Capitulo 13

1K 74 4
                                    

Katniss suspiró feliz.
Pensó que era probable que pareciera un poco extraña, allí sentada con los patines alquilados. Pero prefería parecer rara, que caerse de culo.
Se contentaba con estar sentada donde estaba y ver cómo Peeta enseñaba a patinar a Prim.
Katniss no podía oír lo que le decía a Prim, pero observó cómo su hija inclinaba la cabeza y movía los pies al mismo tiempo que Peeta.
Katniss les observó patinar, luego volvió la mirada a los turistas. Una joven pareja caminaba sin prisa empujando un cochecito de niño y Katniss se preguntó como sería tener un marido, cómo sería formar parte de la familia típica. Aunque estaba contenta con la suya, no podía evitar preguntarse cómo sería poder compartir las preocupaciones con un hombre. Pensó en Gale y sintió remordimientos de conciencia. Le había comentado sus planes de pasar las vacaciones en Cannon Beach, pero había omitido un detalle importante. Había omitido a Peeta. Gale incluso la había llamado la noche para desearle un buen viaje. Podría habérselo explicado todo en ese momento, pero no lo hizo.
Volvió a prestar atención a Peeta y Prim. El cruzó un pie sobre el otro y, de repente, empezó a patinar hacia delante, al lado de Prim. Katniss miró a su hija y se rió. Su cara mostraba lo concentrada que estaba en lo que Peeta le decía. Los dos giraron lentamente y pasaron a su lado. Peeta la buscó con la mirada. Katniss bajó la vista cuando él la miró y se asombró interiormente de cuánto se parecían padre e hija. Siempre había pensado que Prim se parecía más a Peeta que a ella, pero con los dos mostrando esa expresión de concentración, las similitudes eran asombrosas.
-Creía que tú también ibas a patinar -le recordó él.
Eso es lo que había dicho y él la había creído.
-Lo voy a hacer -mintió.
-Entonces ven aquí -le indicó con un gesto de la cabeza.
-Necesito practicar un poco más. Continuen sin mí.
Prim levantó la mirada de los pies.
-Fíjate, mamá, mira lo bien que lo hago ahora.
-Sí, ya lo veo, cariño. -Esperaba que cuando volvieran a pasar por delante de ella, se hubieran cansado ya del patinaje y los tres pudieran ir a comprar regalos.
Pero sus esperanzas se esfumaron cuando Prim pasó rodando como si hubiera nacido con ruedas en los pies.
-No vayas demasiado lejos -le dijo Peeta a Prim y tomó asiento al lado de Katniss -. Es muy buena -le dijo y luego sonrió, era obvio que se sentía orgulloso.
-Siempre ha aprendido muy rápido. Caminó una semana antes de cumplir los nueve meses.
-Creo que yo también.
-¿En serio? Me preocupaba que se le arquearan las piernas por andar tan pronto, pero no hubo manera de detenerla. Además Annie me dijo que todas esas cosas de las piernas arqueadas eran cuentos de viejas.
Guardaron silencio unos momentos mientras observaban a su hija que se cayó sobre el trasero, se levantó y siguió de nuevo.
-Caramba, eso sí que es la primera vez que lo veo -dijo ella, asombrada de que Prim no regresara junto a ella con grandes lágrimas en los ojos.
-¿Él qué?
-Que no se ponga a llorar pidiendo tiritas.
-Me dijo que hoy se iba a comportar como una chica adulta.
-Hum. - Katniss entrecerró los ojos y miró a su hija. Quizá Prim era más cuentista de lo que Katniss creía.
Peeta la agarró por el codo.
-¿Estás lista?
-¿Para qué? -preguntó, aunque tenía el mal presentimiento de que lo sabía.
-Para patinar.
Ella suspiró.
- Peeta, voy a ser honesta contigo. Odio patinar.
-¿Entonces por qué quisiste patinar?
-Por este banco. Pensaba quedarme aquí y miralos.
Él se levantó y le tendió la mano.
-Vamos.
La mirada de Katniss ascendió desde la palma abierta de la mano de Peeta. Luego lo miró a la cara y negó con la cabeza.
Él respondió emitiendo un cacareo.
-Eso es muy infantil. - Katniss puso los ojos en blanco-. Pero me importa, no patino.
-Venga Kat, te ayudaré.
-Necesito más ayuda de la que me puedas dar.
-En cinco minutos te prometo que patinarás como una profesional.
-No, gracias.
-No puedes quedarte aquí sentada, Kat.
Katniss suspiró.
-¿Si voy contigo cinco minutos luego dejarás que me siente en el banco sin molestarme más? -preguntó.
-Te lo prometo y de paso te prometo también que no te dejaré caer.
Resignadamente colocó una mano sobre la suya.
-No soy buena deportista -le advirtió mientras se levantaba con cuidado.
-Bueno, tienes talento para otras cosas.
Ella estaba a punto de preguntarle lo que quería decir, pero él aprovechó para colocarse detrás de ella plantándole sus fuertes manos en las caderas.
-Lo más importante es el equilibrio. -le dijo al oído izquierdo-.
Katniss sintió que el aliento de Peeta le cosquilleaba la piel del cuello.
-¿Dónde pongo las manos? -preguntó ella.
Peeta tardó tanto en contestar, que ella llegó a pensar que no lo iba a hacer. Entonces, cuando estaba a punto de abrir la boca para repetir la pregunta, él dijo:
-Donde quieras.
Ella dejó caer las manos a los costados.
-Tienes que relajarte -le dijo mientras avanzaban lentamente -. Pareces una estatua.
-No puedo remediarlo. -La espalda de ella chocó contra el pecho de Peeta y las manos masculinas le ciñeron las caderas con fuerza.
-Te aseguro que puedes. Sólo tienes que doblar las rodillas un poco. Luego te impulsas con el pie derecho.
-¿No han pasado ya los cinco minutos?
-No.
-Me voy a caer.
-No te dejaré caer.
Katniss bajó la mirada a los patines.
-¿Estás seguro? -le preguntó una última vez.
-Por supuesto. Hago esto para ganarme la vida. ¿Recuerdas?
-De acuerdo. -Con mucho cuidado dobló las rodillas ligeramente.
-Vale. Ahora date un pequeño impulso -la instruyó, pero cuando lo hizo sus pies comenzaron a deslizarse hacia delante. El antebrazo de Peeta se cerró alrededor de su cintura y su otra mano la agarró para evitar que cayera. Ella se encontró apretada contra su pecho y se quedó sin aliento. Se preguntó si él sabía qué había agarrado.
No había duda de que Peeta lo sabía. Aunque hubiera sido ciego, habría sabido que había agarrado uno de los pechos grandes y suaves de Katniss. En un segundo, el autocontrol de Peeta se hizo añicos por completo. Hasta ese momento, había manejado  bien la reacción de su cuerpo ante ella. Pero ahora, perdió totalmente el control.
-¿Estás bien? -Apartó la mano de su pecho.
-Sí.
Se había repetido que estar junto a Katniss no le plantearía problemas. Que podría pasar cinco días con ella. Se había equivocado. Debería haberla dejado sentada en el banco.
-No tenía intención de agarrarte tu... tu, ah... -El trasero de Katniss se apretó contra su ingle y, por un instante, la lujuria lo atravesó como una bola de fuego. Acercó la cara a su pelo. «Joder», pensó, preguntándose si la piel de su cuello sabría tan bien como parecía. Peeta cerró los ojos y se permitió soñar mientras aspiraba el olor de su pelo.
-Creo que ahora sí que pasaron los cinco minutos.
Regresó la cordura y él movió las manos a la cintura dejando varios centímetros de separación entre ellos, tratando de ignorar el deseo. Se dijo que involucrarse sexualmente con Katniss no era una buena idea. Pero era demasiado tarde, su cuerpo ya no le hacía caso.
La noche anterior había visto más allá de esa bella cara y ese maravilloso cuerpo. Había visto el dolor que había tratado de ocultar con sonrisas. Le había hablado sobre su dislexia, y cómo había crecido pensando que era retrasada y sintiéndose perdida. Se lo había contado todo como si no tuviera importancia. Pero la tenía. Para ella y para él.
La noche anterior había mirado detrás de esos ojos grises y esos grandes senos y había visto a una mujer que merecía respeto. Era la madre de su hija. Pero también era la protagonista de sus fantasías más descabelladas y sus sueños más eróticos.
-Te ayudaré a volver al banco
Intentó dejae de pensar en ella y  concentrarse en su hija. Prim y su constante parloteo le proporcionaron la distracción que necesitaba. Funcionó a la perfección como un pequeño jarro de agua fría, y todas sus preguntas impidieron que pensara en Katniss tumbada en su cama.
Cuando miraba a Prim, se maravillaba de haber ayudado a crear una personita tan perfecta. Cuando la cogía y se la ponía sobre los hombros, el corazón le latía con fuerza contra el pecho. Y cuando ella se reía, sabía que cualquier cosa valía la pena. Tenerla con él bien merecía el infierno de desear a su madre.
Durante la vuelta a casa, él se entretuvo con el sonido de la voz de Prim cantando a pleno pulmón y cuando llegaron a casa ella se fue a la bañera.
Peeta cogió un ejemplar del Hockey y se sentó en la mesa del comedor.
Buscó con la mirada la columna, pero no pudo dedicarle atención. Katniss estaba en la cocina picando verduras. Tenía el pelo suelto y los pies desnudos.
Finalmente se dio por vencido y apartó la mirada de la revista
-¿Qué haces? -le preguntó.
Ella lo miró.
-Pensaba hacer ensalada para acompañar la langosta.
Él cerró la revista y se levantó.
-No quiero ensalada.
-Ah, ¿entonces qué quieres?
Él deslizó la mirada desde sus ojos grises a su boca. «Algo realmente pecaminoso», pensó. Él bajó la mirada desde su garganta a los senos y luego hasta los pies.
-¿Peeta? -Volvió a mirarla a la cara. Una chica con rasgados ojos grises y una boca carnosa que le preguntaba qué quería. Después de aquel día él quería algo más que besarla-. ¿Qué quieres?
«Qué demonios», pensó mientras se detenía justo delante de ella. Sólo un beso.
Podría detenerse. Se había detenido antes y, con Prim en la bañera, las cosas no podrían llegar demasiado lejos.
-Ahora verás lo que quiero -dijo, y vio cómo agrandaba los ojos mientras él bajaba la cabeza lentamente. Rozó su boca con la de ella, dándole tiempo para apartarse-. Esto es lo que quiero.
Katniss separó los labios con un suspiro trémulo y cerró los ojos. Ella era dulce y suave. La deseaba. Deseaba perderse en ella. Entrelazando los dedos en el pelo, él le inclinó la cabeza a un lado y la besó profundamente. El beso era temerario y salvaje. Peeta se alimentó de su boca desatando el deseo en los dos. Notó las manos de Katniss en su cuerpo y en la nuca cuando lo atrajo hacia ella para succionarle ligeramente la lengua. El deseo que sintió por ella le puso un nudo en el estómago.
Tiro con brusquedad del lazo que mantenía su blusa cerrada. Luego se apartó, abandonando esa boca húmeda y caliente. Los bellos ojos de Katniss estaban nublados por la pasión y sus labios estaban mojados e hinchados por el beso. La blusa abierta revelaba el encaje blanco del sujetador. Supo que estaba peligrosamente cerca del punto de no retorno.
Ahuecó esos grandes pechos con la palma de las manos y bajó la cara hasta el escote. La piel de Katniss estaba caliente y olía a polvos, y la sintió suspirar cuando besó el borde de encaje. Le deslizó la punta de la lengua por la piel y se prometió a sí mismo que se detendría cuando necesitara respirar.
-Peeta, tenemos que detenernos. -Ella estaba jadeante, pero no se apartó.
Sabía que tenía razón. Aunque su hija no estuviera en el cuarto de baño sería estúpido seguir adelante. Y aunque en ocasiones Peeta había sido un asno, nunca había sido un estúpido. Al menos durante los últimos tiempos.
Le besó la curva del pecho derecho y luego, se apartó. Al mirar la cara de Katniss, estuvo a punto de ceder a la voracidad que lo envolvía. Ella estaba un poco aturdida, y lo cierto era que parecía una mujer que quería pasar el resto de la tarde desnuda.
-Me voy a arrepentir de esto -susurró ella, agarrando los bordes de su blusa para cerrarla.
Con ese acento tan dulce como la miel le recordaba a la chica que había recogido siete años atrás. Recordó cómo la había mirado absorto cuando estaba entre sus sábanas.
-Creo que te gusto más que tener el pelo hecho un desastre -dijo.
Ella bajó la mirada y se ató el lazo.
-Tengo que ir con Prim -dijo, y prácticamente huyó de la cocina.
Él observó cómo se iba. La frustración sexual le desgarraba las entrañas, así que se fue al gimnasio y estuvo una hora en la bicicleta hasta que vació su mente de ella, del sabor de su piel y la sensación de sus senos en sus manos. Aún así hizo treinta minutos más, luego siguió entrenando con pesas.
A los treinta y tres años Peeta pensaba que todavía le quedaban un par de años antes de retirarse del hockey. Y quería que fueran los mejores, así que tenía que trabajar más duro que nunca.
Para los estándares del hockey él era viejo. Era un veterano, lo que quería decir que tenía que jugar mejor que a los veinticinco o empezarían a echarle en cara que era demasiado  lento para el juego.

Simplemente IrresistibleWhere stories live. Discover now