CAPÍTULO XX

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UNA MENTIRA PIADOSA

La llamada de Camila Mendoza me había dejado con la sensación de que me había ganado una amiga más, no solo una cuñada. Todavía era muy pronto para opinar sobre su carácter, pero por su voz y su forma de expresarse, sentía que era una persona muy cálida, transparente y sobre todo: sencilla. Su actitud para conmigo había sido especial desde un inicio, denotaba un deseo genuino por tratarme, por conocerme. Yo por mi parte me sentía entusiasmada ante la idea de conocerla pronto. Armando me lo había prometido.

Este primer acercamiento había superado mis expectativas. Desde que escuché su voz nada más encajó en la personalidad y la presencia que ella aparentaba en las fotografías. A veces uno se podía encontrar con personas con un físico avasallador e intimidante, pero con una personalidad más tranquila y risueña. Claro, una fotografía sirve de muy poco para formarse una opinión de alguien, pero el hecho de ser la hermana mayor de mi esposo, que vive en uno de los países más desarrollados del mundo y tiene una carrera exitosa como artista, ya era suficiente premisa para atenerme a un trato más bien distante o desinteresado.

¿Cómo se llevarían Marcela Valencia y Camila Mendoza?, me pregunté. Es muy posible que se llevaran muy bien, que se hubieran visto muchas veces en su casa en Suiza, que se mandaran regalos mutuamente en navidad o en sus cumpleaños. Si lo hacía conmigo ¿por qué no lo haría con su ex cuñada? Sin embargo, algo me decía que en este caso lo más probable, no era lo que realmente había pasado. Era como un presentimiento que había nacido de mis breves pláticas con Armando sobre ella, de mi conversación telefónica esa tarde, del entusiasmo que mostró desde un inicio al saber que su hermano se casaba conmigo, con otra mujer que no era la que ella había conocido desde pequeña y había sido parte de su familia.

Cuando Armando y yo nos hicimos novios, me preparé para el rechazo de su familia o al menos un trato receloso e indiferente. Sin embargo, no sentí ni interés, ni simpatía de parte de ellos, tan solo respeto por las decisiones que Armando estaba tomando, y con eso me conformé. Al poco tiempo nos comprometimos y de nuevo sentí miedo ante lo que podía pasar, que por asunto de probabilidades y antecedentes por la poca relación con mis suegros, me temía que sería desalentador. Sin embargo, de nuevo me sorprendí de su reacción aquella tarde en la cafetería donde nos reunimos.

Camila había sido la Mendoza que hasta el momento me había dado más sorpresas, claro, después de mi amado esposo. A veces no podía evitar sentir desconfianza de las personas que eran cercanas a los Mendoza y a los Valencia (Hugo y Daniel Valencia, por ejemplo) y, que por tanto, conocían y habían formado parte de toda la historia entre ellos. No podía evitar esperar de ellos un comentario, una mirada, una displicencia que me recordara que antes de mí, había estado una mujer que los Mendoza querían demasiado, y a quien de alguna u otra manera, yo había hecho que se alejara de su familia y de su país. Todo lo que había vivido en la vida no había sido en balde, algo de ingenuidad me había arrebatado el dolor y el rechazo. Y aunque todo eso se había convertido en parte de mi crecimiento y mi aprendizaje, seguía estando presente como el arma que me servía para decidir mejor en el futuro.

Los regalos que Camila me había enviado eran un claro indicio de que conocía tan bien a su hermano, que por su decisión de casarse conmigo entendía que yo era importante para él. Y si mi presencia había causado alguna indisposición al inicio, solo confirmaba que esta vez su hermano se estaba dejando llevar por el corazón, como ella lo había hecho alguna vez. No tenía por qué ser tan afectuosa, tan amable conmigo, sin embargo, lo había sido y sobre todo, honesta y genuina. ¿Qué podría saber de mí? ¿Qué le había contado Armando de nosotros? Estaba segura que ningún detalle borrascoso. Era algo que a ninguno de los dos le interesaba que saliera de las paredes de Ecomoda. Tampoco creía que estuviera al tanto de los detalles financieros, que eran quizás los que menos le podrían interesar a ella.

YSBLF_ El Matrimonio (Parte II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora