Capitulo 8

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En la televisión, Pavel Bure golpeó a Jay Wells en la cara tirandolo al hielo.
—Demonios, ese Bure es una pasada. Una sonrisa curvó los labios de Peeta cuando se dirigió a sus tres invitados: Finnick «Cavernícola» Odair, Castor «Tronco» Ulanov y Pollux «Enterrador» Dupre.
Sus tres compañeros de equipo se habían dejado caer en la casa flotante de Peeta para ver el partido de los Dodgers contra los Atlanta Braves.
—Al menos no es tan penoso como Jagr que es marica perdido. —dijo Pollux con su acento Canadiense—.
Castor entrecerró.
—¿Jaromir Jagr es marica? —preguntó.
Finnick sacudió la cabeza al tiempo que esbozaba una sonrisa, luego hizo una pausa y miró a Peeta.
—¿Qué opinas tú, «Muro»?
—Jagr golpea demasiado fuerte para ser marica —contestó con indiferencia—. Sólo lo parece.
—Ya, pero lleva puestas todas esas cadenas de oro al cuello —sostuvo Finnick—. Es marica o fan de Mr. T.
Castor se dio por aludido y señaló los tres collares de oro que llevaba al cuello.
—Esto no quiere decir que se sea marica.
— Por supuesto que no—dijo Pollux con sarcasmo.
—Llevar cadenas no significa que uno sea marica —insistió Castor.
—Pues sé de buena tinta que llevar tantas cadenas tiene que ver con el tamaño del pene de un tío.— dijo Finnick
—Chorradas —se mofó Castor.
Peeta se rió entre dientes.
—¿Y tú como lo sabes, Finnick? ¿Has mirado a escondidas?
—Me he duchado con tíos toda mi vida y no tengo que mirar a hurtadillas para saber que lo que cargan con tanto oro están compensando la falta de pene.
Pollux se rió y Castor negó con la cabeza.
—No es verdad —dijo.
—Sí que lo es —le aseguró Finnick, caminando hacia la cocina—. En Rusia llevar kilos de cadenas de oro puede significar que eres un machote, pero ahora estás en América y no puedes pasearte por ahí haciendo ver que tienes un pene pequeño.
Sonó el timbre de la puerta cuando Finnick pasaba por la entrada.
—¿Quieres que abra? —preguntó.
—Claro. Probablemente sea Marvel —contestó Peeta, refiriéndose a otro de los jugadores—. Dijo que a lo mejor se pasaba.
—Peeta. —Castor atrajo su atención—. ¿Es verdad? ¿Las mujeres americanas piensan que llevar muchas cadenas significa que tienes un pene pequeño?
Peeta hizo un esfuerzo para no reírse.
—Sí, «Tronco». Va en serio. ¿Te cuesta tener citas?
Castor se quedó perplejo y se arrellanó en la silla.
Sin poder aguantarse más, Peeta estalló en carcajadas.
—Eh..., «Muro». No es Marvel.
Peeta miró por encima del hombro, y su risa murió cuando vio a Katniss parada en la entrada del salón.
—Si interrumpo algo, puedo venir más tarde —paseó la vista de un hombre a otro y dio varios pasos hacia la puerta.
—No. —Peeta se puso rápidamente en pie, sorprendido por su repentina
aparición.—. No. No te vayas —dijo.
—Está claro que estás ocupado y que debería haber llamado. —Miró a Finnick parado a su lado, luego se volvió para mirar a Peeta—. Bueno, en realidad llamé, pero no contestaste. Luego recordé que me dijiste que nunca contestabas al teléfono, así que conduje hasta aquí, y... bueno, lo que quería decir era... —Movió la mano en el aire y aspiró profundamente—. Ya se que aparecer sin avisar es increíblemente grosero pero, ¿puedo robarte un minuto?
Era obvio que se sentía aturdida por ser el centro de atención de cuatro jugadores de hockey. Peeta casi sintió lástima por Katniss. Casi. Pero no podía olvidar lo que le había hecho.
—No hay ningún inconveniente. Podemos salir a la cubierta de delante.
—Estupendo.
Peeta le señaló una de las puertas correderas que había en la estancia
— Después de ti —le dijo y cuando ella pasó delante de él, la recorrió con la mirada. El vestido rojo que llevaba estaba abotonado hasta la garganta, exponiendo sus hombros suaves y realzándole los pechos, rozaba las rodillas y no era especialmente ajustado ni revelador.
Pero aún así lograba reunir todos sus pecados favoritos en un estupendo paquete.
Molesto porque no debería haber reparado en todo eso desvió la mirada para mirar hacia Finnick. El portero clavó los ojos en Katniss como si la conociera pero no pudiera recordar dónde la había visto. No tardaría en recordar que era la novia fugitiva de Coriolanus Snow.  Pollux y Castor  no jugaban en los Chinooks hacía siete años y no habían estado en la boda, pero seguramente habían oído toda la historia.
Peeta se movió hacia las puertas correderas y cuando salió, se volvió a la habitación.
—Estáis en vuestra casa —dijo a sus compañeros de equipo.
Pollux siguió con la mirada a Katniss esbozando una sonrisa torcida.
—Tómate el tiempo que quieras —dijo.
—No tardaré demasiado —dijo Peeta con el ceño fruncido, luego salió. 
—¿Eso es Gas Works Park? —preguntó ella, señalando la costa de enfrente.
Katniss estaba tan bella y seductora que tuvo la maliciosa idea de tirarla al agua.
—¿Viniste a ver qué vista tenía del lago?
Ella lo miró por encima del hombro.
—No —contestó, volviéndose hacia él —. Quería hablar contigo sobre Prim.
—Siéntate —señaló un par de sillas. Peeta esperó que comenzase.
—La verdad es que te estuve llamando. —Lo miró brevemente —. Pero saltaba el contestador y no quise dejar un mensaje. Lo que quiero decir es demasiado personal para dejarlo en un contestador automático y no quería esperar que volvieras del viaje para hablar contigo. —Volvió a mirarlo otra vez —. En realidad, lamentaría interrumpir algo importante.
En ese momento Peeta no podía pensar que hubiera nada más importante que lo que Katniss tenía que decirle.
—No estás interrumpiendo nada.
—Bien. —Finalmente ella lo miró con una leve sonrisa en los labios—. ¿Y supongo que no reconsiderarías la idea de salir de mi vida y de la de Prim?
—No —contestó él rotundamente.
—No creí que fueras a hacerlo.
—Entonces ¿por qué estás aquí?
—Porque quiero lo mejor para mi hija.
—Entonces queremos lo mismo. Aunque no sé si coincidimos en qué es lo mejor para Prim.
Katniss estaba nerviosa y esperaba que Peeta no hubiera notado su ansiedad. Necesitaba controlar no sólo sus emociones sino la situación. No podía permitir que Peeta y sus abogados controlaran su vida o decidieran lo que era más conveniente para Prim. No podía dejar que las cosas llegaran hasta ahí.
—Creo que podemos llegar a un acuerdo razonable sin que tengamos que meter a los abogados. Una batalla en el juzgado afectaría mucho a Prim y no es eso lo que quiero. No quiero que haya abogados involucrados.
—Entonces dame una alternativa.
—De acuerdo —dijo  lentamente—. Creo que Prim debería llegar  a conocerte como un amigo cercano.
Él arqueó una ceja.
—¿Y qué más?
—Y tú puedes llegar a conocerla también.
Peeta la miró durante varios segundos antes de preguntar:
—¿Eso es todo? ¿Ése es tu «acuerdo razonable»?
Katniss no quería decirlo y odiaba que Peeta la estuviera forzando.
—Cuando te conozca bien y esté cómoda contigo, y cuando yo crea que es el momento adecuado, le diré que eres su padre —«y mi hija me odiará por haberle mentido», pensó ella.
Peeta ladeó la cabeza. No parecía demasiado contento con su proposición.
—¿Entonces —dijo— se supone que tengo que esperar hasta que «tú» creas que es el momento adecuado para contarle quién soy?
—Sí.
—Dime por qué debo esperar, Kat.
—Va a ser una gran impresión para ella y creo que debería hacerse tan suavemente como sea posible. Solo tiene seis años y estoy segura de que con una batalla legal conseguiríamos lastimarla y confundirla. No quiero hacer daño a mi hija pasando por un tribunal...
—Ante todo —la interrumpió Peeta—, la niña a la que te refirieres como «tu hija» tambien es mi hija. Yo no soy el malo. No habría mencionado a los abogados si no hubieras dejado claro que no me ibas a dejar ver a Prim.
Katniss sintió el resentimiento que destilaba su voz.
—Vale, pues he cambiado de idea. —No se podía permitir discutir con él, aún no. No hasta que obtuviera lo que quería.
Peeta entrecerró los ojos y la desconfianza que sentía se le notó.
—¿No me crees?
—Francamente, no.
—¿No confías en mí?
La miró como si estuviera chiflada.
—En absoluto.
Katniss creyó que estaban a la par, porque tampoco ella confiaba en él.
—Estupendo. Pero no tenemos por qué confiar el uno en el otro sino en que ambos deseamos lo mejor para Prim.
—No quiero lastimarla, pero quiero llegar a conocer a Prim y que ella me conozca. Si crees que deberíamos esperar para decirle que soy su padre, entonces bueno, esperaré. Tú la conoces mejor que nadie.
—Tengo que ser yo quien se lo diga —Katniss esperaba una discusión y le sorprendió que no la hubiera.
—De acuerdo.
—Tienes que prometérmelo —insistió, porque no sabía si él se cansaría en unos meses y las dejaría plantada, si se arrepentiría de ser papá. Si abandonaba a Prim después de que supiera que era su padre le rompería el corazón. Y Katniss sabía que experimentar el dolor del abandono de un padre era peor que no conocerlo.
—Creía que no confiábamos el uno en el otro. ¿Creerías en mi?
En eso tenía razón. Katniss pensó en ello un momento y, al no encontrar otra alternativa, le dijo:
—Confiaré en ti si me das tu palabra
—La tienes, pero espero que no pienses que voy a tener demasiada paciencia. Ni se te ocurra darme largas —le advirtió—. Quiero verla cuando vuelva a la ciudad.
—Ésa es la otra razón por la que vine  —dijo Katniss, levantándose de la silla—. El próximo domingo Prim y yo pensamos hacer un picnic en Marymoor Park. Puedes venir con nosotras si no tienes otros planes.
—¿A qué hora?
—Temprano.
—¿Qué llevo?
—Prim y yo llevaremos todo menos la bebida. Si quieres cerveza, tendrás que traerla, aunque preferiría que no lo hicieras.
—Bueno, eso no será un problema —dijo, levantándose también.
Katniss lo observó.
—Iré con una amiga, así que también puedes traer a uno de tus amigos. —
Luego sonrió dulcemente, y añadió—. Aunque preferiría que tu amigo no fuera una groupie del hockey.
Peeta la miró ceñudo.
—Eso tampoco será un problema.
—Genial. —Ella echó a andar, pero se detuvo y se volvió para mirarlo—. Y,
además, tenemos que fingir que nos gustamos.
Él clavó la mirada en ella, entrecerró los ojos y su boca se transformó en una línea recta.
—Bueno —dijo secamente— eso sí que será un problema.

Simplemente IrresistibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora