Capitulo 3

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Katniss miró fascinada una enorme estrella de mar posada en la roca.
El resonar del oleaje en sus oídos y el paisaje que se extendía ante sus ojos contribuyeron a vaciar su mente de todo.
Mientras miraba el océano, sintiéndose como la única persona viva de la tierra, trató de olvidar el pánico que crecía en su interior.
Era hábil en aclararse la mente y reenfocar la atención en otras cosas. Tenía años de práctica. Años de aprendizaje frente a un mundo que bailaba al son de un ritmo que no siempre entendía, pero que había aprendido a simular. Desde los nueve años, había trabajado muy duro para que pareciera que estaba en perfecta sintonía con los demás.
Desde esa fatídica tarde cuando su abuela le había dicho que tenía una disfunción del cerebro, había tratado de ocultar su incapacidad al mundo. La matricularon en una escuela para señoritas donde aprendió modales y cocina, pero nunca llegó a ser una estudiante brillante. Entendía composiciones de diseño y podía leer más allá del nivel de cuarto grado. Ocultaba sus problemas detrás del encanto y los coqueteos, detrás de su voluptuoso cuerpo y su bello rostro. Aunque ahora sabía que era disléxica, seguía ocultándolo. Había sentido un inmenso alivio al descubrirlo, pero todavía le daba vergüenza pedir ayuda.
En la lista de prioridades de Katniss su principal objetivo era el de parecer como cualquier otra persona.
Movió la mano hacia una anémona color verde, acariciando ligeramente la superficie. Los pegajosos tentáculos se cerraron alrededor de sus dedos. Alarmada, saltó hacia atrás. Una ola le golpeó los muslos, se le doblaron las rodillas y se la llevándosela consigo. Sintió el golpe helado del océano en el pecho y se quedó sin respiración. Se le llenó la boca de agua salada y arena mientras pateaba y manoteaba para volver a la superficie. Apoyándose sobre una mano se dio impulso con los pies para gatear hacia la orilla. Cuando alcanzó la seguridad de la arena seca, se dejó caer sobre las manos y las rodillas y tomó varias boqueadas de aire. Comenzaron a castañearle los dientes y notó que la arena se le había metido por todas partes, cuando miró hacia la casa de Peeta rezó para que su contratiempo hubiera pasado desapercibido.
No tuvo suerte. Con las gafas de sol ocultándole los ojos, Peeta caminaba despacio hacia ella tan guapo como para lamerlo de arriba abajo.
Por encima del sonido del oleaje llegó a sus oídos la risa de Peeta. En ese instante ella se olvidó del frío y la arena. Se olvidó de lo guapo que era. Una furia candente le atravesó las venas. Había trabajado toda su vida para evitar el ridículo y no había nada que odiara más que se burlaran de ella.
-Eso ha sido lo más divertido que he visto en mucho tiempo -dijo él con un destello de dientes blancos.
La cólera retumbó en los oídos de Katniss, cerró los puños, y cogió un puñado de arena mojada.
-Demonios, deberías haberte visto -dijo Peeta, sacudiendo la cabeza.
Apoyándose sobre las rodillas Katniss le tiró un puñado de arena, dándole de lleno en el pecho para su total satisfacción.
Peeta dejó de reírse al instante.
-¿Qué diablos...? -maldijo, mirándose la camiseta. Cuando levantó la sorprendida mirada hacia Katniss, ésta aprovechó y le dio en la frente. El pegote de arena golpeó su cara.
Katniss sonrió y alcanzó otro puñado. No le importaba qué pudiera hacerle Peeta.
-¿Por qué no estás riéndote ahora, deportista estúpido?
Peeta apunto a Katniss con el dedo
-Yo no tiraría eso.
Ella se levantó y con un enérgico movimiento de cabeza se apartó un mechón de pelo de la cara.
-¿Te da miedo ensuciarte? -El arqueó una de sus cejas oscuras-. ¿Qué piensas hacer al respecto Machote?
Peeta sonrió. Antes de que Katniss pudiera siquiera emitir un grito, él se movió como el atleta que era y empujó el cuerpo de ella al suelo. Atontada, ella parpadeó y escrutó la cara que estaba sólo a unos centímetros de la de ella.
-¿Qué coño te pasa? -preguntó, sonando más incrédulo que enojado.
