Capitulo 9

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—¡Eh, miradme!
Annie levantó la mirada mientras Prim pasaba arrastrando una cometa rosa tras ella.
—Lo haces muy bien —gritó Annie.— luego se giró hacia Katniss —. ¿Qué tratas de probar? —le preguntó.
—No trato de probar nada —contetstó, colocando una bandeja con rollitos de salmón y paté ahumado
Annie pasó la mirada sobre la comida.
— Parece que quieres demostrarle a alguien que sabes cocinar.
—Cogí lo que había en el congelador del trabajo, eso es todo —contestó Katniss.
La torre de fruta no la había traído del trabajo.
— Katniss, no tienes que demostrar que eres una triunfadora ni una buena madre. Yo sé que lo eres y tú también lo sabes, ¿por qué te molestas en impresionar a un cabezota?
Katniss  coloco los canapés.
—Le dije a Peeta que trajera a un amigo, así que no creo que venga solo. Y no estoy tratando de impresionarle. No me importa lo que piense.
   Fuera o no su intención, Katniss estaba intentando impresionar al hombre que se había deshecho de ella siete años antes. Su aspecto era demasiado perfecto para un día en el parque. Tenía el pelo recogido. Unos aros dorados le brillaban en las orejas y el maquillaje era perfecto. Lleva un vestido verde esmeralda.
Estaba demasiado perfecta para ser una mujer a la que no le importaba impresionar al padre de su hija.
—¿Qué le has dicho a Prim? —preguntó Annie.
—Sólo le dije que a lo mejor venía Peeta al picnic. No quería darle demasiadas esperanzas. No estoy convencida de que Peeta quiera formar parte de la vida de Prim para siempre. No puedo quitarme de la cabeza la idea de que tarde o temprano se cansará de jugar a ser papá.
Cambiaron de tema cuando Prim se dirigió hacia ellas arrastrando la cometa.
—Ya no puedo correr más —dijo sin aliento.
—Lo has hecho muy bien, cariño —la elogió Katniss—. ¿Quieres un zumo?
—No. ¿Por qué no vienes conmigo para ayudarme a volar la cometa?
—Ya hemos hablado de eso. Sabes que no puedo correr.
—Lo sé —suspiró Prim —. Se te mueven los pechos y eso te duele. —Miró a Annie—. ¿Por qué no me ayudas tú?
—Lo haría, pero no llevo sujetador.
—¿Por qué? —quiso saber Prim—. Mi mamá lo lleva.
—Bueno, tu mamá lo necesita, pero la tía Annie no. —Estudió a la niña un breve momento, luego preguntó—: ¿Dónde está todo el maquillaje que llevas normalmente en la cara?
—Mamá me ha prometido un gatito de peluche si no lo llevaba hoy.
—Yo te dije que te compraría un gatito de verdad si no lo llevabas nunca más.
—Mamá dice que no puedo tené ni gatito, ni perro, ni nada.
—Es cierto —dijo Katniss y miró a Annie—. Prim no es lo suficientemente mayor para hacerse responsable de una mascota y no quiero tener que hacerlo yo. Dejemos el tema. — Katniss hizo una pausa, luego dijo en un susurro—: Puede llegar a obsesionarse como con... bueno, ya sabes.
Sí, Annie lo sabía. Durante los últimos seis meses, Prim le había estado dando la lata a Katniss para que le diera un hermanito o hermanita.
Annie vio que dos hombres muy grandes caminaban hacia ellas. Reconoció al que llevaba una camisa blanca como Peeta Mellark. No reconoció al otro hombre, que era ligeramente más bajo y menos corpulento.
El estómago le dio un vuelco y pensó que si ella estaba nerviosa, Katniss estaría próxima al infarto.
—Prim límpiate la hierba del vestido —dijo Katniss mientras le temblaba la mano.
Annie había visto a Katniss perturbada, pero nunca tanto como hasta ahora.
—¿Estás bien? —susurró.
Katniss asintió con la cabeza y Annie observó cómo componía una sonrisa y se metía de lleno en el papel de anfitriona.
—Hola, Peeta —dijo Katniss cuando los hombres se acercaron—. Espero que no tuvieses problemas para encontrarnos.
—No. Ninguno —contestó él, deteniéndose justo delante de ella
Durante unos embarazosos segundos, sólo se quedaron mirándose. Luego Katniss centró la atención en el otro hombre
—. Debes de ser el amigo de Peeta.
—Finnick Odair —sonrió y le tendió la mano.
Mientras Katniss le estrechaba la mano, Annie estudió a Finnick. Con un vistazo superficial decidió que su sonrisa era demasiado agradable. Era demasiado grande, demasiado guapo. No le gustó.
—Me alegro de que pudieras reunirte hoy con nosotros —dijo Katniss a Finnick, luego presentó los dos hombres a Annie.
Peeta y Finnick la saludaron al mismo tiempo.
—Éste es el señor Odair y ya recuerdas al señor Mellark, ¿no es cierto, Prim? —inquirió Katniss, continuando con las presentaciones.
—Sí. Hola.
—Hola, Prim. ¿Cómo estás? —preguntó Peeta.
—Pues —empezó Prim con un suspiro melodramático—, ayer me lastimé el dedo del pie y me golpeé el codo muy fuerte con la mesa, pero ahora estoy mejor.
Peeta se preguntó qué le decían los padres a las niñas que se lastimaban los dedos y se golpeaban los codos.
—Me alegra oír que estás mejor —fue todo lo que se le ocurrió decir. Se le quedó mirando y se dio el gusto de observarla como había querido hacer desde que supo que era su hija. Le examinó la cara, sin labial ni sombra de ojos, era como si en realidad la viera por primera vez. Vio las diminutas pecas color café que le salpicaban la pequeña nariz. Tenía la piel suave y los cachetes rosados como si hubiera estado corriendo. Los labios eran carnosos como los de Katniss, pero sus ojos eran como los de él.
—Teno una cometa —dijo ella.
—¿Sí? Qué bien —dijo, preguntándose de qué demonios podía hablar con ella.
Estaba con niños a menudo y nunca había tenido problemas para hablar con ellos. Pero por alguna razón ahora no podía pensar en nada de qué hablar con su hija.
—Bien, hace un día precioso para un picnic —dijo Katniss —. Hemos traído un pequeño almuerzo. Espero que  tengan hambre.
—Yo estoy hambriento —confesó Finnick.
—¿Y tú, Peeta?
Observó a Prim caminando hacia su madre,
—¿Yo qué? —preguntó, levantando la vista.
Katniss lo miró.
—¿Tienes hambre?
—No.
—¿Quieres un vaso de té helado?
—No
—Bien —dijo Katniss con una sonrisa vacilante—. Prim, ¿le das un plato a Annie y Finnick mientras sirvo?
Peeta sentía los mismos temblores que antes de los partidos. Prim lo asustaba y no sabía por qué.
—Señor «Muro», ¿le gustaría tomar un zumo? —preguntó Prim.
Él la miró mientras sentía cómo si alguien le hubiera pegado.
—¿De qué es el zumo?
—Frambuesa o fresa.
—Frambuesa —contestó.
Prim corrió hacia la nevera.
—Oye, «Muro», deberías probar estos rollitos de salmón —aconsejó Finnick, llenándose la boca.
—Me alegro de que te gusten. —Katniss se giró hacia Finnick y sonrió, pero no con la sonrisa falsa que le había dirigido a Peeta—. No estaba segura de haber cortado las rodajas de salmón lo suficientemente finas. Ah, y espera a probar las costillitas. La salsa está para morirse. —Miró a su amiga—. ¿No crees, Annie?
Ella se encogió de hombro.
—Claro
Katniss se volvió hacia Finnick.
—¿Por qué no pruebas el paté? —No esperó la respuesta.— ¿Ya observaron la mesa? Hay una colección de animalitos vestidos para el picnic.
Peeta clavó los ojos en un Chia Pig que llevaba gafas de sol y bufanda. Un extraño cosquilleo le bajó por la nuca.
—Prim y yo pensamos que hoy sería la ocasión perfecta para que exhibiera la colección de verano de alta costura para animalitos.
—¿Alta costura para animalitos? — Finnick sonaba tan incrédulo como se sentía Peeta.
—Sí. A Prim le gusta hacer ropa para los animales de porcelana que tenemos.— Katniss continuó hablando — La bisabuela Chandler, diseñaba ropa para pollos. Solía hacer algunas capas con capuchas para los pollos de la familia. Prim ha heredado el ojo de la bisabuela para la moda y continúa una tradición familiar.
—¿Estás hablando en serio? —preguntó Finnick incrédulo.
—Te lo juro.
Peeta sintió que lo envolvía un déjá vu.
—Oh, Dios mío.
Katniss lo miró y él la vio tal como era hacía siete años, una bella joven que había divagado sobre los bautistas. Miró los ojos grises y esa boca excitante. Recordó aquel cuerpo de infarto con la bata de seda. Lo había vuelto loco con miradas insinuantes y una voz dulce como la miel. Y, aunque odiaba admitirlo, no era inmune a ella.
—Señor «Muro».
Peeta sintió un tirón en la cinturilla de los pantalones y miró a Prim.
—Aquí tiene su zumo.
—Gracias —le dijo y tomó la pequeña caja de cartón.
Se llevó el zumo a la boca.
—Está bueno, ¿verdad?
—Mmm —dijo, intentando no hacer una mueca.
Ella cogió rápidamente una servilleta de papel para él y Peeta la tomó. Estaba doblada con una forma que no reconoció.
—Es un conejo.
—Sí. Ya lo veo —mintió.
—Teno una cometa.
—¿Sí?
—Sí, pero no puedo volarla. Mi mamá lleva sujetador pero no puede correr. — Meneó la cabeza con tristeza—. Y Annie no puede correr porque no lleva puesto el sujetador.
El silencio cayó como una cortina pesada. Peeta levantó la mirada a las dos mujeres. Ambas estaban paralizadas.
Peeta tosió en su servilleta-conejo intentando disimular la risa.
Finnick miró a Katniss y luego a su amiga.
—¿Es eso cierto, corazón? —le preguntó con una gran sonrisa.
Annie miro a Finnick con el ceño fruncido. Finnick o no lo vio o no quiso verlo. Peeta apostaría por lo último.
—He estado pensando en adherirme al movimiento NOW.
—Dudo que reconocieras a una feminista aunque te mordiera el culo.
Finnick sonrió.
—Nunca me ha mordido el culo ninguna mujer. Pero me ofrezco voluntario si lo haces tú.
Cruzando los brazos, Annie dijo:
—Por tu falta de modales y el chichón de tu frente, es de suponer que juegas al hockey.
Finnick miró a Peeta y se rió. Que le echaran mierda y que le resbalara era una de las cosas que más le gustaban a Peeta de Finnick.

Simplemente IrresistibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora