Capitulo 5

976 78 2
                                    

Katniss se llevó una mano a su corazón dolorido. Asió el lazo blanco del corpiño mientras dentro de su pecho el amor y el odio colisionaban como un martillo de demolición para destrozarle el corazón.
Vestida de nuevo con el traje de novia rosa y las sandalias de tacón alto, luchó contra las lágrimas que se le acumulaban en los ojos.
Cuando vio cómo el Corvette rojo de Peeta se perdía en el tráfico, notó que perdía la batalla. Se le empañó la vista, pero las lágrimas no le proporcionaron alivio alguno.
Ni siquiera al observar desaparecer a Peeta, podía creer que se hubiera deshecho de ella en la acera del Aeropuerto de Seattle-Tacoma. No era sólo que la hubiera abandonado, es que ni siquiera había mirado atrás.
A su alrededor se arremolinaban ejecutivos trajeados o turistas con ropas ligeras de verano. Los maleteros bromeaban con los clientes mientras una voz avisaba por los altavoces de que el área delante del aeropuerto era sólo para carga y descarga. Los sonidos que se mezclaban caóticamente en torno a Katniss eran semejantes al confuso zumbido de su cabeza.
La noche anterior Peeta se había comportado de manera muy distinta al hombre indiferente que la había despertado esa mañana. La noche anterior habían hecho el amor una y otra vez; nunca se había sentido más cerca de un hombre. Y estaba segura de que había sentido lo mismo. Estaba segura de que él no hubiera corrido tal riesgo a menos que ella le importase. Si no hubiera sentido nada por ella, no habría puesto en peligro su carrera con los Chinooks. Pero esa mañana se había comportado como si se hubieran dedicado a ver reestrenos en la tele en lugar de a hacer el amor.
Cuando le anunció que le había reservado un vuelo a Dallas, lo dijo como si estuviera haciéndole un gran favor.
Cuando la había ayudado a ponerse de nuevo el corsé y el vestido de novia rosa, su contacto había sido impersonal. Muy diferente de las cálidas caricias de la noche anterior. Cuando la ayudó a vestirse, Katniss había luchado contra sus confusos sentimientos. Había luchado por encontrar las palabras adecuadas para convencerle de que la dejara quedarse con él, pero él había ignorado sus sutiles sugerencias.
Camino al aeropuerto, había subido tanto el volumen de la música que la conversación había sido imposible. Durante la hora que había durado el trayecto, ella se había torturado con miles de preguntas. Se había preguntado qué habría hecho mal o qué habría sucedido para cambiarlo todo. Sólo su orgullo impidió que desconectara el casete y le exigiera una respuesta. Sólo el orgullo le hizo contener las lágrimas cuando la ayudó a salir del coche.
—El avión sale dentro de una hora. Tienes tiempo de sobra para recoger la tarjeta de embarque y tomar el vuelo —le informó Peeta mientras le daba su neceser de noche.
Sintió como si el pánico le retorciera el estómago. El miedo hizo desaparecer el orgullo y abrió la boca para suplicarle que la llevara de regreso a la casa de la playa, donde se sentía segura. Pero sus siguientes palabras la detuvieron.
—Con ese vestido seguro que vas a obtener al menos dos propuestas de matrimonio antes de llegar a Dallas. No quiero darte consejos de cómo vivir tu vida, Dios sabe lo mucho que he enredado la mía, pero tal vez deberías usar algo más la cabeza cuando elijas a tu próximo novio.
Lo amaba tanto que le dolía y a él no le importaba si se casaba con otro hombre. La noche que habían compartido no había significado nada para él.
—Ha sido un placer conocerte, Katniss —había añadido despreocupadamente, luego se había dado la vuelta y se había ido.
—¡Peeta! —El nombre se le escapó de los labios, a pesar de su orgullo.
Él se había girado, y ella supo que su cara había revelado lo que sentía. Peeta suspiró con resignación.
—Nunca quise lastimarte, pero te dije desde el principio que no me jugaría mi carrera por ti. —Hizo una pausa y añadió—: No es nada personal.
Luego se dio la vuelta, subió a su auto y salió de su vida.
A Katniss comenzó a dolerle la mano y miró hacia abajo, al neceser que sujetaba con fuerza. Tenía los nudillos blancos y aflojó su presa.
Finalmente, se dio la vuelta y entró en el aeropuerto. Tenía que salir de allí.  El sufrimiento la envolvía como una capa de niebla negra. Mantuvo la mirada baja, imaginaba que su pena se traslucía en su cara y que si la gente la miraba atentamente, sabría lo que le pasaba. Se darían cuenta de que a nadie le importaba Katniss Everdeen. Ni en ese estado ni en otro. Había plantado a su única amiga, Magde, y si Katniss se muriese en ese momento, no le importaría a nadie 
Bueno, su tía Octavia sí haría como si le importara. Prepararía la gelatina O'Jell y lloraría como si no estuviera aliviada de no tener que ocuparse más de Katniss.
Por un instante, Katniss se preguntó si su madre se entristecería, pero supo la respuesta antes de ni siquiera pensarlo: no. Katia Jean nunca se entristecería por esa niña a la que nunca había querido.
Entró en la zona de embarque cuando su frágil control comenzaba a quebrarse.
Se sentó de cara a las ventanas y tomó un ejemplar del Seattle Times del asiento de al lado dejan. Miró por la ventana a la pista de aterrizaje y una nítida imagen de la cara de su madre apareció en su mente, recordándole la única vez que se había encontrado con ella.
Había sido el día del entierro de su abuela, había levantado la mirada del ataúd y había visto la cara de una elegante mujer muy bien peinada con el pelo oscuro y los ojos verdes. No habría reconocido quién era si Octavia no se lo hubiera dicho.
Durante un instante la pena por la muerte de su abuela se fusionó en su interior con aprensión, alegría, esperanza y una miríada de emociones conflictivas. Durante toda su vida, Katniss había recreado el momento en que finalmente conocería a su madre.
Mientras crecía, le habían dicho que Katia Jean era demasiado joven y que cuando ella nació no quería tener hijos todavía. Como consecuencia, Katniss llevaba toda su vida soñando con el día en que su madre cambiaría de idea.
Pero cuando Katniss alcanzó la adolescencia, ya había perdido las esperanzas de que se hicieran realidad sus sueños sobre un reencuentro con su madre. Había descubierto que Katia Jean Everdeen era ahora Jean Obershaw, esposa de León Obershaw representante en Alabama, y madre de dos niños pequeños. El día que supo de la otra familia de su madre fue el día en que tuvo que afrontar la cruda realidad. Su abuela había mentido. Katia Jean sí quería tener hijos. Simplemente, no la había querido a ella.
En el entierro de su abuela, cuando Katniss por fin miró a Katia Jean, había esperado no sentir nada. Le sorprendió profundamente encontrar algo en su corazón, todavía albergaba la fantasía de una madre cariñosa.
Se había aferrado al sueño de que su madre podría llenar el vacío que tenía en su interior. A Katniss le temblaron las manos y las rodillas cuando se presentó a la mujer que la había abandonado poco después de nacer. Había contenido el aliento... esperando... anhelando. Pero Katia Jean apenas la miró cuando le dijo:
—Sé quién eres. —Luego se volvió y se dirigió a la parte trasera de la iglesia. Después del funeral desapareció, probablemente de regreso con su marido y sus hijos. De regreso a su vida.
Pensó en su propia vida y en que no debía relacionarse con personas que no podían corresponder a su amor.
Aún le sorprendía que se había enamorado de Peeta Mellark en menos de veinticuatro horas. Sus sentimientos por él habían surgido tan deprisa que apenas podía creerlo. Pero sabía que eran reales. Pensaba en sus ojos azules y en el hoyuelo que aparecía en su mejilla derecha cada vez que sonreía. Pensaba en cómo la rodeaban esos fuertes brazos, haciéndola sentir segura. Si cerraba los ojos, podía sentir sus manos en la espalda, levantándola contra la vitrina como si no pesara nada. No había conocido a ningún otro hombre que la hubiera hecho sentir de la misma manera que Peeta.
«Deberías haberme dicho que eres perfecta», le había dicho, haciendo que se sintiera como la Reina de las fiestas de San Antonio. Ningún hombre la había hecho sentirse tan deseable. Ningún hombre la había dejado destrozada.
Comenzaron a arderle los ojos de nuevo y se le nubló la vista. En los últimos días había tomado algunas decisiones desafortunadas. Lo peor había sido decidir casarse con un hombre lo suficientemente viejo como para ser su abuelo. Luego estaba el haber huido de la boda como una cobarde. Lo único que no había sido una elección había sido enamorarse de Peeta.
Simplemente había ocurrido.
Una solitaria lágrima le resbaló por la mejilla y se la enjugó con el pañuelo.
Ahora tenía que sobreponerse a lo de Peeta. Tenía que retomar su vida.
«¿Qué vida?». No la esperaban ni en casa ni en el trabajo. No tenía ningún familiar con quien hablar y lo más probable era que su única amiga la odiara. Todas sus ropas estaban en poder de Snow, quien —sin ningún género de duda— la despreciaría. El hombre que amaba no le correspondía. Se había deshecho de ella, dejándola en la acera sin mirar atrás.
No tenía a nada ni a nadie salvo ella misma.
—Atención —anunció una voz —, los pasajeros del vuelo 624, con destino a Dallas, deberán embarcar en quince minutos.
Katniss miró la tarjeta de embarque. «Quince minutos». Quedaban quince minutos para subirse a un avión que la llevaría de regreso a nada. Nadie estaría allí para recogerla. No tenía a nadie. Nadie se iba a ocupar de ella. Nadie le diría qué hacer.
Nadie excepto a sí misma. Sólo Katniss Everdeen.
Miró el ejemplar del Seattle Times que estaba encima del neceser de su regazo. Sentía la sobrecarga emocional a flor de piel. Para evitar estallar, se concentró en el periódico. Movió los labios mientras leía lentamente los anuncios clasificados.

Simplemente IrresistibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora