Capitulo 2

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Katniss se estiro para intentar ver el océano azul del Pacífico.
El chillido de las gaviotas surcaba el aire mientras Peeta paró el coche en el porche dónde había un anciano sentado.
Katniss salió y tiró del dobladillo del vestido rosa hacia abajo, cogió el neceser y se puso los zapatos.
-Por Dios, hijo -gruñó el hombre del porche con voz grave-. ¿Otra bailarina?
Peeta frunció el ceño mientras guiaba a Katniss a la puerta principal.
-Haymitch, me gustaría presentarte a la señorita Katniss Everdeen. Kat, éste es mi abuelo, Haymitch Abernathy .
-¿Cómo está usted, señor? -Katniss le ofreció la mano y observó la cara arrugada.
-Una sureña... hum. -Se dio la vuelta y entró en la casa.
Peeta abrió la puerta para que Katniss entrara.
La casa tenia gran ventana panorámica que mostraba el paisaje exterior. Todos los muebles parecían haber sido escogidos para hacer juego con el océano y la playa arenosa, todo menos una estantería repleta de trofeos.
-Hay una habitación de invitados en ese pasillo, es la última puerta. El cuarto de baño está a la derecha -dijo Peeta pasando por detrás de Katniss para dirigirse a la cocina. Agarró una botella de cerveza y se llevó a los labios. Esta vez había metido bien la pata. No debería haber ayudado a Katniss y llevarla con él. No había querido hacerlo, pero entonces lo había mirado con aquellos ojos, tan vulnerable y asustada que habría sido incapaz de dejarla tirada. Esperaba que Snow no lo averiguase jamás.

Haymitch se había sentado con la atención puesta en Katniss. Ella estaba de pie al lado de la chimenea. Parecía muy cansada, pero por la mirada de Haymitch, éste la encontraba más tentadora que un buffet libre.
-¿Ocurre algo, Katniss? -preguntó Peeta, llevándose la cerveza a los labios-. ¿Por qué no has ido a cambiarte?
-Existe un pequeño problema -dijo con su acento arrastrado al tiempo que lo miraba-. No tengo nada que ponerme.
Él la apuntó con la botella.
-¿Qué hay en esa maletita?
-Cosméticos.
-¿Sólo eso?
-No. -Lanzó una mirada a Haymitch-. Tengo alguna otra cosa y la cartera.
-¿Y dónde está tu ropa?
-En el Rolls Royce de Snow.
Así que, a fin de cuentas, él tendría que alimentarla, alojarla... y vestirla.
-Ven -dijo y la guió por el pasillo que llevaba al dormitorio. Buscó en el armario y cogió una vieja camiseta negra y un par de pantalones cortos con la cinturilla ajustable -. Ten -dijo, lanzándolos sobre el edredón
-¿Peeta?
Se detuvo al oír su nombre.
-¿Qué?
-No puedo quitarme este vestido yo sola. Necesito tu ayuda. Algunos botones quedan demasiado arriba -señaló con torpeza.
No sólo quería que la vistiera, encima quería que la desnudara.
-Date la vuelta -ordenó él con voz ruda mientras daba un paso hacia ella.
Ella le dio la espalda y miró hacia el espejo que había encima del tocador. Se retiró el pelo a un lado. Todo en ella era suave: la piel, el pelo, ese acento sureño.
-¿Cómo te metiste en esta cosa?
-Con ayuda. -Lo miró a través del espejo.
Peeta no podía recordar otro momento en que ayudara a una mujer a quitarse la ropa sin que planeara acostarse con ella después, pero no tenía intención de tocar a la fugitiva novia de Snow más de lo necesario.
-No puedo imaginar lo que estarán pensando todos ahora mismo. Madge trató de advertirme de que no me casara con Snow. Pensaba que podría hacerlo, pero al final no fui capaz.
-¿No crees que deberías haber llegado antes a esa conclusión? -le preguntó él.
-Lo hice. Traté de decirle a Snow que tenía dudas. Traté de hablar con él sobre eso ayer por la noche, pero no quiso escucharme. -Negó con la cabeza-. Escogí para la lista de bodas una cubertería Francis I, y sus amigos nos regalaron una ...
Peeta no era nada tolerante con la cháchara de las mujeres y mejor se desconectó mentalmente de la conversación. Muy a menudo lo acusaban de ser un malvado insensible.
-Ya que estás en eso, ¿puedes abrirme la cremallera? De cualquier manera -continuó-, casi lloré de alegría cuando puse los ojos en los tenedores de escabeche y las cucharas de fruta y...
Peeta la miró con el ceño fruncido a través del espejo, pero ella no le prestaba atención.
Cuando Peeta tiró de la cremallera descubrió la razón por la que Katniss tenía dificultad para respirar. Vio los enganches plateados que cerraban una prenda de ropa interior que Peeta de inmediato reconoció como un corsé.
Ella levantó una mano hacia el lazo del corpiño, sujetándolo firmemente contra sus grandes senos para impedir que el vestido se le cayera.
-Al ver mi cubertería de plata favorita se me fue la cabeza y creo que dejé que Snow me convenciera de que sólo eran dudas prematrimoniales. En realidad quería creerle...
Cuando Peeta terminó con la cremallera anunció:
-Ya está.
-Oh -ella lo contempló a través del espejo luego, rápidamente, bajó la mirada. Sus mejillas se pusieron al rojo vivo al preguntar-, ¿puedes desabrochar mi ah... ah, la prenda de abajo?
-¿El corsé?
-Sí, por favor.
-No soy una maldita doncella -protestó él, y levantó las manos otra vez para tirar de los enganches.
Mientras lidiaba con los diminutos corchetes, rozó con los nudillos las marcas rosadas que le arruinaban la piel. Ella se estremeció y un largo suspiro se le escapo.
Peeta miró hacia el espejo y detuvo las manos. La única vez que veía tal éxtasis en la cara de una mujer era cuando estaba profundamente enterrado en su cuerpo.
Una rápida punzada de lujuria lo golpeó en el vientre. La reacción de su cuerpo ante la satisfacción que se reflejaba en los ojos y en los labios de Katniss lo irritó.
-Oh, sí. -Ella respiró profundamente-. No puedes imaginarte lo bien que sienta esto. No había pensado llevar puesto este vestido más que una hora y han sido tres.
Su miembro podía responder, pero no pensaba hacer nada al respecto.
-Snow es un viejo -dijo sin molestarse en disimular la irritación de su voz-. ¿Cómo demonios esperabas que te sacara de aquí?
-Eso ha sido cruel -susurró.
-No esperes amabilidad de mi parte, Katniss -le advirtió, tirando del resto de los enganches-. O te llevarás una decepción.
Ella lo miró.
-Creo que podrías ser simpático si quisieras.
-Claro -dejo caer las manos antes de tocarla-. Si quisiera -dijo, y se fue de la habitación.
Cuando llegó al salón, sintió la mirada de Haymitch.
Peeta se sentó en el sofá y esperó a que Haymitch comenzara a lanzar sus preguntas.
-¿Dónde la recogiste?
-Es una larga historia -contestó, luego explicó la situación sin dejarse nada fuera.
-Dios mío, ¿has perdido el juicio? ¿Qué crees que va a hacer Snow? Prácticamente le has robado a la novia.
-No se la robé. Ella ya lo había dejado.
-Sí. -Haymitch cruzó los brazos y miró ceñudo a Peeta-. En el altar. Un hombre no es propenso a perdonar una cosa como ésa.
-No se enterará -dijo antes de dar un trago a la cerveza.
-Espero que no. Hemos trabajado muy duro para llegar tan lejos -le recordó a su nieto.
-Lo sé -dijo. Peeta le debía todo lo que era a su abuelo. Después de que su padre muriera, su madre y él se habían trasladado a vivir a la casa de al lado de Haymitch.
Cada invierno Haymitch había llenado su patio trasero de agua para que Peeta tuviera un sitio donde patinar. Había sido Haymitch quien le había enseñado a jugar al hockey, llevándolo a los partidos y animandole. Fue su abuelo quien los mantuvo unidos cuando las cosas iban realmente mal.
-¿Vas a «hacerlo» con ella?
Peeta miró a su abuelo.
-¿Qué?
-¿No es así como lo dicen los jóvenes ahora?
-No, no voy a «hacerlo» con ella.
-Sin duda, eso espero. Pero si Snow se entera de que está aquí, pensará que lo has hecho de todas maneras.
-No es mi tipo.
-Claro que lo es -discutió Haymitch-. Me recuerda a esa artista de striptease con la que saliste hace poco, Cocoa LaDude.
-Su nombre era Cocoa LaDuke, y no salí con ella. -Miro a su abuelo. Si bien Haymitch nunca se lo había dicho, Peeta tenía el presentimiento de que no aprobaba su estilo de vida-. No esperaba encontrarte aquí -dijo, cambiando de tema a propósito.
-¿Dónde querías que estuviera?
-En casa.
-Mañana es día seis.
Peeta volvió la mirada a la enorme ventana que daba al océano.
-No necesito que me des la mano.
-Lo sé, pero pensé que te gustaría tomar una cerveza con un amigo.
Peeta cerró los ojos.
-No quiero hablar de Linda.
-No tenemos que hacerlo. Tu madre está preocupada por ti. Deberías llamarla más a menudo.
Peeta rascó la etiqueta de la botella de cerveza.
-Lo haré -convino, aunque supo que no lo haría. Su madre solía portarse como una bruja con él sobre el tema del alcohol. Sabía que tenía razón, pero no necesitaba que se lo recordaran.

Simplemente IrresistibleWhere stories live. Discover now