-Quítate de encima -exigió Katniss, dándole un puñetazo en la parte superior del brazo. La piel caliente y el duro músculo eran una invitación para su puño y volvió a golpearlo, desahogando su furia. Le pegó por reírse de ella, por insinuar que pensaba casarse con Snow por dinero sin que le faltara razón. Le golpeó por su abuela que había muerto dejándola sola, sola para no hacer más que meter la pata.
-Jesús, Kat -maldijo Peeta. La agarró por las muñecas y se las sujetó contra el suelo a ambos lados de la cabeza-. Basta.
Ella miró su hermoso rostro y le odió. Se odió a sí misma y, aunque odiaba llorar, se le escapó un sollozo.
-Te odio -le susurró, pasándose la lengua por los labios salados.
-En este momento -dijo Peeta con su cara tan cerca de la de ella que podía sentir su aliento cálido en la mejilla-, no puedo decir que sienta afecto por ti tampoco.
El calor del cuerpo de Peeta penetró en su cólera y Katniss se dio cuenta de varias cosas a la vez. Se percató de que la pierna derecha de Peeta estaba acomodada entre las suyas y de que su ingle le presionaba íntimamente el interior del muslo.
Estaba cubierta por su ancho pecho, pero su peso no era en absoluto desagradable. Él era sólido y muy caliente.
-Pero caramba, sí que me das ideas -le dijo Peeta al tiempo que una sonrisa se le empezaba a insinuar en la comisura de los labios-. Malas ideas. -Negó con la cabeza-. Muy malas. -Con el pulgar le presionó el interior de la muñeca mientras deslizaba la mirada por su cara-. No deberías parecer tan atractiva. Tienes la frente sucia, tu pelo es un maldito desastre y estás calada hasta los huesos.
Por primera vez en días, Katniss sintió que pisaba terreno familiar. Una pequeña sonrisa de satisfacción le curvó los labios. No importaba cuánto intentara demostrar lo contrario, a pesar de todo, Peeta se sentía atraído por ella. Y si barajeaba bien sus cartas, podría convencerlo de que la dejara quedarse en su casa hasta que resolviese qué hacer con su vida.
-Por favor, suéltame las muñecas.
-¿Vas a golpearme otra vez?
Katniss negó con la cabeza, sopesando mentalmente cuánto encanto debería usar con él.
Él arqueó una ceja.
-¿Ni a tirarme arena?
-No.
La soltó, pero no se movió de encima de ella.
-¿Te he hecho daño?
-No. -Colocó las manos en los hombros de él y las deslizó hacia abajo, sus duros músculos se tensaron recordándole su fuerza. Peeta no la había atacado como lo haría un hombre cuya intención fuera forzar a una mujer, pero a pesar de todo ella se estaba alojando en su casa. Sólo por ese hecho podía hacerse una idea equivocada.
Antes, cuando parecía que Peeta no se sentía atraído por ella, no se le había ocurrido pensar que él pudiera estar esperando algo más que gratitud. Pero ahora sí.
Luego se acordó de Haymitch y una risita de alivio se le escapó de la garganta.
-Nunca me habían abordado con ese ímpetu. ¿Es tu forma de ligar? -Seguro que Peeta no esperaría que se acostara con él con su abuelo en la habitación de al lado.
-¿Qué pasa? ¿No te gustó?
Katniss le brindó una sonrisa.
-Bueno, podría hacerte algunas sugerencias.
Poniéndose de rodillas, Peeta la miró.
-Ya me parecía a mí que lo harías -dijo, levantándose.
Al instante lamentó la pérdida del calor de su cuerpo.
-Prueba con flores. Es más sutil y transmite el mismo mensaje.
Peeta le tendió la mano a Katniss y la ayudó a ponerse en pie. Nunca enviaba flores, jamás lo había hecho desde el día que puso docenas de rosas sobre el ataúd de su esposa.
Centrando toda su atención en Katniss, la miró pasarse las manos por la cintura y por el trasero para sacudirse la arena.
Deliberadamente, la miró de arriba abajo. Tenía el pelo enredado y arena en las rodillas. Los pantalones cortos se le pegaban a los muslos, y su vieja camiseta se le adhería a los senos como una segunda piel. Tenía los pezones erizados por el frío y parecían pequeñas bayas. Bajo el cuerpo de Peeta, ella se había sentido bien, demasiado bien.
-¿Has llamado a tu tía? -le preguntó mientras se sacudía.
-Ah... todavía no.
-Bueno, puedes llamarla cuando volvamos. - Peeta echó andar por la playa hacia su casa.
-Lo haré-contestó, alcanzándolo y tratando de adaptarse al paso de sus largas zancadas-. Pero es la noche de bingo de tía Octavia, así que no creo que llegue a casa hasta dentro de un rato.
Peeta la recorrió con la mirada.
-¿Cuánto tiempo suele estar en el bingo?
-Bueno, depende de cuántos cartones compre. Pero juga en La Vieja Granja, no jugará mucho por que Doralee Hofferman juega allí. Y hay mucha hostilidad entre Octavia y Doralee desde que en 1979 Doralee robó la receta de ...
-Ya estamos otra vez -suspiró Peeta, interrumpiéndola-. Escucha, Katniss - dijo, y se detuvo para mirarla-. No lograremos pasar de esta noche si no paras de hacer eso.
-¿De hacer qué?
-Divagar.
Katniss abrió la boca sin querer y se llevó la mano al corazón con un gesto de fingida indignación.
-¿Divago?
-Sí, y me pone de los nervios. No me importa nada ni la pelea de tu tía, ni los bautistas, ni las recetas. ¿No puedes hablar como una persona normal?
Ella bajó la vista, pero no antes de que él pudiera ver la mirada dolida de sus ojos.
-¿No crees que hable como una persona normal?
Una punzada de culpabilidad le remordió la conciencia. No quería lastimarla.
-Tampoco es eso. Pero cuando te haga una pregunta debes darme una respuesta en tres segundos, no largarme tres minutos de sandeces que no tienen nada que ver con lo que te he preguntado.
Ella se mordisqueó el labio inferior, después dijo:
-No soy estúpida, Peeta.
-Nunca quise decir que lo fueras -aclaró él-. Mira, Kat -añadió porque parecía herida-, podemos llegar a un acuerdo, si tú no divagas, yo intentaré no comportarme como un asno. -Ella frunció los labios-. ¿No me crees?
Negando con la cabeza, ella se mofó.
-Te he dicho que no soy estúpida.
Peeta se rió. Maldición, esa chica comenzaba a gustarle.
-Vamos. -Señaló la casa con la cabeza-. Parece que te estás congelando.
-Lo estoy -confesó.
Atravesaron la arena fría sin hablar mientras la brisa les traía los sonidos del batir de las olas y los graznidos de las aves marinas. Katniss se adelantó, pero luego se volvió para enfrentarse a él.
-Yo no divago -aclaró.
Peeta se detuvo y la miró a los ojos que habían quedado al nivel de los suyos.
-Katniss, divagas -afirmó -. Pero si te controlas podremos llevarnos muy bien. Creo que podríamos ser amigos por una noche... - Hizo una pausa y dejo la frase inconclusa al no encontrar una palabra mejor; sabía que no la había.
-Me gustaría, Peeta -dijo, esbozando una sonrisa seductora-. Pero me pareció oírte decir que no eras una persona amable.
-No lo soy. -Ella estaba tan cerca que sus senos casi le rozaban el tórax, casi, y se preguntó si estaría coqueteando con él otra vez.
-¿Cómo es posible que podamos ser amigos si no eres amable conmigo?
Peeta deslizó la mirada hacia sus labios. Se sentía tentado a demostrarle lo «agradable» que podía llegar a ser. Se sentía tentado a inclinarse sólo un poco y acariciar con su boca la de ella para saborear esos dulces labios, aceptando la invitación de su seductora sonrisa. Tentado de levantar las manos sólo unos centímetros hasta sujetarla por las caderas y apretarla contra su cuerpo. Tentado de averiguar hasta dónde dejaría ella que vagaran sus manos antes de detenerlo.
Se sentía tentado, pero no estaba loco.
-Muy sencillo. -Le colocó las manos en los hombros y la apartó a un lado-. Pasaré la noche fuera -anunció, subiendo las escaleras.
-Llévame contigo -dijo mientras lo seguía.
-No -negó con la cabeza. No iba a permitir que nadie lo viera con Katniss Everdeen. Ni una sola vez.

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