Capitulo 11

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Annie atravesó el vestíbulo del hospital. Si Ray estuviera vivo, no habría podido aguantar cómo su buen amigo y amante, Stan, agonizaba de sida. Él había sido demasiado emotivo, pero Annie no tenía ese problema, siempre había sido más fuerte que su gemelo.
Tenía todo bajo control. Menos mal. Si no fuera así, no habría podido ir al hospital a despedirse de Stan. Sin embargo, estaba muy cerca de sufrir una crisis nerviosa y empezar a llorar por ese hombre que tanto la había ayudado cuando murió su hermano.
Iba a cruzar la quinta avenida hacia su casa cuando una voz la detuvo.
—¡Eh, Annie!
Se detuvo en medio de la calzada y al mirar por encima del hombro, se
encontró con la cara sonriente de Finnick Odair. Una gorra azul de béisbol le daba sombra a los ojos y el pelo castaño claro sobresalía por los bordes. Llevaba tres grandes sticks de hockey sujetos en una mano y apoyados en su ancho hombro. Verle en su barrio era toda una sorpresa. Annie vivía en una zona al este de Seattle que era conocida por estar habitada por gays y lesbianas.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó.
—Llevo unos sticks al hospital.
—¿Para qué?
—Para una subasta.
Annie arqueó una ceja.
—¿Crees que van a soltar pasta por conseguir tus viejos palos de hockey?
—¿Qué te apuestas? —Finnick esbozó una amplia sonrisa—. Soy un gran portero.
Ella negó con la cabeza.
—Eres un creído.
—Lo dices como si fuera algo malo. A algunas mujeres les gusto.
Annie no se sentía atraída por ese tipo de hombre apuesto y presuntuoso.
—Algunas mujeres deben de estar muy desesperadas.
Él se rió entre dientes.
—Y tú ¿qué haces por aquí, Rayito de Sol?
—Iba para casa.
La sonrisa se le borró de la cara.
—¿Vives aquí?
—Sí.
—¿No serás lesbiana, verdad cariño?
—¿Importa?
Él se encogió de hombros.
—Sería una jodida pena, pero explicaría por qué eres tan borde conmigo.
Normalmente Annie no se comportaba de manera tan arisca con los hombres. Pero no le iban los deportistas.
—Que sea borde contigo no quiere decir que sea lesbiana.
—Bueno, ¿lo eres?
—No.
—Eso está mejor. —Él sonrió de nuevo—. ¿Quieres ir a tomar un café a algún sitio?
Annie se rió sin humor.
—Que te den... —Se mofó, acercándose a la acera.
Él estaba yendo hacia la entrada del hospital y la apuntaba con los palos de hockey.
—Si realmente quieres ver algo bueno y te pones algo un poco femenino tal vez te llevé al cine Triple X. Ponen La orgía francesa.
—Estás enfermo —masculló, y cruzó la avenida. Apartó de su mente a Finnick.
Tenía cosas más importantes en qué pensar y no incluían a un jugador de hockey.

                                  ****
Peeta evaluó a Katniss con una rápida mirada.
Eran las diez de la mañana, pero ella estaba descansada y absolutamente perfecta. Se había recogido el pelo en un moño y llevaba unos pendientes de brillantes. Vestía uno de esos horribles trajes de ejecutivas que ocultaban el escote y cubrían las rodillas.
-¿Las has traído? -le preguntó al tiempo que se apartaba de la puerta para dejarla entrar en la casa flotante. Cuando ella pasó, él levantó el brazo un poco y se olfateó con rapidez. No olía demasiado mal, pero quizá debería haberse dado una ducha después de correr.
—Sí, traje varias.— Katniss se encaminó al salón y él la siguió—. Te aseguro que vas a salir ganando.
—Déjame verlas primero. —Mientras ella rebuscaba él la repasó de arriba abajo. Su atuendo la hacía parecer casi asexual, casi. Pero su boca demasiado carnosa y roja. Y su cuerpo... bueno, demonios, no importaba lo que vistiera, nada podía ocultar el tamaño de sus senos.
—Aquí están —dijo, mostrándole una foto.
Él tomó la foto de Prim y se aproximó al sofá de cuero. Era una foto de la escuela en la que miraba a la cámara con una amplia sonrisa.
—¿Qué tal las notas en el colé?—preguntó él.
—No hay notas en la guardería.
—¿Y cómo se sabe si está aprendiendo lo que debe?
—Los evalúan dos veces en todo el ciclo. Gracias a Dios, lee y escribe palabras simples bastante bien. Temía que no pudiera.
El la miró.
—¿Por qué?
Katniss esbozó una sonrisa.
—Por nada.
Estaba mintiendo, pero no quería discutir con ella.
—Odio que hagas eso.
—¿El qué?
—La forma en que sonríes cuando no quieres hablar de algo.
—No te quejes. Hay muchas cosas que no me gustan de ti.
—¿Como cuáles?
—La primera es que robaras esa horripilante foto de mi oficina. No me gusta el chantaje.
No había tenido ninguna intención de chantajearla. Había cogido la foto porque quiso. No había otra razón. Le gustaba mirar su hermosa cara y su barriga de embarazada tan enorme por su bebé. Cuando la vio, se le había hinchado el pecho de orgullo, luego se había sentido avergonzado por el desfasado machismo que eso demostraba.
—Kat, Kat —suspiró él—. Pensaba que habíamos aclarado esas feas acusaciones anoche por teléfono. Ya te lo he dicho, simplemente «tomé prestada» esa foto —mintió. No había tenido intención de devolvérsela, pero entonces le había llamado gritándole por robársela y había decidido utilizar esas emociones en su beneficio.
—Ahora dame la foto que robaste.
Peeta negó con la cabeza.
—No hasta que la reemplaces con una de valor igual o superior. En ésta tiene sonrisa de patata —dijo, y la colocó sobre la mesa —. ¿No hay más?
Le pasó otra foto. Él clavó los ojos en su maquillada hija que llevaba largos pendientes de diamantes. Frunció el ceño y la tiró sobre la mesa.
—Creo que no.
—Ésa es su favorita.
—Entonces me lo pensaré. ¿Hay más?
Ella lo miró con el ceño fruncido y se inclinó hacia adelante para rebuscar más profundamente en el bolso. En ese momento se le abrió la abertura lateral de la falda, deslizándosele por encima del muslo y mostrando un liguero con un lazo azul. ¡Santa Madre de Dios!
—¡¿A dónde vas vestida así?!
Ella se enderezó y cerró la falda
—Tengo una cita con una clienta —Le pasó otra foto, pero él no la miró.
—Creo que has quedado con tu novio.
—¿Gale?
—¿Tienes más de uno?
—No, no tengo más de uno y te aseguro que no he quedado con él.
Peeta no la creyó. Las mujeres no llevaban puesta esa ropa interior a no ser que tuvieran planeado mostrársela a alguien.
—¿Quieres un café? —Se levantó antes de que su imaginación lo arrastrase a una fantasía de muslos suaves y lazos azules.
—Claro.— Katniss lo siguió a la cocina.
—No le he caído bien a Gale —informó Peeta mientras vertía café en dos tazas.
—Me dio la impresión de que a ti tampoco te había caído bien.
—No me cayó bien —dijo, pero su aversión no era algo personal. Peeta odiaría a cualquier hombre que se metiera en la vida de Prim en ese momento—. ¿Vas en serio con él?
—No es asunto tuyo.
Tal vez, pero iba a profundizar en el asunto de todas maneras.
—Tu novio es asunto mío si pasa tiempo con mi hija.
—Prim ha visto a Gale dos veces y parece que le gusta. Tiene una hija de diez años y les gusta jugar juntas.
—Si Prim sólo lo ha visto dos veces, no hace mucho que sales con él.
—No, no hace mucho. —Frunció los labios un poco y probó el café.
Peeta la observó tomar el sorbo. Apostaría lo que fuera a que ni siquiera se había acostado con él. Eso explicaría por qué el hombre se había mostrado tan hostil con Peeta.
—¿Qué va a decir cuando se entere de que Prim y tú venís a Cannon Beach conmigo?
—Nada. No vamos a ir.
Él se había pasado la noche buscando una manera de convencerla. Iba a apelar a sus sentimientos. Todo lo que ella sentía estaba allí mismo en esos ojos grises. Si bien trataba de ocultar sus sentimientos detrás de sus dulces sonrisas, Peeta se había pasado la vida leyendo en las caras de los hombres más duros y cabezotas. Katniss no tenía ninguna posibilidad ante él. Apelaría a su lado maternal. Si eso no funcionaba, improvisaría.
—Prim necesita pasar más tiempo conmigo y yo establecer una relación con ella. No sé demasiado de niñas —confesó con un encogimiento de hombros—, pero me compré un libro sobre el tema. Explica que la relación que una chica tiene con su padre podría determinar la manera de relacionarse con los hombres a lo largo de su vida. Dice que si la figura paterna no está presente, o si es un maltratador, se podría convertir en una put... eh..., en una chica ligera de cascos.
Katniss miró a Peeta largo rato. Sabía por experiencia que estaba en lo cierto. Ella había sido un desastre en las relaciones personales. Pero eso no la convencería de pasar las vacaciones con él.
—Prim puede conocerte aquí. Ir de vacaciones los tres juntos es invitar al desastre.
—No somos nosotros tres lo que te preocupa. Se trata de nosotros «dos». —Él la señaló y luego se señaló a sí mismo—. Tú y yo.
—Tú y yo no nos llevamos bien.
Él cruzó los brazos.
—Creo que tienes miedo de que nos llevemos bien, demasiado bien. Tienes miedo de acabar en mi cama.
—No seas absurdo. —Ella puso los ojos en blanco—. No me gustas nada y no me tientas ni un poquito.
—No te creo.
—No me importa lo que creas.
—Lo que temes es que una vez que estemos solos, no puedas resistirte y acabes en la cama conmigo.
Katniss se rió. Peeta era rico y guapo. Era un deportista famoso y tenía el cuerpo fornido de un guerrero. Pero no iba a acabar en su cama.
—Deberías ser más realista.
—Creo que tengo razón.
—No. —Ella negó con la cabeza —. Estás equivocado.
—Pero no tienes de qué preocuparte —continuó él—, soy inmune a ti. Eres muy hermosa y Dios sabe que tienes un cuerpo tan perfecto que tentaría a cualquiera, pero créeme, no a mí.
  Su explicación la picó más de lo que quería admitir. En secreto, ella quería que él se consumiera de deseo cada vez que ponía los ojos en ella. Quería que se diera de tortas por haberse deshecho de ella de la forma en que lo hizo. Katniss arqueó la ceja como si no le creyera y señaló la mesita de café.
—¿Qué fotos quieres?
—Déjalas todas.
—Estupendo. —Tenía copias en casa—. Dame la foto que me robaste.
—Un momento. —Él la agarró del brazo y la miró fijamente a los ojos—. Estoy tratando de decirte que estarías segura en mi casa. Podrías arrancarte la ropa y caminar desnuda y ni siquiera así te miraría.
Ella sintió que su antiguo ego emergía para rescatar su orgullo, la antigua
Katniss sólo estaba segura de algo y era del efecto que causaba en los hombres.
—Cariño, si me quitase la ropa, los ojos se te saldrían de las órbitas y te daría un infarto.
—Te equivocas, Cielito. Lamento herir tus sentimientos, pero te encuentro completamente resistible —le dijo, mientras dejaba caer la mano y hería el orgullo de Katniss un poco más—. Podrías golpearme la cabeza con un stick y meterme la lengua en la boca y, aún así, no respondería.
—¿A quien tratas de convencer, a mí o a ti mismo?
Él la miró de arriba abajo.
—Sólo expongo los hechos.
—Ajá. Bueno, entonces yo te expongo los míos. —Ella hizo lo mismo que él y lo repasó de arriba abajo. Comenzó por las musculosas pantorrillas y subió por los muslos poderosos, la cintura, el amplio pecho y los hombros anchos hasta su apuesta cara. Parecía el típico machote sudoroso—. Antes besaría a un pez muerto.
— Kat, he visto a tu novio. Ya besas a un pez muerto.
—Mejor a él que a un estúpido deportista como tú.
Peeta entrecerró los ojos.
—¿Estás segura?
Ella sonrió, satisfecha de haberlo molestado.
—Por completo.
Antes de que ella supiese lo que sucedía, Peeta le rodeó la cintura y la atrajo con fuerza hacia su cuerpo.
—Abre la boca y di «ah» —le dijo mientras posaba la boca con dureza en la de ella. Katniss jadeó de sorpresa.
Sus ojos azules se perdieron en los de ella, luego él suavizó el beso y ella sintió cómo le rozaba el labio inferior con la punta de la lengua. Le lamió la comisura de la boca y le succionó ligeramente los labios. Peeta cerró los ojos y la apretó más contra su pecho.
Un escalofrío ardiente recorrió la espalda de Katniss y le erizó el vello de la nuca. La boca de Peeta era caliente y mojada y, antes de poder pensar en nada más, le devolvió el beso. Le rozó la lengua con la suya y el calor se incrementó. Luego tan repentinamente como había comenzado, él la apartó con brusquedad.
—¿Ves? —le dijo, respirando profundamente y expulsando el aire con lentitud—. Nada.
Katniss parpadeó y lo observó, parecía tan frío como un día de diciembre.
Ella todavía podía sentir la presión de su boca en la suya. La había besado y ella se lo había permitido.
-No hay ninguna razón por la que nosotros dos no podamos compartir casa durante una semana. -Él se limpió el labio inferior con el pulgar, borrando la mancha roja-. A menos, claro está, que hayas sentido algo con este beso.
—No. Nada de nada —afirmó, y curvó la boca esbozando una falsa sonrisa.
Pero había sentido algo. Aún lo sentía. Algo cálido e ingrávido en la boca del estómago. Le había permitido besarla y no sabía por qué.
Agarró el bolso y se dirigió a la puerta antes de empezar a gritar, a llorar o a ponerse en ridículo de cualquier otra manera.
Responder al beso de Peeta había sido de lo más estúpido.
Mientras caminaba hacia el coche, se percató de que se había ido tan rápido que se había olvidado de la foto que le había robado. Pues bien, no iba a volver a por ella.
No ahora. Y tampoco iba a ir a Oregón con él. De ninguna manera. «Jamás». No iba a ocurrir.
                           
                                  ****
Peeta permanecía de pie sobre la cubierta trasera de su casa.
La había besado. La había tocado. Y ahora lo lamentaba. Le había dicho que no había sentido nada. Pero si se hubiera molestado en mirarlo, ella habría sabido que mentía.
No sabía por qué la había besado, tal vez había querido demostrarle que estaría a salvo en su casa de Oregón. O puede que fuera por que le había dicho que antes besaría a un pez muerto que a él. Pero lo más probable era que hubiera sido porque ella era preciosa y sexy y llevaba puesto un liguero con lazos azules y, sobre todo, porque quería saborear esos labios. Sólo un beso rápido. Una mera demostración. Eso era todo lo que había querido. Pero en cambio había obtenido más. Se había sentido invadido por la lujuria y le había palpitado la ingle. Un doloroso infierno y ninguna forma de aplacarlo.
Peeta se quitó los zapatos y se lanzó al agua helada para enfriarse. No cometería ese error otra vez. No más besos. Ni más caricias. Y nada de pensar en Katniss desnuda.

Simplemente IrresistibleTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon