Encerrada

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Cuando desperté estaba en una habitación oscura. Sentía las cuerdas rozar con mis muñecas. Estaba atada, y también de los pies.

No recordaba nada, ni de qué hacía allí ni como había llegado. Parecía que alguien hubiese cortado una parte de mi vida, como si me hubiesen borrado una parte específica de mi memoria.

- Al fin despiertas.

Aunque no podía verlo, reconocí la voz del maldito dios de las mentiras detrás, Loki. No olvidaría ese nombre, seguro.

- Suéltame - ordené cansada del idiota.

- Soy yo quien debería darte órdenes a ti, midgardiana. Yo soy un dios.

- Eres un payaso. Suéltame.

Oí su risa detrás de mí. Maldito... Realmente tenía ganas de arrancarle la cabeza.

Decidí relajarme. No iba a satisfacerlo, porque sabía que aquello le gustaba. Eso quería: distracción. Me volví a dormir para dejar que el tiempo pasase más rápido y de paso recuperar el sueño que me faltaba.

Desperté de nuevo y Loki ya no estaba. La débil luz de una bombilla alumbraba la oscura habitación, y yo seguía atada. Gruñí y me puse a pensar un plan para poder salir, aunque la única salida posible era una puerta que obviamente estaría cerrada.

De repente ésta se abrió y el hombre de la túnica verde, negra y dorada volvió a entrar. Llevaba en sus manos una bandeja llena de comida. Cerró la puerta detrás suyo, aunque no me pareció que le echase alguna llave.

- Ah, ya has despertado. Te he traído algo de comer - dejó la bandeja a unos centímetros de mi -. No voy a desatarte, así que supongo que te tendré que dar yo la comida, si quieres comer algo.

Le miré con mucho odio. No sabía si lo hacía para burlarse, porque había decidido ser un buen "anfitrión" o yo que sé.

Por si acaso le dije que no, aunque mi estómago ya pedía alimento. No me fiaba de él.

Le dije que no cuando mi estómago rugió. Que oportuno... Él sonrió pícaro.

- Tu estómago no parece estar de acuerdo.

- Mi estómago no sabe desconfiar - respondí cortante.

- Como quieras. Te dejo aquí la bandeja, y si necesitas ayuda para comer, llámame.

Iba a irse de nuevo cuando dije su nombre muy bajo. Sabía que no iba a poder resistir sin comer, y mejor antes que después. Total, si estaba envenenada iba a morir igual. Él se giró para mirarme.

- ¿Me ayudas?

Sonrió un poco más dulce y se sentó en el suelo, delante de mí. Cogió el arroz y me lo dio a cucharadas.

- Pensé que esto te gustaría. He visto que servían en los restaurantes midgardianos - comentó.

Lo cierto es que estaba riquísimo. Lo comí bien agusto.

Cada vez que se me caía un grano de arroz por la barbilla el sonreía y lo recogía con la cuchara.

Una historia de lokosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora