Alfa y Omega

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La luz blanca de la enfermería tenía algo hipnotizante, tan solo eso podía explicar que llevara perdido en ella más de quince minutos. Era algo cautivador que venía acompañado de un aroma dulce. Un olor sutil, como el de las especias aromáticas, con un toque profundo de tabaco azucarado, que resultó más efectivo que lo que sea que estuviera entrando tan lentamente en su brazo.

Lo atrapó como una droga, haciéndolo sentir tranquilo y relajado. Le dio una sensación de calma acompañada por un delicado toque acariciando el dorso de su mano, que de vez en cuando se paseaba por su cabeza y al final se esfumó haciéndolo sentir solitario.

Apretó los labios tratando de emitir un reclamo, pero nada salía. Todo su cuerpo estaba pesado y adormitado. Le tomó algunos minutos recobrar la lucidez suficiente para ver a su alrededor buscando entender que pasaba, pero solo encontró a su madre en una esquina, con el rostro gacho cubierto por una mascarilla y las manos entrelazadas con fuerza sobre sus piernas.

Tan solo su silueta lejana encogida por el sueño, lo acompañaba en la habitación. Donde una cama mullida se aferraba a su espalda como si estuviera pegado a ella y el olor del medicamente lentamente hacía desaparecer el aroma que lo mantenía en calma.

Sintió atragantarse con el nudo amargo que llenó su garganta al tratar de moverse, consternado por el dolor que lo hizo arquearse y apretar las sábanas. Unas terribles punzadas que acuchillaron su interior como recuerdo de la humillación y la derrota que había sufrido. Recordándole quién era ahora, quién lo había lastimado y como había terminado tirado en una camilla.

La ira que explotó en su pecho no tenía precedente. Jamás se había sentido tan insoportablemente resentido, rabioso y desesperado por saldar cuentas. Jamás se había quemado en el llamado de la venganza, ardiendo bajo la única y destructiva necesidad de asesinar a alguien y no en un sentido figurado. Lo que Katsuki quería cuando obligó a su adolorido y drogado cuerpo a levantarse fuera de esa cama, era encontrar a Todoroki y matarlo.

Con ese impulso violento se abalanzó fuera de la cama directo hacia la puerta, lanzando todo lo que estuvo en su camino y deshaciéndose de los artefactos que tenía encima de un tirón. Con el cuerpo aún adormecido y su quirk completamente inservible, se aventuró a buscar a su perpetrador y acabar con él aún si eso le costaba la vida, porque Katsuki Bakugou no era un cobarde al que pudieran someter y arrancarle su dignidad sin más. Era un orgulloso e irrefrenable demonio explosivo, capaz de tomarse la justicia por sus propias manos para recobrar lo que le fue quitado y estaba dispuesto a pasar por sobre quién se le pusiera enfrente, eso incluía a su madre.

Afuera Izuku esperaba viendo su puerta. Había repasado la situación una y otra vez en su mente. Pensó en cada palabra dicha, en cada acción y, sobre todo, en la imagen de Kacchan que tenía revoloteándole en el estómago. Había sido una escena algo nostálgica. Hace una hora tuvo el permiso de los padres del rubio para verlo. El chico había despertado, pero estaba bastante dopado y lejos de sí, expulsando feromonas que incluso su madre alfa pudo oler y lo llamaron tanto que no dejó de insistir hasta obtener su permiso para entrar.

Solo fueron unos minutos. Con ambos padres en la habitación pudo acercarse de manera temerosa y contemplar incrédulo el tranquilo rostro del chico completamente absorto en algún punto en el techo. Lucía lejano, su mirada era como la de las doncellas de las pinturas idílicas que siempre veían al cielo. Hermoso, pero distante. Lo hizo armarse de valor para tocar su mano, temeroso bajo la punzante mirada del par del alfas que lo observaban, con la esperanza de sentirse más cerca.

Entonces, frente a su rostro perplejo la respiración del chico empezó a hacerse más tranquila y sus parpados empezaron a abanicarse de manera suave, como si tratara de despertar del letargo. Su aroma cambió y el resto dejó de percibirlo, simplemente se volvió sutil y tranquilo.

OMEGAWhere stories live. Discover now