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Durante las primeras hora del próximo día, me sentía en las nubes. Estaba extasiado y embriagado del olor de Wonho entre mis sabanas.

No sólo me hizo dormir con una canción de cuna tocada en mi antiguo piano, me había despertado con una lluvia de besitos en mi rostro y de paso también me había preparado un desayuno digno de un rey. Me sentía tan mimado en ese momento que si fuera un gato estaría ronroneando en sus piernas sin vergüenza alguna.

Después de mi rutina diaria y del desayuno tardío que podría contar como un almuerzo sin problemas, salí de la habitación siendo guiado por un delicioso aroma dulce que reconocía bien. El hombre perfecto para mí no sólo había hecho todo lo antes mencionado, también estaba preparando galletitas.

Antes de llegar a donde él estaba, dejé mi vergüenza guardada en algún cajón de mi habitación y decidí que saldría a andar libremente por ahí portando solamente una de las enormes camisas que usualmente llevaba cuando estaba solo.

¿Quería provocarlo? Si.
¿Era descarado de mi parte? Si.
¿Acaso iba a aprovecharme de la oportunidad de tenerlo solo para mí? Efectivamente.

Con mis manos arreglé un poco mi despeinado cabello y sin que él se diera cuenta, caminé por ahí hasta llegar a la cocina y cruzar los brazos justo al llegar.

— ¿Cuantos dones ocultos tienes? —pregunté desde apoyado en el marco de la puerta, mostrando mi mejor sonrisa coqueta hacia él.

Sus ojos me apreciaron cuando él aún se mantenía encorvado revisando el horno, pero después de notar mi presencia, sonrió y se irguió con una sonrisa que sentí que hizo mis piernas temblar.

— Te sorprenderías... —respondió dejando a un lado los guantes de hornear en la encimera— Buenos días...

Mi sonrisa se ensanchó al escucharlo soltar ese susurro mientras me veía de pie a cabeza. Era increíble como la química entre nosotros parecía que iba a hacer volar aquel lugar por los aires en cualquier momento.

— Buenísimos... —respondí acercándome a él sin pensarlo.

Nuestros labios volvieron a unirse en un beso intenso pero corto, que acabó por hacernos emitir más calor que el propio horno que trabajaba arduamente para que las galletas de Wonho quedaran exquisitas.

Cuando nos separamos, sonreí contra su cuello, sintiendo su fuerte mano envolver mi cintura y quería quedarme así todo el día si era posible, pero no podía.

— Ya que has estado exhausto y que todo este tiempo solo nos hemos visto en sitios públicos, pensé que sería mejor idea quedarnos a pasar la tarde aquí... —me explicó sin soltarme— preparé un par de golosinas para comer, podríamos ver algo en la televisión o simplemente charlar... Aunque si tú quieres salir...

— Está perfecto... —lo interrumpí dejando un beso en su hombro. La verdad es que sabía que en un sitio público no podría provocarlo como quería y no pensaba dejar ir esta oportunidad— quedémonos en casa.

Hice un puchero sin motivo alguno, él me vio, sonrió, dejó un beso en mis labios y luego me soltó.

— Entonces busca algo en la televisión que te guste, mientras tanto voy a sacar las galletas del horno... —susurró de tal forma que podría derretirme el corazón.

Totalmente obediente a sus palabras me dirigí a la sala de estar, tomé el control del televisor y busqué algo al azar. La verdad me enfoqué más en ordenar todo a mi alrededor, ya andaba imaginándome que todo sería como en las típicas películas porno donde el lugar se ve totalmente arreglado y acaba hecho un desastre.

Karma Se Escribe Con Mayúscula Donde viven las historias. Descúbrelo ahora