Capítulo 22: Metamorfosis

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“Era suficiente con sentir que cada parte de él encajaba en su vida, aun si su mundo no estaba rodeado de paz, porque a cada instante se las arregló para revolucionar todo en un segundo y desarmarlo con una simple sonrisa. -H.E”

Tenía veintinueve años y no sabía si considerarse un tipo con suerte o un maldito desdichado. Por ello, se remontó a su infancia, a aquellos años de pobreza en donde apenas y tenían para comer. A pesar de todo, su madre nunca se quejo, nunca lo culpo de algo que no podía remediar ni aunque se esforzaba, al contrario, siempre le regaló una sonrisa tranquila y millones de mimos, abrazos y besos junto a la promesa de un futuro mágico.

Aquella hermosa omega era… o fue, lo único bueno en su vida, un ángel y al mismo tiempo, un bálsamo que curaba todas y cada una de sus heridas, porque cada que estaba entre sus brazos y aspiraba su dulce aroma, olvidaba la mierda que lo rodeaba. Los golpes de su padre dejaban de importar junto los múltiples roces indebidos que en ese entonces le parecían caricias incómodas.

Finalmente sonrió irónico. En aquel entonces no lo sabía pero su vida era una mierda, y después tampoco mejoró. Ya no tenía a su madre pero llegó Sasori, un rayo de sol al que arrastró a su infierno personal porque ahora estaba lleno de mierdas, de traumas y de remordimientos por no ser lo suficientemente alfa para proteger a la única mujer que le a importado en su maldita vida.

Al final no era un tipo con suerte. No había podido librarse de aquello que hace a las personas desdichadas, solo faltaba enumerar y dar gracias el no haberse quebrado en su totalidad. Había contado carencias de todo tipo, maltratos verbales y físicos, abusos, violaciones que no quería recordar, el asesinato de su padre y la muerte de su madre encabezaban su larga lista, entonces vaciló sobre su cordura.

Era un hecho, estaba jodido y el eco de una voz formándose en su subconsciente se lo reafirmaba con voz siniestra. Estaba demente. No había podido librarse de su adicción a la cocaína ni a la marihuana como método de supervivencia, menos de su adicción al alcohol, utilizándolo como vía de escape. Pero lo intento, en verdad lo hizo, deseó con todas sus fuerzas librarse de aquellas sustancias aunque a nadie le importara.

Era por él, siempre fue por él, pero no podía dejar de esnifar cocaína, fumar su tan odiada y amada marihuana o perderse en alcohol hasta el punto de olvidar quién era, porque lo cierto es que a una gran parte de él no le importaba pese a sus ganas de cambiar. Estaba claro que no podría librarse jamás, pero no era de las adiciones, sino de el mismo. O tal vez si.

Deidara solo resoplo, no tenía caso pensarlo. Los días de abstinencia le ponían de mal humor y necesitaba relajarse cuanto antes, por lo que caminó hasta el escritorio de su habitación, dejándose caer en la silla mientras debatía si seria bueno esperar un dia mas o simplemente hacerlo de una vez por todas.

Al final, la vocecilla dentro de su cabeza lo termino de alentar, sacó los tres gramos que celosamente guardaba en el cajón de su escritorio y de su cartera, extrajo una tarjeta de crédito. Se tomó su tiempo preparando cinco líneas de tal vez dos centímetros y una sexta a la que le calculo los diez… esa era la buena, pensó con algo que no tenía nada que ver con el orgullo.

Admiró su obra un par de segundos antes de poner su música a todo volumen y esnifar una tras otra, rápido, fácil y al mismo tiempo destructivo y placentero en su totalidad, sonriendo descarado porque desde hace un tiempo, ya no existía aquella tensión o nerviosismo propia de un novato. Ahora se relajaba profundamente y la única comparativa que podía hacer era con un orgasmo.

Lo sabía, estaba perdido porque ya no había vuelta atrás y ahora era un maldito cocainómano.

—¡Deidara! —tras ese grito, la música se fue.

NamikazeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora