocó al lado de Finnick.
—Queridos hermanos...
«Locamente enamorado», pensó Katniss. La noche anterior, le había dicho a Gale que no podría casarse con él. No podía casarse con un hombre al que no amara con locura. Atravesó el pasillo con la mirada hasta los mocasines negros de Peeta. A lo largo de su vida, lo había visto mirarla varias veces con la lujuria asomando a esos ojos azules. De hecho, los últimos días que había venido a recoger a Prim ya había visto esa mirada de «quiero-saltar-sobre-ti». Pero sentir lujuria no era estar enamorado. La lujuria se desvanecía a la mañana siguiente.
Subió la mirada por sus largas piernas, por la chaqueta azuly por la corbata granate. Luego escrutó su cara y los ojos azules que le devolvían la mirada.
Él sonrió. Sólo fue una sonrisita agradable que, sin embargo, hizo resonar campanas de alarma en su cabeza.
Cuando la ceremonia terminó Katniss y Prim recorrieron el largo pasillo al lado de Peeta hasta salir por la puerta. En varias ocasiones, la manga de su chaqueta azul marino le rozó el brazo.
En el pasillo, la madre de Finnick apartaba a codazos a su hijo para acercarse a la novia.
—Eres como una muñeca —declaró la madre mientras abrazaba a Annie y le presentaba a las hermanas.
Katniss, Peeta y Prim se mantuvieron apartados mientras los amigos y la familia de Finnick se dirigían hacia la pareja para felicitarlos.
—Ten. — Prim le tendió a Katniss la canasta de pétalos rosas y suspiró—. Estoy cansada.
—Creo que ya podemos marcharnos para la recepción —dijo Peeta, moviéndose para colocarse detrás de Katniss—. ¿Por qué no venís en mi coche?
Katniss levantó la vista hacia él. Estaba muy apuesto vestido de padrino, el único defecto era la rosa roja de la solapa; la llevaba inclinada hacia un lado.
—No podemos irnos hasta que Wendell saque las fotos.
La sonrisa de Peeta se transformó en una mueca de disgusto.
—¿Estás segura?
Katniss asintió con la cabeza y le señaló el tórax.
—Esa rosa está a punto de caerse.
Él bajó la vista y se encogió de hombros.
—No sé cómo ponerla. ¿Puedes hacerlo tú?
Katniss metió los dedos bajo la solapa de su traje azul marino. Peeta inclino la cabeza hacia ella, estaban tan cerca que podía sentir su aliento en la sien derecha.
—No te vayas a pinchar—. Dijo el
—No. Lo hago cada dos por tres.
—¿Sueles poner alfileres en los ojales de los tíos?
Ella meneó la cabeza y le rozó con la sien la suave mandíbula.
—No. Solo a Annie.
—¿Estás segura de que no quieres que las lleve a la recepción? Snow va a estar allí, supuse que no querrías llegar sola.
Con el caos que rodeaba la boda, Katniss había logrado no pensar en su antiguo novio. Ahora, al pensar en él, se le hizo un nudo en el estómago.
—¿Le has dicho algo sobre Prim?
—Ya lo sabe.
—¿Cómo se lo tomó?
Peeta encogió sus grandes hombros.
—No pareció darle importancia. Habrá pasado página.
—Entonces iré a la recepción en mi coche, pero gracias por el ofrecimiento.
—De nada. — Peeta le deslizó su cálida mano hasta el hombro, luego se la bajó hasta la muñeca—. ¿Estás segura de que van a sacar fotos?
—¿Por qué?
—Odio que me saquen fotos.
Él lo estaba haciendo otra vez. Estaba robándole todo el espacio y anulando su capacidad para pensar. Tocarle era a la vez una tortura y un placer.
—Creí que ya estarías acostumbrado a estas alturas.
—No es por las fotos, es por la espera. No soy un hombre paciente. Cuando quiero algo, no espero, voy a por ello.
Katniss tuvo el presentimiento de que ya no hablaba de las fotos.
Unos minutos más tarde cuando el fotógrafo los situó en las escaleras de la entrada, se vio forzada a volver a sufrir la experiencia del placer y la tortura otra vez. Wendell situó a las mujeres delante de los hombres.
—Quiero ver sonrisitas felices —pidió el fotógrafo—. Vamos, quiero ver sonrisitas felices en esas caritas.
—¿Podéis decir todos «noche de bodas»? —preguntó Wendell.
Peeta puso la mano en la cintura de Katniss, y la risa de ésta se interrumpió bruscamente. Le deslizó la palma de la mano por el estómago y la apretó contra la sólida pared de su pecho. Su voz resonó como un trueno en el oído de Katniss cuando dijo:
—Di «patata».
Katniss se quedó sin aliento.
—Patata —dijo débilmente y el fotógrafo sacó la foto.
—Ahora la familia del novio —anunció Wendell mientras ponía otro carrete.
Los músculos del brazo de Peeta se tensaron. Cerró los dedos posesivamente y el dobladillo del vestido se subió un poco por los muslos de Katniss. Luego él dio un paso atrás, dejando unos centímetros entre sus cuerpos.
Katniss le miró, y de nuevo él le dirigió esa sonrisita agradable.
—Oye, Finnick —dijo Peeta, centrándose en su amigo como si no acabara de sujetar a Katniss con fuerza contra su pecho.
—¿Qué supiste de Chebos cuando estuvimos en Chicago?
Katniss se dijo a sí misma que no debería interpretar nada de ese abrazo.
Debería ser lo suficientemente lista como para no buscar motivos o atribuirle sentimientos que no existían. No debería caer bajo el influjo de sus posesivos abrazos o sus agradables sonrisas. Era mejor olvidarse de todo eso.
Una hora más tarde, mientras estaba en el salón del banquete seguía intentando olvidarse.
Escudriñó rápidamente la multitud.
Le dio un vuelco el estómago. Por primera vez en siete años, vio a Coriolanus Snow en persona.
Katniss no podía pasarse la tarde preguntándose si Snow la saludaría e imaginando lo que él podía decirle. Tenía que salir a su encuentro antes de perder el valor. Se abrió paso entre los invitados hasta detenerse delante de él.
—Hola, Snow —le dijo y observó cómo se le endurecían las facciones.
—Vaya Katniss, al parecer tienes el descaro de venir a saludarme. Me preguntaba si lo harías. —El tono de su voz no era el de alguien que había pasado página como Peeta había insinuado.
—Han pasado siete años y he seguido adelante con mi vida.
—Fue fácil para ti. Para mí no lo fue tanto.
—Creo que ambos deberíamos olvidar el pasado.
—¿Por qué debería hacerlo?
Ella miró un momento al hombre amargado que había ahí.
—Siento lo que sucedió y el dolor que te causé. Traté de decirte la noche antes de la boda que tenía dudas, pero no me quisiste escuchar. No te estoy culpando, sólo te explico cómo me sentía. Era joven e inmadura y lo siento mucho. Espero que puedas aceptar mis disculpas.
—Cuando se congele el infierno.
A ella le sorprendió descubrir que le daba igual que él aceptara o no sus disculpas. Se había enfrentado al pasado y se sentía libre de la culpa que la había acompañado durante años.
—Siento mucho oírte decir eso, pero de todos modos el que aceptes o no mis disculpas no me importa. Mi vida está llena de personas que me aman y soy feliz. Tu cólera y tu hostilidad no pueden lastimarme.
—Todavía eres tan ingenua como hace siete años —le dijo mientras una mujer se acercaba a Snow y le colocaba la mano en el hombro—. Peeta nunca se casará contigo. Nunca te elegirá a ti por encima del equipo —añadió; luego se giró para marcharse con su esposa.
Katniss lo siguió con la mirada desconcertada por sus palabras de despedida. Se preguntó si habría amenazado a Peeta de algún modo. Nunca había pensado que Peeta se casaría con ella o que la elegiría sobre cualquier cosa.
Se dirigió hacia Prim que estaba junto a los novios.
Si bien ella amaba a Peeta y él algunas veces la miraba con un hambriento deseo, sabía que eso no quería decir que él la amara. No significaba que la quisiera para algo más que un revolcón en la cama.
—¿Cómo va todo? —preguntó, acercándose a Annie.
—Genial. —Annie la miró y sonrió—. Al principio estaba un poco nerviosa por lo de estar en la misma habitación con treinta jugadores de hockey. Pero ahora que he conocido a la mayor parte de ellos, he visto que son gente agradable, casi humanos.
Katniss se rió entre dientes y recorrió la habitación con la mirada buscando a Peeta, lo pilló mirándola por encima de las cabezas de la gente.
—¿Has conocido a los amigos de Finnick? —Annie se agarró al codo de su flamante marido.
—Todavía no —contestó ella, y se metió el resto de la fresa en la boca.
Finnick las presentó a dos hombres con trajes de lana. El primero, llamado Thresh Butcher, lucía un espectacular ojo morado.
—Y supongo que te acordarás de Castor —dijo Finnick después de haberla presentado—. Estaba en la casa de Peeta cuando fuiste hace algunos meses.
Katniss miró al hombre de pelo castaño claro y ojos azules. No lo recordaba.
—Ya decía yo que me sonabas —mintió.
—Te recuerdo —dijo Castor, tenía un acento cerrado—. Llevabas puesto algo rojo.
—¿En serio? —Katniss se sintió halagada de que él recordara el color de su vestido—. Me sorprende que te acuerdes.
Castor sonrió.
—Claro que te recuerdo. Ahora ya no llevo cadenas de oro.
Katniss miró a Annie que se encogió de hombros y volvió a mirar a Finnick que sonreía abiertamente.
—¿Es tu hija? —le preguntó Thresh a Katniss.
—Sí, lo es.
—¿Qué te pasó en el ojo? —Prim señaló a Thresh.
—Uno de los jugadores de los Avalanche lo acorraló en una esquina y le dio un buen golpe —contestó Peeta desde detrás de Katniss. Tomó a Prim en brazos y la levantó contra su pecho—. No te preocupes, se lo merecía.
Prim agarró la cabeza de Peeta entre sus manos para girarle la cara hacia ella.
—¿Te lastimaron anoche, papá?
—¿A mí? De eso nada.
—¿Papá? — Castor miró a Prim—. ¿Es tu hija?
—Sí. — Peeta miró a sus compañeros de equipo. —Esta mocosa es mi hija, Prim Mellark.
Katniss esperaba que dijera que no había sabido de Prim hasta hacía poco, pero no lo hizo. Simplemente la sostenía entre sus brazos como si siempre hubiera estado allí.
Castor repasó a Katniss con la mirada y luego miró a Peeta para levantar una ceja inquisitivamente.
—Sí —dijo Peeta, haciendo que Katniss se preguntase qué se habían comunicado los dos hombres sin palabras.
—¿Cuántos años tienes, Prim? —preguntó Thresh.
—Seis. Ya fue mi cumple y ahora estoy en primer grado. Ahora teno un perro que me compró mi papá. Se llama Pongo, pero no es muy gran...
—Buenas tardes —dijo el cantante por el micrófono interrumpiendo a Prim—. Para la primera canción, Finnick y Annie quieren ver a todo el mundo bailando en la pista.
—Papá —dijo Prim por encima de la música—. ¿Puedo tomar un trozo de tarta?
Él se volvió hacia Katniss y le dijo al oído:
—Vamos al buffet. ¿Vienes?
Ella negó con la cabeza.
—No te muevas de aquí. —Antes de que ella pudiese contestarle, Prim y él se fueron.
—Quiero un trozo muy grande —informó Prim—. Con un montón de azúcar.
—Te va a doler la barriga.
—No, no me dolerá.
Él la dejó de pie al lado de la mesa y esperó a que escogiera el único pedazo de pastel. Le dio un tenedor y le buscó un lugar en una mesa redonda para que se sentara.
Cuando buscó a Katniss, la divisó en la pista de baile con Castor. Por lo general apreciaba al joven ruso, pero no esa noche. No cuando Katniss llevaba puesto un vestido tan corto ni cuando Castor la miraba como si ella fuera una porción de caviar.
Peeta se abrió paso por la abarrotada pista de baile y colocó una mano en el hombro de su compañero de equipo. No tuvo que decir nada. Castor lo miró, se encogió de hombros y se marchó.
—No creo que esto sea una buena idea —dijo Katniss mientras la cogía entre sus brazos.
—¿Por qué no? —La acercó más, acomodando las suaves curvas contra su pecho y moviendo sus cuerpos al compás de la música lenta. «Puedes tener tu carrera con los Chinooks, o puedes tener a Katniss. Pero no puedes tener las dos cosas».
—En primer lugar, porque Castor me había pedido este baile.
—Es un bastardo comunista. Mantente alejada de él.
—Pensaba que era tu amigo.
—Lo era.
Frunció el ceño.
—¿Qué ha pasado?
—Los dos queremos lo mismo, pero él no lo va a conseguir.
—¿Qué es lo que quieres?
Quería demasiadas cosas.
—Te vi hablando con Snow. ¿Qué te ha dicho?
—Nada. Le dije que lamentaba lo que sucedió hace siete años, pero no aceptó mis disculpas. —Ella sacudió la cabeza—. Me dijiste que había pasado página, pero parecía muy amargado.
Peeta le levantó la barbilla con el pulgar.
—No te preocupes por él. —La miró y volvió la vista para observar al anciano. Su mirada se encontró con la de Castor y la de media docena de hombres que estaban mirándole el busto a Katniss. Peeta bajó la cara y sus labios se amoldaron a los de ella. La poseyó con la boca y la lengua, mientras le deslizaba la mano por la espalda. El beso fue deliberado, largo y duro. Ella se derritió contra él y, cuando finalmente abandonó su boca, estaba jadeante.
—Me voy a arrepentir —susurró ella.
—Ahora, dime una cosa sobre Gale. —Tenía la mirada algo empañada y aturdida.
—¿Qué quieres saber de Gale?
— Prim me ha dicho que piensas casarte con él.
—Le dije que no.
Peeta sintió un gran alivio. La envolvió con fuerza entre sus brazos y sonrió contra su pelo.
—Esta noche estás preciosa —le dijo al oído. Luego se echó un poco hacia atrás para mirarle la cara y esa deliciosa boca, entonces le dijo—: ¿Por qué no buscamos algún sitio donde pueda aprovecharme de ti? ¿Es lo suficientemente grande el tocador?
Él llegó a ver la chispa de interés en los ojos de ella antes de intentase ocultar una sonrisa.
—¿Estás drogado, Peeta Mellark?
—Esta noche no —se rió él.
Terminó la música y comenzó una canción más rápida.
—¿Dónde está Prim? —preguntó ella por encima del ruido.
Peeta miró a la mesa donde la había dejado y la señaló. Tenía la mejilla apoyada contra la palma de la mano y los párpados a medio cerrar.
—Parece que está a punto de dormirse.
—Será mejor que la lleve a casa.
Peeta le deslizó las manos por la espalda hasta los hombros.
—La llevaré en brazos hasta el coche.
Katniss meditó su ofrecimiento unos instantes, luego decidió aceptarlo.
—Muchas gracias. Iré a buscar el bolso y ya nos vemos fuera. —Él la apretó durante unos segundos y luego la soltó. Ella lo observó caminar hacia Prim.
Definitivamente había algo diferente en sus caricias esa noche. Algo en la manera en que la abrazaba y la besaba. Algo caliente y posesivo como si se resistiera a dejarla marchar. Se advirtió que no debía darle demasiada importancia, pero una cálida llamita encendió su corazón.
Recuperó su bolso con rapidez, buscó a Annie y se despidió de Finnick. Cuando salió fuera ya divisó a Peeta apoyado sobre el maletero del coche. Había envuelto a Prim en su chaqueta y la apretaba contra su pecho. Su camisa blanca resplandecía en la oscuridad del aparcamiento.
—No es así —oyó que le decía a Prim—. No puedes ponerte tú misma un apodo. Otra persona tiene que empezar a llamarte así. ¿O acaso crees que Ed Jovanovski se llamó a sí mismo «Ed especial»?
—Pero yo quiero ser «El Gato».
—No puedes ser «El Gato». Félix Potvin es «El Gato».
—¿Puedo ser un perro? —preguntó Prim, apoyando la frente en su hombro.
—No creo que quieras de verdad que la gente te llame Prim «El Perro»
Mellark, ¿no?
Prim rió tontamente contra su cuello.
—No, pero quiero tener un apodo como tú.
—Si quieres ser un gato, ¿Qué te parece «Leopardito»? Prim «Leopardito» Mellark.
—De acuerdo —dijo con un bostezo—. Papá, ¿sabes por qué los animales no juegan a las cartas en la selva?
Katniss puso los ojos en blanco e introdujo la llave en la cerradura del coche.
—Porque allí hay demasiados leoparditos —contestó él—. Ya me has contado ese chiste por lo menos cincuenta veces.
—Ah, lo olvidé.
—No creo que te hayas olvidado nunca de nada. — Peeta se rió entre dientes y dejó a Prim en el asiento del acompañante.
—Te veré en el partido de hockey mañana por la noche.
—Dame un beso, papi. —Frunció los labios y esperó.
Katniss sonrió y se dirigió hacia el asiento del conductor. La tierna manera en que Peeta trataba a Prim le ablandaba el corazón. Era un padre genial.
—Oye, ¿Kat? —la llamó en voz alta.
Ella lo miró por encima del techo del coche.
—¿A dónde vas? —preguntó él.
—A casa, por supuesto.
Una risa ronca retumbó dentro de su pecho.
—¿No quieres darle un beso a papi?
La tentación atacó su débil voluntad y su autocontrol. Caramba, ¿a quién pretendía engañar? Cuando Peeta andaba de por medio, no tenía ningún tipo de autocontrol. Especialmente después de ese beso que le había dado en la pista de baile. Abrió con rapidez la puerta antes de considerar tan atrayente proposición.
—Esta noche no, playboy.
—¿Me has llamado playboy?
—Es una gran mejoría respecto a lo que te llamaba el mes pasado —dijo, y se metió dentro del coche. Puso el motor en marcha y con la risa de Peeta llenando la noche sacó el coche del aparcamiento.
Camino a casa pensó en lo diferente que estaba Peeta. Su corazón quería creer que eso implicaba algo maravilloso; a lo mejor le había se había dado cuenta de repente de que estaba enamorado y no podía vivir sin ella.Pero la experiencia con Peeta le había demostrado algo diferente.
Cada vez que cedía y esperaba algo de él, acababa saliendo herida.
Tras acostar a Prim y calentar un poco de agua para té, Pongo comenzó a emitir pequeños ladridos, segundos antes de que sonara el timbre de la puerta. Katniss dejó caer la mano y tomó al perro en brazos para acudir a la entrada. No la sorprendió demasiado encontrar a Peeta en la puerta.
—Olvidé darte las entradas para el partido de mañana —dijo, dándole un sobre.
Katniss tomó las entradas e ignorando cualquier asomo de buen juicio lo invitó a entrar.
—Estoy haciendo té. ¿Quieres un poco?
—¿Caliente?
—Sí.
Volvió con Pongo a la cocina y lo depositó en el suelo. El perro se acercó a Peeta y lamió su zapato.
—Pongo se está convirtiendo en un perro guardián bastante bueno —le dijo, tomando una taza para el té.
—Sí. Ya lo veo. ¿Qué haría si entrara alguien a robar? ¿Lamerle los pies?
Katniss se rió.
—Es lo más probable, pero antes ladraría como un loco. Tener a Pongo es mejor que instalar una alarma. Tiene buen corazón con los extraños, pero me siento más segura cuando está en casa.
—La próxima vez te compraré un perro de verdad. — Peeta se acercó a ella y cogió el té—. Gracias.
—Mejor que no haya una próxima vez.
—Siempre hay una próxima vez, Katniss —dijo él, y se llevó el vaso a los labios mirándola a los ojos mientras tomaba un sorbo.
Se lamió la humedad de los labios mientras deslizaba la mirada de sus senos a sus muslos, luego la subió hasta su cara.
—Ese vestido me ha vuelto loco todo el día. Me recuerda aquel vestidito de boda rosa que llevabas puesto la primera vez que te vi.
Ella se miró.
—No se parece en nada a ese vestido.
—Es corto y rosa.
—Aquel vestido era bastante más corto, sin tirantes, y me apretaba tanto que no podía respirar.
—Lo recuerdo. —Él sonrió —. Estuviste todo el rato tirando de la parte de arriba y estirando la de abajo. Fue algo endiabladamente seductor, como una competición de erotismo. Me preguntaba cuál de las dos mitades ganaría.
Katniss se cruzó los brazos.
—Me sorprende que te acuerdes de todo eso. Tal y como yo lo recuerdo parecía que yo no te gustaba demasiado.
—Y tal y como yo lo recuerdo, prefiero pensar que intentaba ser listo.
—Sólo cuando estuve desnuda. El resto del tiempo fuiste muy grosero conmigo.
Miró con el ceño fruncido el vaso de té que tenía en la mano.
—Yo no lo recuerdo de ese modo, pero si fui grosero contigo, no fue nada personal. Mi vida era una auténtica mierda en ese momento. —Hizo una pausa y aspiró profundamente—. ¿Recuerdas que te dije que estuve casado?
—Por supuesto. —«¿Cómo iba a olvidarse de Delly y de Linda?».
—Bueno, lo que no te conté fue que Linda se suicidó. La encontré muerta en la bañera. Se había cortado las venas y durante mucho tiempo me eché la culpa.
Katniss clavó los ojos en él, estupefacta. No sabía qué decir ni qué hacer. Su primer impulso fue rodearle la cintura con los brazos para decirle lo mucho que lo sentía, pero se contuvo.
—Lo cierto es que no la amaba. Fui un mal marido, y sólo me casé con ella porque estaba embarazada. Cuando el bebé murió, no quedó nada que nos mantuviera unidos.
Katniss se preguntó por qué él le contaría todo eso ahora. ¿Por qué le confiaría algo tan doloroso?
—¿Tuviste un hijo?
—Sí. Nació prematuro y murió un mes después. Toby tendría ahora ocho años.
—Lo siento. —Fue lo único que se le ocurrió decir. No podía ni imaginarse perder a Prim.
Peeta dejó el vaso en el mostrador al lado de Katniss, luego la cogió de la mano.
—Algunas veces me pregunto cómo sería si hubiera vivido.
Ella le observó la cara y sintió de nuevo esa cálida llamita en el corazón.
—Quería contarte lo de Linda y Toby por dos razones. Quería que supieras de ellos y también quería que supieras que, si bien he estado casado dos veces, no pienso volver a cometer los mismos errores. No volveré a casarme ni porque haya un niño de por medio ni por lujuria. Será porque esté locamente enamorado.
Sus palabras apagaron la cálida llamita del corazón de Katniss como un jarro de agua fría y retiró la mano de la de él. Tenían una hija y no era un secreto que Peeta se sentía atraído físicamente por ella. Nunca le había prometido nada excepto pasar un buen rato, pero ella lo había hecho de nuevo. Se había permitido desear cosas que no podía tener.
—Gracias por compartirlo conmigo, pero perdóname si en este momento no aprecio tu sinceridad —le dijo, acercándose a la puerta principal—. Creo que es mejor que te vayas.
—¿Qué? —sonó incrédulo como si no la entendiese—. Pensaba que estábamos llegando a algún lado.
—Lo sé. Pero no puedes venir aquí cada vez que te apetezca sexo y esperar que yo me arranque la ropa para complacerte. —Ella sintió que le temblaba la barbilla cuando tiró de la puerta principal para abrirla. Quería que estuviera fuera antes de perder el control.
—¿Eso es lo que piensas? ¿Que sólo eres un buen polvo?
Katniss intentó no amedrentarse.
—Sí.
—¿Qué diablos te pasa? —Le arrebató bruscamente la puerta de la mano para cerrarla de golpe—. ¡Te abro mi corazón, y tú coges y lo pisoteas! Estoy siendo honesto contigo y crees que estoy tratando de arrancarte las bragas.
—¿Honesto? Sólo eres honesto cuando quieres algo. No haces más que mentirme.
—¿Cuándo te he mentido?
—Primero con lo del abogado —le recordó.
—Eso no fue una mentira de verdad, fue una omisión.
—Fue una mentira, y hoy me has mentido de nuevo.
—¿Cuándo?
—En la iglesia. Me dijiste que Snow había pasado página, que había superado lo ocurrido hace siete años. Pero sabes que no es así.
Él la miró con el ceño fruncido.
—¿Qué te ha dicho?
—Que no me elegirías por encima del equipo. ¿Qué quiso decir? —le preguntó, esperando que se lo aclarara.
—¿La verdad?
—Por supuesto.
—De acuerdo, amenazó con traspasarme a otro equipo si me lío contigo, pero no importa. Olvídate de Snow. Sólo está disgustado porque obtuve lo que él quería.
Katniss se apoyó contra la pared.
—¿Yo?
—Tú.
—¿Es eso lo que soy para ti? —Ella lo miró.
Él soltó un suspiro y se pasó los dedos por el pelo.
—Crees que estuve contigo para aliviarme.
Ella bajó la mirada hasta el bulto de sus pantalones, luego la volvió a subir a su cara.
—¿Me equivoco?
La cólera tiñó las mejillas de Peeta y sujetó a Katniss con fuerza por la barbilla.
—No tomes lo que siento por ti para convertirlo en algo sucio. Te deseo, Katniss. Todo lo que tienes que hacer es entrar en una habitación y te deseo. Quiero besarte, tocarte y hacer el amor contigo. Mi respuesta física es natural y no me disculparé por ella.
—Y por la mañana te irás y me quedaré sola otra vez. Acabará igual. Aunque no tengas intención de lastimarme, lo harás.
—No quiero lastimarte. Quiero hacerte sentir bien y si fueras honesta conmigo admitirías que también me deseas, que deseas tanto estar conmigo como yo contigo.
—No.
Peeta entrecerró los ojos.
—Odio esa palabra.
—Lo siento, pero han pasado demasiadas cosas entre nosotros para decirte otra cosa.
—¿Todavía quieres castigarme por lo que pasó hace siete años, o sólo es una excusa? —Él plantó las manos en la pared a ambos lados de la cabeza de Katniss—. ¿Qué es lo que te asusta tanto?
—Desde luego tú no.
—Mentirosa. Temes que papá no te quiera.
Ella se quedó sin respiración.
—Eso ha sido demasiado cruel.
—Tal vez, pero es la verdad. —Le acarició la boca cerrada con el pulgar y le cogió la muñeca con la mano libre—. Te da miedo extender la mano y tomar lo que quieres, pero a mí no. Sé lo que quiero. —Él deslizó la palma de la mano de Katniss por su duro tórax y abrió los botones de su camisa—. ¿Todavía intentas ser una buena chica para que papá te haga caso? Bueno, adivina qué, nena —susurró, moviendo la mano de Katniss a la bragueta y apretándola contra la gruesa erección—. Te hago caso.
—Detente —dijo ella, y perdió el control de las lágrimas. Lo odiaba. Lo amaba.
Quería tanto que se quedara como que se fuera. Había sido rudo y cruel, pero tenía razón. Le daba miedo tomar lo que quería y que la hiciera sentirse desgraciada e infeliz. Pero ya era desgraciada e infeliz. No tenía nada que perder.
Peeta le secó con el dedo la lágrima que se le deslizaba por la mejilla y le soltó la mano.
—Te deseo y no me importa jugar sucio.
Tenía que alejarse de Peeta, desengancharse. No más cálidos besos, ni caricias, ni miradas hambrientas. Tenía que endurecerse.
—Tú sólo quieres un pedazo de... de...
Peeta negó con la cabeza y sonrió.
—No quiero sólo un pedazo amor de. Lo quiero todo.

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