Capítulo 1

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ALEJANDRO, 11 AÑOS.
Las cuatro familias se encontraban reunidas, como todos los años en la hacienda Genco. Ya me había acostumbrado y me gustaba porque así podía ver a mi amigo Kaidan y mis hermanas jugaban con otras niñas de su edad; pero este año era diferente… yo era diferente, algo pasaba y no entendía que era. De la noche a la mañana había pasado a percibir y sentir las auras de las personas que estaban a mí alrededor.

La de mis padres era aura fuerte y cálida, de un intenso color rojo: ese color podía significar muchas cosas, todo dependía de que tan pálido u oscuro fuera. En este caso era un rojo agresivo y fuerte, lo que me indicaba que estaban peleados.

El aura de las demás parejas eran igual de intensas. El matrimonio de los McDonall poseía un azul cálido que transmitía confianza y fidelidad igual que el matrimonio Berfor, pero el de los McFarlan era un aura amarilla llena de poder, calidez y creatividad, esa misma era la que rodeaba a sus hijas.

—Miras mucho a las hermanas McFarlan… eres raro Alejandro —dijo mi amigo Kaidan.

—Yo no te digo lo raro que eres por huir de la mayor de las Berfor para después quedar admirándola ensoñado y embelesado. —las mejillas del moreno se sonrojaron.

—¡Eso no es cierto!

—Sabina se está acercando a nosotros.

—¡¿En serio?! ¡¿Dónde?! —giró su cabeza en varias direcciones buscando a la pelirroja y me reí de él. —Eres un mentiroso.

—Yo soy mentiroso y tú un raro. —me levanté del suelo para volver a enfocar mi atención en las hermanas McFarlan. Había algo aún más poderoso, aquella atrayente aura provenía de la niña rubia y por más que la miraba no entendía por qué me atraía tanto, solo me acerqué.

—Evie. —sus grandes ojos azules miraron a los míos.

—¿Qué sucede Alejandro? —preguntó la niña.

Algo me atraía a Evie pero era extraño… demasiado. Su hermana menor se encontraba a su lado, Maeve tenía mejillas rellenas y era más rolliza y bajita comparada con su hermana mayor. El aura de la menor tomaba un tono rosado muy pálido.

Inocencia, ternura y timidez todo junto frente a él. Casi oculto bajo el poder y optimismo de Evie” –pensé mirando a Maeve.

Maeve se veía graciosa porque comía un poco de fruta y sus grandes mejillas estaban manchadas del juego. Aunque una fuerza me forzara a mirar a Evie, yo me resistía porque encontraba más interesante ver a la niñita gordinflona y descuidada que es Maeve.
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El día se ocultó dando paso a la noche y todos en la hacienda dormían, excepto yo, había comenzando a tener problemas para conciliar el sueño, todo había empezado justo cuando mi don apareció. Ya era más de media noche y tuve algo de hambre, así que en silencio salí de la habitación que compartía con mi hermano Héctor.

Al entrar a la cocina se me hizo extraño encontrar abierta la puerta de salida y me puse en alerta. ¿Por qué estaba abierta? ¿Acaso algún bandido se atrevió a irrumpir en la casa? al asomarme vi a los lejos rumbo a los establos, la luz de una vela y quien la sostenía era una niña en camisón de rubios cabellos; cuya aura tímida y llena de pureza la hacía muy visible para mí. Salí de la cocina a toda prisa para ir atrás de ella.

¡¿Qué pretendía esa niña saliendo a estas horas?!
Los perros comenzaron a ladrar, corrí hacia ella y sorprendiéndola la agarré del antebrazo.

—¡Qué crees que haces! —cuestioné molesto, los azules ojos de Maeve me miraron asustados, la vela ya se había apagado de un soplido.

—Alejandro suéltame. Me aprietas muy fuerte y me duele  —se quejó haciendo una mueca lastimera y la tuve que soltar.

—Debemos regresar, ¡¿por qué saliste de la hacienda en primer lugar?! —ella bajó la mirada.

—Solo quise explorar.

—¡Tú sola en un sitio que no conoces! ¿Eres tonta o que… ¡Ay! —Maeve me golpeó con sus rechonchos puños en el pecho.

—¡No soy tonta!

—Pues lo pareces —repetí con seriedad, siendo demasiado duro con una niña de ocho años.

—¡Que no soy tonta! —volvió a chillar pero esta vez noté que sus ojos se aguaban y me sentí culpable por haberla lastimado sin intención. —Evie siempre dice que soy una tonta solo porque no comprendo los números o leo los mismos libros grandes y aburridos que ella lee. ¡No soy tonta!

Vociferó entre hipidos.

—No, no lo eres pero si eres incompresible. —dije abrazándola y cargándola entre mis brazos, para mi edad era bastante alto y robusto para poder cargarla con mucha facilidad. Ella pasó sus brazos alrededor de mi cuello y yo acariciaba su cabeza pasando mis dedos entre los mechones de su cabello —Perdóname por haberte dicho tonta.

Maeve sorbió sus mocos y sentí mi hombro húmedo.

—No llores más, por favor. —pedí intentando sonar dulce, aunque dudaba que pudiera lograrlo cuando mi tono de voz ha sido el de un muchacho odioso y antipático.

No vuelvas a decirme tonta —murmuró la pequeña.

—Te lo prometo, regresamos a la hacienda Maeve.

Ella solo se aferró a mí y regresamos a la hacienda sin que nadie se enterara de nuestra escapada nocturna. Al día siguiente Maeve estuvo persiguiéndome de un lugar a otro todo el tiempo, parecía que la niña no quería separarse de mí; se había vuelto como Sabina Berfor, la sombra personal de mi amigo Kaidan McDonall, pero había una gran diferencia en ambos casos.

A mí no me molestaba o fastidiaba la atención de la pequeña Maeve McFarlan.

©TODO POR AMOR. Trilogía: Amores Verdaderos 2Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora