CAPÍTULO II

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LA TERCERA NOCHE PARTE II

Mi cuerpo ardía de pasión por ella, me moría por desembocar en su llanura, lo mismo que ella había sentido, a través del roce de mis manos por todo su cuerpo. El poder tocarla, acariciarla, excitarla era infinitamente más placentero que simplemente entrar en ella. Hacer el amor era todo eso: era jugar, explorar nuestros cuerpos, descubrir las zonas donde mis manos la hacían vibrar, y, dada nuestras pocas oportunidades, todavía no había descubierto del todo esto, sin embargo me había propuesto, que todo cambiaría esta noche. Pude sentir cómo su cuerpo vibró entre mis manos a cada caricia, a cada beso, cómo sus pezones se endurecieron con el roce de mis dedos, y ni qué decir, con el beso de mi lengua sobre su delicada piel.

Estuve tentado de aligerar las cosas cuando la toqué en esa posición provocativa, pero me contuve, quería seguir jugando, quería hacer que esa fuese la mejor noche de los dos, porque entre nosotros ya no había más que verdades, y la más grande de todas es que yo la amaba, la amaba más allá de su cuerpo, la amaba simplemente por su alma, su corazón, por su incondicionalidad, por su ternura, por su inteligencia.

Esta vez le tocó a ella jugar conmigo. Yo me entregué a sus caricias, a sus besos y dejé que experimentara, que investigara mi cuerpo, como yo había hecho con el de ella. La vi sobre mí, el candil de la mesa me permitía ver al menos su silueta. Empezó por besarme el pecho, el cuello, el abdomen. Con sus manos masajeó mis pectorales, mis hombros, mis extremidades. Yo cerré los ojos y me dejé llevar, porque lo que hacía con sus manos era increíblemente bueno, lograba mantener la intensidad, la dulzura de la que me había enamorado.

Mientras jugaba con mi cuerpo, yo seguí acariciando sus senos, me relajaba tocarlos, porque eran pequeños y redondos, porque eran míos.

Cuando me desnudó, la ayudé a atreverse a tocar mi sexo, que estaba erecto. Sus tibias y pequeñas manos lo acariciaron con timidez, y yo podía imaginarme su rostro, sonrojado. Suspiré al sentir la suave presión de sus dedos sobre mis testículos y no pude soportarlo más, me senté en la cama y la atraje hacia mi pelvis, en donde se sentó con las piernas abiertas.

--Beatriz, ya no aguanto más...--Le dije y la besé con locura. —

Sus besos eran más deliciosos que antes, más sueltos por la ausencia de los aparatos dentales. Ella me abrazó por el cuello y nuestros cuerpos estaban tan juntos que nuestras respiraciones eran entrecortadas pero acompasadas. Mis brazos se enrollaron en su torso en un abrazo letal, porque le apreté contra mí como si temiera que alguien la arrebatara de mi lado. Mis manos bajaban y subían por su espalda hasta llegar a sus pequeños y redondos glúteos, donde su piel era suave y tersa, y donde mis manos se aventuraron a tocar con delicadeza debajo de su ropa interior. De un solo tirón hice jirones el delicado bikini de encaje, y fue tan preciso el movimiento, que Beatriz apenas se inmutó.

--Mi amor, ¿está loco? –Dijo, jadeante—

--Loco sí, pero por usted—Le dije y mordí su cuello. Ella se contorsionó y soltó una risa nerviosa—

--Doctor, así no... –Dijo, cuando pasé mi lengua por sus hombros, su clavícula y su cuello. —

Continuamos con aquel delicioso vals de besos y caricias por, tal vez, quince minutos, no lo sé. Ambos desnudos, abrazados, solo se escuchaba el rumor de las sabanas, nuestros corazones palpitar y nuestros besos.

Busqué el interruptor de la luz con una mano y lo presioné, y entonces la habitación se iluminó. Beatriz abrió los ojos, parpadeó un par de veces hasta acostumbrarse a la luz que justo caía sobre nuestras cabezas, inclemente, pálida. Ella me vio a los ojos con los labios entreabiertos, mientras mis ojos se fijaron en sus senos blancos, de pezones rosados, que estaban a la altura de mi rostro.

YSBLF_ El Matrimonio (Parte II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora