CAPÍTULO XV

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¡SORPRESA!

Todo estaba en orden cuando abrí los ojos. El clima era perfecto para quedarse metido en la cama todo el día. Armando estaba acariciando con la yema de sus dedos mi espalda y mi delgado brazo izquierdo. Mi cabeza yacía sobre su pecho y podía escuchar el palpitar de su corazón y ver el movimiento de su abdomen al respirar, al aspirar el olor de mi cabello.

El edredón no era suficiente para darle calor a mi cuerpo desnudo, por lo que su cuerpo era mi mejor abrigo, y por regla, siempre sentía que Armando manejaba una mejor temperatura corporal, más cálida.

No solo el clima hacía difícil levantarse de la cama, también el agotamiento físico por el trajín de los últimos días, el cuerpo amañado a las vacaciones, al ocio, a levantarse tarde y sin preocupaciones. Me desperecé y apreté a Armando contra mí con las fuerzas de las que era capaz. El me besó la cien y me dijo: "buenos días, mi amor" en un susurro.

Durante toda mi vida había sido una mujer de rutinas, a la que rara vez le gustaba improvisar. Me gustaba tener todo organizado, planeado y cronometrado. Antes mi vida profesional ocupaba todo mi tiempo y mis energías, porque mi vida social era muy escasa, por no decir nula. ¡Aunque no voy a negar que mi personalidad no me permitía hacer otra cosa! Me declaraba amiga de la soledad, del silencio, del trabajo, que era lo único que siempre me daba confianza en mí misma. Ahora me daba cuenta que había sido prisionera de mis miedos y los estigmas que me impuso la sociedad. ¡Cuánto has cambiado, Betty! ¡Y nadie nunca me volvería a decir lo que debía pensar sobre mí misma, porque todo este tiempo me había servido para conocerme a fondo, como nunca antes había intentado hacerlo!

Ahora podía disfrutar de la soledad, pero también de la gente. Podía hablar con firmeza sobre otros temas que no involucraran lo profesional. Me sentía plena sexualmente, más segura de mi cuerpo, de la sensualidad que evocaba. Me había ido amigando con el espejo y ya no me criticaba, aceptaba mis defectos y los abrazaba como parte de mí, y no porque Armando me lo dijera, sino porque había madurado la idea de que había belleza en mí, de que merecía el amor de Armando, de mis amigos, la presidencia de Ecomoda, la empresa a la que le había dedicado tanto tiempo, amor y fe.

No hay mal que por bien no venga, decía un dicho, y en mí parece que se aplicó perfectamente. Mi personalidad tímida, reservada, dada a escuchar más que hablar, a menos que fuera en temas que dominaba, seguía inalterable. Sin embargo, la liberación de esos miedos que me acosaron durante tantos años me había otorgado la confianza en mí como mujer y no solo como profesional. El paso firme, el caminar erguido, la voz más clara y la determinación que naturalmente manifestaba al hablar lo denotaban. Armando comentó algo al respecto cuando me vio maquillándome frente al espejo esa mañana. Durante la luna de miel solo un par de veces había recurrido al maquillaje y siempre había sido muy sutil: un poco de labial, rímel y delineado en las cejas. Armando se paró detrás de mí y a través del espejo pude ver su mirada inquisidora, que seguía el ritual a la que se sometían la mayoría de mujeres y al que recientemente me había "sometido" yo.

--Nunca la había visto maquillarse, Beatriz. De hecho nunca me había interesado ver cómo se maquillan las mujeres. Me despertó la curiosidad ahora que la veo. ¿Para qué sirve esto? –Inquirió Armando, señalando un frasco de bolitas redondas de color amarillo—

--Ah, eso se llama iluminador—Dije, echándome a reír— Sirve para darle un poco de luz a las facciones. —Hice una pausa. Lo vi tan interesado en el asunto, que me dispuse enseñarle cómo se aplicaba—Se usa esta brocha, vea, y después se difumina en las mejillas, la frente y el mentón ¿lo ve? –Dije yo, sin despegarle la vista –

El me observaba atentamente con una sonrisa de lado que le hacía formar los hoyuelos.

--Vi muchos rostros bellos perder esa luz después de una ducha. Y no es porque sea mi esposa, pero usted es la primera mujer que me parece que no necesita nada de eso para verse linda. —Musitó Armando al tiempo que hacía un ademán señalando mi bolsa de cosméticos—La espero abajo para desayunar, mi amor. Doña Carmen ya se encargó de todo— Me besó la mejilla y después se marchó—

YSBLF_ El Matrimonio (Parte II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora