CAPÍTULO XXXIII

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SÍ, ELLA QUERÍA LO MISMO QUE YO QUERÍA CADA SEGUNDO DE MI VIDA.

¿Alguna vez han estado tan profunda y placenteramente dormidos, que el mundo se podría acabar en ese instante, bajo una estruendosa explosión, y, aun así, no serían capaces de despertar? ¡Bueno, ese era mi caso en los últimos dos meses! Nunca había tenido un sueño pesado, sin pesadillas, ni complicaciones, como ahora. Solo bastaba una ducha en la tina o en la regadera, a veces sola y a veces acompañada, hacer el amor con mi esposo, un día de clases en la escuela de natación o un día ajetreado en la oficina, para que mi cuerpo sucumbiera al sueño más revitalizador y óptimo que existe.

Armando se había dado cuenta de que cada día era más difícil despertarme por las mañanas, que el deseo de mi cuerpo por su cuerpo y, los deseos de su cuerpo por mi cuerpo, ya no encontraban barrera en mis escrúpulos acerca del lugar y el tiempo para juntarse.

Los sexólogos, los ginecólogos o los expertos en el tema dirían que nuestro comportamiento era algo natural, parte de la naturaleza del matrimonio, de la pareja de recién casados que, inevitablemente, terminan apaciguando sus deseos y su pasión en el transcurso de los años, como si hacer el amor se redujera a un mero acto instintivo de los seres humanos. Yo prefería creer y prever que mis deseos nunca disminuirían, no de la forma en la que muchos lo plantean, como si se ralentizara, como si "habituarme" a las caricias, a los besos, a los gestos, la ternura, la intensidad de Armando, fuera la muerte a la pasión o a los deseos. ¡Yo todavía me ponía nerviosa cuando me desnudaba y se me quedaba viendo fijamente, todavía temblaba y suspiraba por sus caricias! ¡Lo único que había desaparecido con el paso del tiempo había sido el pudor, el miedo de cómo luciría mi cuerpo ante sus ojos, tan acostumbrado a ver cuerpos frondosos!

Él decía que yo, además de ser la mujer de su vida, también era la amante perfecta, la amante que le hacía quererlo todo a la vez, así como poco a poco. ¿Qué podía decir yo de ti, mi amor? ¡Qué podía decir, que le hiciera justicia a lo que sentía cuando me hacías el amor! Armando Mendoza era el único hombre al que yo me había entregado en cuerpo y alma, el único a quien le entregué mi alma antes que mi cuerpo y, el único, con el que el miedo de no ser suficiente, se transformaba después de un beso y una caricia, en la certeza de que era la única mujer que había dejado una huella en su vida desde la primera vez.

¿Cómo podía saberlo, si conocía tan poco del amor y de los hombres? ¡No lo supe, solo lo sentí! Fue una sensación, una intención que estaba oculta dentro de él y que parecía pugnar por no salir, un sentimiento que necesitaba de un tacto más cercano, para fluir, para dejarlo ser, y yo lo descubrí desde esa primera vez. No sabía cómo describirlo en ese entonces, pero ahora lo sé: Es la extraña nitidez con la que escuchas al otro, sin que te hable, antes que a ti mismo. Es el corazón primando sobre el instinto, derrumbando todo miedo, duda y nervios, mientras se descubría a sí mismo poseído, ardoroso, por el corazón mío. Esos son sentimientos que no se pueden fingir, que no se pueden esconder por mucho tiempo, que queman si no se les deja salir. ¡Esos sentimientos tan fuertes que sentí brotar de él hacia mí fueron los que me hicieron dudar tanto cuando descubrí aquella carta! ¡Esos sentimientos parecían apaciguados, pero no menos fuertes; esos sentimientos que se vivían con la tranquilidad de que a la mañana siguiente nos encontraríamos uno al lado del otro!

Me sentía demasiado cansada para abrir los ojos. La oscuridad de nuestra habitación propiciaba a que todo esfuerzo por despertarme, fuera en balde. Tenía sueño, mucho sueño, pero más que todo, tenía ganas de volver a escuchar la voz de Armando mencionar mi nombre. ¿Lo imaginé, lo soné o en realidad había mencionado mi nombre? No podía moverme, mi cuerpo se sentía tan pesado, que se negaba a seguir mis órdenes.

--Beatriz está dormida, desde ayer por la tarde duerme profundamente... No quisiera despertarla, usted me entiende, necesita descansar... Sí, es cierto, necesita alimentarse, pero le daré una hora más de sueño mientras se hace la hora de almuerzo...No, don Hermes, no tiene de qué preocuparse... ¡No, no es necesario que venga, yo la estoy cuidando! ....Sí, me quedaré con ella todo el día... ¿La colección? ¡Nicolás quedó a cargo de todo, él puede manejar la empresa por un par de días! ¡La bebé está bien, el médico la revisó ayer mismo y determinó que solo necesitaba descansar!... No, no hemos confirmado el sexo de... Sí, ¿de verdad me referí como si fuera niña? ¡Ah, vea usted, tal vez es porque en el fondo quiero que sea niña!... ¡No, le digo que no hemos ido al médico, hasta dentro de dos semanas lo sabremos!... ¡Claro!...—Armando rio de manera nerviosa-- que puede venir con nosotros, pero no es necesario. Le prometo que usted será en primero en saberlo cuando nos lo diga el médico... ¡Gracias, don Hermes, doña Julia, yo los mantendré al tanto! ¡Saludos...!—

YSBLF_ El Matrimonio (Parte II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora