Capitulo 15

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Peeta estaba molido por el esfuerzo del entrenamiento, pero feliz de haber regresado a la lucha. Está en el vestuario platicando con Finnick, cuando lo llamo uno de los ayudantes.
-Oye, Mellark. El señor Snow quiere verte cuando estés vestido.
-Gracias, Brutus. - Peeta se ató los zapatos y se pasó por la cabeza una camiseta.
No era extraño que Coriolanus Snow le pidiera a Peeta que se reuniera con él, especialmente, cuando estaban tanteando terreno para fichar un nuevo talento. Peeta era el capitán de los Chinooks. Snow respetaba la opinión de Peeta y Peeta respetaba la capacidad de Snow para los negocios, aunque a veces no estaban de acuerdo. En esos momentos discutían por un buen defensa. Los buenos defensas no eran baratos y Snow no siempre estaba dispuesto a pagar millones por un jugador.
Mientras se acercaba a su despacho, Peeta se preguntó cómo reaccionaría Snow cuando se enterara de la existencia de Prim. No creía que el viejo se sintiera demasiado contento, pero ya no temía ser traspasado. Cuanto más tardara Snow en descubrir lo que había sucedido siete años antes, mejor. Peeta no mantenía a Prim en secreto a propósito, pero tampoco creía que tuviera que restregársela a Snow por las narices.
Pensó en Prim y frunció el ceño. Desde aquella mañana en Cannon Beach, hacía ya mes y medio, Katniss había mantenido a Prim apartada de él. Había contratado a un abogado cabrón que había insistido en hacerle una prueba de paternidad. Luego, había retrasado el examen durante semanas, pero el día en que la prueba  debía ser realizada, ella había cambiado radicalmente de actitud y había firmado un documento  admitiendo que él era el padre. Y Peeta fue declarado legalmente padre de Prim.
Habían elegido un asistente social de oficio para entrevistarse con Peeta e inspeccionar su casa. El mismo asistente había hablado con Katniss y Prim, y había recomendado varias visitas cortas de presentación entre el padre y la niña antes de permitir a Peeta tener a Prim durante períodos de tiempo más largos.
Peeta endureció el ceño. Por ahora Katniss seguía teniendo la sartén por el mango y aunque a él no le gustara lo más mínimo, era obvio que ella disfrutaba con la experiencia. Pues bien, que lo hiciera mientras pudiera, porque al final lo que Katniss quisiera no iba a tener importancia. Ella no quería que le pagara la manutención de la niña, ni siquiera la parte que le correspondía.
Él le había ofrecido mucho dinero. Quería mantener a su hija y estaba dispuesto a pagar lo que necesitara, pero Katniss lo había rechazado todo.
No la había visto, ni había hablado con ella desde aquella mañana en la casa de la playa cuando se había puesto histérica por nada. Tal vez debería habérselo dicho, pero había creído que se pondría como una pantera y que trataría de apartarlo de Prim. Y había estado en lo cierto. 
La imagen de Prim en la cocina de su casa aún permanecía viva en su mente. Recordaba la confusión de su cara y la mirada desconcertada de sus ojos cuando lo había mirado por encima del hombro mientras Katniss la arrastraba por la acera. Él no había querido que lo supiera de ese modo. Había querido pasar antes más tiempo con ella. Y había querido que se alegrara tanto como él por la noticia. No sabía lo que pensaba ahora, pero lo haría en poco tiempo. En dos días sería la primera visita legal.
Peeta entró en la oficina de Snow, que estaba sentado en un sofá.
-Mira eso -dijo Snow, señalando la pantalla de un televisor portátil-. Ese chico está hecho de cemento.
Sentando detrás del escritorio, Larry Nystrom no parecía tan entusiasmado como él.
-Pero no sabe tirar con puntería.
-A cualquier jugador se le puede enseñar a afinar la puntería. Pero lo que no puedes es enseñarle coraje, y éste ya lo tiene. - Snow miró Peeta y señaló con el dedo hacia la pantalla-. ¿Qué opinas tú?
Peeta estaba sentado en el otro extremo del sofá y miró la televisión justo a tiempo de ver a un novato de Florida acorralar a Philly Lindros contra la barrera.
-Puedo decir por experiencia personal que golpea muy duro. Y también tira muy fuerte, pero no estoy seguro de que tenga potencial. Necesitamos a alguien como Grimson o Domi.
Snow negó con la cabeza.
-Cuestan demasiado.
-¿En quién más estáis pensando?
Snow le dio al botón de avance rápido y los tres hombres revisaron juntos otros partidos. El segundo entrenador del equipo se sentó enfrente de Nystrom con un montón de papeles.
-Tu índice de grasa corporal es menor del doce por ciento, Mellark.
-¿Y Corbet? -preguntó por un compañero de equipo.
-¡Dios Santo! -juró Nystrom-. ¡Su índice es del veinte por ciento!
-¿De quién? -preguntó Snow, dándole al botón de stop. El vídeo detuvo la cinta y en la pantalla apareció un anuncio de una emisora local.
-Ese maldito Corbet -contestó el entrenador.
-Voy a tener que ponerle un soplete debajo de ese culo de grasa
El anuncio terminó y una voz que Peeta no había oído en casi dos meses sonó en la televisión.
-Habéis vuelto a tiempo -dijo Katniss desde la pantalla de veinte pulgadas-. Estoy a punto de añadir un poquito de pecado y no querrás perdértelo.
-Qué diablos... -masculló Peeta y se inclinó hacia delante.
Katniss abrió una botella de Grand Marnier.
-Ahora, si tenéis niños, tendréis que reservar un poco del mousse antes de añadir el licor, o pecado líquido como llamaba mi abuela. -Sus ojos grises miraron a la cámara mientras sonreía-.y añadir en su lugar cascara de naranja rallada.
Él clavó los ojos en ella como un estúpido roedor fascinado, recordando la noche en que él le había servido una gran dosis de pecado. Luego, a la mañana siguiente, ella le había aporreado con una estúpida muñequita y lo había acusado de utilizarla. Era una lunática. Una loca vengativa.
Llevaba puesta una blusa blanca y un delantal azul marino atado alrededor del cuello. Tenía el pelo retirado de la cara y unos pendientes de perlas en las orejas. Alguien se había esforzado mucho en someter su evidente sexualidad, pero no importaba. Estaba allí de todos modos. En esos ojos seductores y en esa boca voluptuosa. Y seguro que no era el único que lo veía.
La observó remover el mousse con la cuchara y charlar sin cesar al mismo tiempo. Cuando terminó, levantó la mano, abrió los labios y se lamió el chocolate de los nudillos. Era una mama, por el amor de Dios. Las madres que educaban niñas no deberían comportarse como gatitas sexis en televisión.
El televisor se quedó en blanco de repente y Peeta se dio cuenta de que Snow estaba presente. Parecía atontado y un poco pálido. Pero, aparte de la impresión, su cara no mostraba nada. Ni cólera, ni furia. Ni amor. Snow se levantó, lanzó el mando al sofá y salió por la puerta sin decir nada.
Peeta lo vio marcharse, luego centró la atención en los otros hombres. Estaban todavía hablando del índice de grasa. No habían visto a Katniss, pero aunque lo hubieran hecho, Peeta no creía que supieran quién era. De lo que significaba para él o para Snow.

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