Capitulo 16

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Annie se preguntó si no habría sido un error sentarse en la terraza mientras echó un vistazo al reloj.
—No viene —se dijo a sí misma. Era viernes por la noche. Y parecía que se había pintado los labios y los ojos para nada. Incluso se había puesto un vestido. Un bonito vestido negro sin absolutamente nada debajo. Se estaba congelando y su último amante, Ted,  no daba señales de vida.
Probablemente lo habría retenido su esposa, pensó.
No iba a esperarlo más. No estaba tan desesperada.
—Hola, ¿qué hace una chica como tú en un sitio como éste?
Annie levantó la mirada, frunció el ceño.
—Y pensar que creía que la noche no podía ir peor.
Finnick Odair se rió y se dirigió a los hombres que iban con él.
—Seguan adelante —dijo, tomando una silla de la mesa de Annie—, me reuniré con vosotros en un momento.
Annie agarró el bolso.
—Ya me iba.
—Puedes quedarte y tomar una copa, ¿no?
—No.
—¿Por qué no?
«Porque me estoy congelando», pensó.
—¿Por qué iba a querer hacerlo?
—Porque invito yo.
Las copas gratis nunca habían sido un incentivo para Annie, pero justo en ese momento una camarera pelirroja se acercó a la mesa y comenzó a hacer el tonto. Se restregó contra el hombro de Finnick y, en resumen, hizo de todo menos ponerse de rodillas para hacerle una mamada. Le pidió a Finnick un autógrafo, pero para su sorpresa él declinó.
—Pero te diré que haremos —le dijo a la camarera—. Si me traes una caña y... — Fijó la mirada en Annie—. ¿Qué estás bebiendo? — preguntó.
Ella no podía irse. No cuando ella la estaba fulminando con los ojos. Las mujeres nunca estaban celosas de Annie Cresta.
—Kahlua con crema.
—Si me traes una caña y una Kahlua con crema, te estaría realmente agradecido —terminó.
—¿Cómo de agradecido? 
Finnick se rió por lo bajo.
— Oye, de verdad que no estoy interesado.
Cuando se marchó, Finnick fijó la mirada en el trasero de la mesera.
—Creía que no estabas interesado —le recordó Annie.
—No hay nada malo en mirar —dijo, centrando la atención en Annie—, pero no es tan bonita como tú.
Annie estaba segura de que él decía eso a todas las mujeres que conocía y no se sintió halagada.
Finnick se quitó la cazadora de cuero y se la pasó por encima de la mesa.
—¿Se me ve la piel de gallina desde ahí? —preguntó mientras aceptaba agradecida la cazadora.
Él sonrió.
—¿Qué contestas a mi pregunta? —le preguntó.
—¿Qué pregunta?
—¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste?
—¿Como yo?
—Sí. —Él sonrió—. Dulce. Encantadora. Supongo que atraerás a un montón de hombres con esa personalidad tuya.
Ella no creyó que estuviera siendo gracioso.
—¿Quieres saber de verdad por qué estoy aquí?
—Por eso pregunté.
Podía inventarse algo. Pero al final decidió impresionarlo con la
verdad.
—Espero a mi amante casado, vamos a tener sexo duro toda la noche.
—¡Joder!
Lo había dejado anonadado, bien. Ahora sería de esperar que le largara un rollo sobre la integridad.
—¿Toda la noche?
Decepcionada por esa reacción, ella se reclinó.
—Bueno, íbamos a tener sexo duro, pero no ha aparecido. Supongo que no pudo escaparse.
La camarera se acercó para dejar las bebidas en la mesa. Cuando colocó la
cerveza de Finnick delante de él, le susurró algo al oído. Él negó con la cabeza.
La camarera apenas se había alejado cuando Annie preguntó:
—¿Qué quería esta vez?
Finnick se llevó la cerveza a los labios y tomó un largo trago.
—Saber si Peeta iba a aparecer esta noche.
—¿Y vendrá?
—No, pero aunque estuviera aquí, ella no es su tipo.
—¿Y cuál es su tipo?
Finnick sonrió.
—Tu amiga.
Cuando él sonreía y se le iluminaban los ojos de esa manera, Annie podía
entender por qué algunas mujeres lo encontraban tan atractivo.
—¿Katniss?
—Sí.. A él le gustan las mujeres como ella. Si no fuera así, no lo estaría pasando tan mal. Lo ha dejado destrozado.
Annie casi se atragantó con la bebida.
—¿Que lo ha dejado destrozado? Katniss es una persona estupenda y él ha convertido su vida en un infierno.
—Yo de eso no sé nada. Sólo conozco la versión de Peeta, y cuando se enteró de la existencia de Prim se quedó helado. Estuvo unos días tenso y con los nervios de punta. Sólo hablaba de ella. Canceló un viaje a Cancún que llevaba meses preparando y pasó también de la Copa Mundial. En vez de eso invitó a Prim y a Katniss a su casa de Oregón.
—Sólo porque quería conseguir con mentiras que Katniss confiara en él para joderla bien jodida.
Él se encogió de hombros.
—Y sobre eso de que él está herid....
—¿Annie? —Les interrumpió una voz masculina. Ella alzó la mirada para encontrarse a Ted que estaba de pie al lado de la mesa—. Siento el retraso, pero he tenido problemas para llegar.
Ted era bajo y delgado y Annie se fijó por primera vez que llevaba los pantalones muy subidos. Parecía muy enclenque al lado del pedazo de hombre sentado a su lado
—Hola, Ted —lo saludó Annie y luego le presentó a Finnick—. Éste es Finnick Odair.
Ted sonrió y le tendió la mano al conocido portero.
Finnick ni sonrió ni le dio la mano a Ted. Se levantó y miró fijamente al hombre.
—Sólo voy a decírtelo una vez —dijo con voz calmada—. Vete al infierno o te daré una paliza.
La sonrisa de Ted y su mano cayeron al mismo tiempo.
—¿Qué?
—Si te acercas a Annie otra vez, te golpearé hasta que no seas más que un muñón ensangrentado.
—¡Finnick! —jadeó Annie.
—Luego cuando tu esposa vaya al hospital para identificar tu cuerpo, le contaré por qué tuve que patearte el culo.
Annie se puso de pie colocándose entre los dos hombres
—Está mintiendo. No te va a hacer daño.
Ted pasó la mirada de Finnick a Annie, luego sin decir ni una palabra  prácticamente corrió del lugar.
Annie se acercó a Finnick y comenzó a darle puñetazos en el pecho.
—¡Eres un matón! —Las personas que estaban sentadas cerca comenzaron a
mirarla, pero no le importó.
—Ay. —Él levantó la mano y se frotó el pecho—. Para ser tan pequeña, pegas
bastante fuerte.
—¿Qué te pasa? Era mi cita —se enfureció Annie.
—Sí, y deberías estarme agradecida. Qué gusano.
Ella sabía que Ted era un poco gusano, pero era un gusano atractivo. Tomó el bolso de la mesa y miró al final de la calle. Si se apuraba, aún podría alcanzarlo. Cuando se estaba marchando, sintió que unos dedos le apretaban el brazo.
—Deja que se vaya.
—No. — Annie trató de liberar el brazo, pero no pudo—. Maldito seas —juró mientras veía desvanecerse la última posibilidad de alcanzar a Ted —. Seguro que ya no me llamará más.
—Seguro que no.
—¿Por qué lo has hecho?
Él se encogió de hombros.
—No me gustó.
—¿Y a quién le importa? No necesito tu aprobación.
—No es el hombre que necesitas.
—¿Cómo lo sabes?
Él le sonrió.
—Porque te aseguro que ese hombre soy yo.
Annie se rió.
—Debes de estar bromeando.
—Estoy hablando en serio.
—Eres exactamente el tipo de tío con el que no salgo nunca.
—¿Qué tipo?
Ella se miró el brazo que él sujetaba con fuerza.
—El de los machotes musculosos y egocéntricos. Hombres que creen que
pueden mangonear a los que son más pequeños y débiles.
Finnick le soltó el brazo.
—No soy un egocéntrico y no trato mal a la gente.
—¿En serio? ¿Y que es lo que acaba de pasar con Ted?
—Ted no cuenta —puso la chaqueta sobre los hombros de Annie otra vez—, pero seguro que él sí tiene el síndrome ese de los que mangonean a los débiles y pequeños. Seguro que golpea a su mujer.
Annie lo miró ceñudamente ante tan escandalosa suposición.
—¿Y qué pasa conmigo?
—¿Contigo?
—A mí me tratas mal.
—Cariño, tú sí que me tratas mal.
Le subió el cuello de su cazadora hasta la barbilla y le puso las manos sobre los hombros.
—Y creo que te gusto más de lo que quieres admitir.
Annie cerró los ojos. Esto no podía estar pasando.
—Ni siquiera me conoces.
—Sé que eres hermosa y que pienso todo el tiempo en ti. Me siento muy atraído por ti, Annie.
Sus ojos se abrieron de par en par.
—¿Por mí? —Los hombres como Finnick no se sentían atraídos por ella—. No tiene gracia.
—No creo que la tenga. Me gustaste desde la primera vez que te vi. ¿Por qué crees que te he estado llamando?
—Pensé que te iba eso de acosar a las mujeres.
Él se rió.
—No. Sólo a ti. Tú eres especial.
Por un momento Annie se permitió creerlo. Por un momento se sintió halagada por las atenciones, pero no tenía intención de salir con él.
—Eres realmente imbécil —dijo ella.
—Espero que me des la oportunidad de hacerte cambiar de idea. Nunca me había sentido atraído por alguien que me odiara.
—No te odio —confesó.
—Bueno, eso es un principio. — Le inclinó la barbilla—. ¿Todavía tienes frío?
—Un poco. —El calor de esas manos en la garganta se extendió hasta su vientre.
Estaba sorprendida y algo pasmada ante esa reacción.
—Quiero ir a casa.
La decepción asomó en la mueca que esbozó Finnick.
—Te acompañaré al coche.
—Vine en taxi.
—Entonces te llevo a casa.
—De acuerdo, pero no te invitaré a entrar —dijo ella. Finnick Odair era guapo y tenía éxito, pero, aunque se comportaba como un perfecto caballero, no era su tipo. —Te lo digo en serio. No puedes entrar.
—Vale. Si quieres, te prometo que ni siquiera me bajaré de la moto.
—¿Moto?
—Bueno, vine en la Harley. Te va a encantar.
Le pasó el brazo sobre los hombros y se dirigieron hacia la entrada del bar.
—No puedo montar contigo en una moto.
—No dejaré que te caigas.
—No estoy preocupada por eso. —Ella lo miró a la cara—. Es que no llevo ropa interior.
Él se quedó helado durante unos segundos, luego sonrió.
—Bueno, quién lo iba a decir. Ya tenemos algo en común. Yo tampoco.

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