Consenso

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Su madre acomodó varias veces su ropa antes de salir. Revisó su cabello, practicó su saludo y preguntó tanto como pudo si estaba seguro de ir, recalcando que estaba bien si prefería que solo fuera ella y hablara con los padres del rubio.

Izuku respondió con una sonrisa, se giró y caminó delante de ella con tanta seguridad que por un momento pareció que en verdad supiera lo que estaba haciendo. Pero al observar su pequeña figura bajo la luz parpadeante del alumbrado, solo podía ver a un muchacho asustado que apretaba los puños tratando de ocultar el temblor de sus manos.

Fue una caminata silenciosa y cargada con nerviosismo. Ambos sabían lo apresurado, incierto y peligroso que era meterse en la boca del lobo a penas a un día de haber iniciado el conflicto y la reciente pelea de Izuku no hacía las cosas mejores. Pero, pese a todo, la mujer lo acompañó con la frente en alto, sosteniéndose con un paso tambaleante y una expresión angustiada, que se borraron del todo cuando se paró frente a la puerta de su vieja amiga y el aire a su alrededor se hizo demasiado denso como para seguir respirando.

Vio por última vez a su hijo, confirmando que aquella expresión reacia y decidida seguía en su rostro dejándola en ridículo, y es que a veces su pequeño era tan valiente que podía sorprenderla, hacerla sentir culpable y silenciar un poco su cobardía. Después de todo, no iba a dejar que su pequeño se enfrentara solo al enemigo, no, ella debía caminar a su lado aún si para ello debía atragantarse con el miedo que se le atoraba en la garganta y levantar la mano para golpear aquella tenebrosa puerta.

Sus golpes resonaron dejando todo quieto en una angustiante espera que pareció eterna, hasta que la madre del rubio apareció con aquella típica sonrisa de medio lado y algo picaresca que tenía.

Era como si nada fuera de lo común hubiera ocurrido en los últimos días. La mujer se dedicó a ignorar los hechos trágicos que rodeaban aquella reunión, dejándose la vida en acomodar a sus invitados, servir la cena, recitar un monólogo animado y palmear en la espalda a su esposo para que se uniera la charla. Todo tan escandalosa y apresuradamente que no dejó espacio para preguntas que pudieran arruinar el ambiente.

Una de esas preguntas, para Izuku que desconocía el estado de Katsuki, era por qué el centro de aquella reunión no estaba presente. El comedor fue ocupado únicamente por los padres del rubio e Izuku y su madre, que tomaron asiento arrastrados en un plan bastante animado en comparación a lo que el peliverde esperaba al embarcarse en aquella misión suicida.

Una cotidiana escena se desarrolló sin más en el comedor una vez iniciada la cena, Mitsuki incitó a Deku sin descanso hasta que consiguió que el pecoso se uniera a ella en una plática bastante fluida que con notable esfuerzo sostuvieron hablando de nada en particular, durante el resto de la cena.

Junto a ellos, en silencio, Inko y el hombre al que la rubia codeaba cada que estallaba en risa, observaban perplejos y algo contrariados la rareza de la interacción, preguntándose sin habían olvidado la paliza que la mujer le dio hace un día al pecoso tan solo por dirigirle la palabra y no pudieron evitar intercambiar miradas un par de veces cuestionándose mutuamente, hasta decidir rendirse buscándole sentido y simplemente dejarse llevar para hacer funcionar las cosas, tanto como ese par lo estaba haciendo.

—Izuku, ¿podrías ayudarme a recoger la mesa? —preguntó la rubia luego de tomar el último sorbo de su vaso, mientras se ponía de pie con la misma energía que había mantenido durante la velada—

El peliverde asintió, apresurándose a quitar de sus manos los platos que había recogido para llevarlos a la cocina. Entonces Mitsuki tan solo lo siguió sonriendo, algo divertida por su pequeño acto de caballerosidad.

Hasta donde recordaba Izuku siempre había sido bastante atento. Cuando era niño su lindo rostro sonriente era la cosa más tierna y gentil. Era la clase de pequeño que regala flores a las señoras en el parque y llora a la más mínima provocación, el completo opuesto de su pequeño brabucón que siempre volvía orgulloso por sus raspones.

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