Capítulo 14

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31 días en la Tierra 39-81.

El constante golpeteo de unos dedos sobre la superficie de una mesa, se escuchaban por todo el frío y lúgubre lugar. Eran las tres de la mañana y el helado viento corría a sus anchas por las desérticas calles de aquella lejana parte de la ciudad de Nueva York. Era un buen lugar para esconderse y esconder sucios tratos, o eso era lo que pensaba el dueño de los dedos. El sonido que producía no reflejaba más que impaciencia. No, mostraba aburrimiento, porque él no solía desesperarse, al menos no con sus planes, porque si de empleados se tratase, ya sería otra cosa.

-Hey, el inútil de Bunce ya trajo lo que le pediste -expresó la mujer más hermosa que jamás vio, y su mano derecha.

Él definía el caminar de la chica "con clase", pues su espalda siempre estaba recta, la barbilla ligeramente alzada y sus caderas se movían ligeramente de un lado a otro con cada paso que daba. Su caminar parecía una danza. Sin duda, tenía el porte de una bailarina, pero no cualquier danza, no, ella parecía ser bailarina de ballet o tango.

La mujer señaló algo detrás de ella-. Adivina a quién trajo.

-Algo me dice que no quiero saberlo -contestó con el ceño fruncido.

-Bueno, tendrás que verlo. Bunce entrará en tres, dos, uno.

Como la mujer lo predijo, un hombre de estatura media y vestido de sudadera negra, entró por la gran puerta de la bodega, atrás de él caminaba, con un andar vulgar, el peor mercenario que existe. El hombre más alto se dio un golpe en la frente.

-Ya traje a quien se encargará del nuevo héroe -avisó Bunce mientras señalaba a Deadpool.

El otro hombre alzó una ceja, incrédulo, pensando que era una mala broma. Al mismo tiempo, el mercenario bocazas alzaba un brazo y saludaba alegremente a los presentes.

La mujer soltó una risilla, caminó hacia su jefe y le susurró al odio-: Tienes que admitir que esto será divertido, Henry.

Henry sonrió con ironía y concentró su mirada en Bunce-. Y él... ¿de qué me va servir? -La pregunta puso nervioso al otro hombre-. Además, me parece haberte dicho que lo quería en tres días y has tardado diez.

-Lo sé, jefe -tartamudeó temeroso.

-Sabes que odio que me hagan esperar. -Henry se levantó de su asiento, caminó lentamente hacia él y se detuvo cuando la distancia que los separaba fue de un metro. Hizo contacto visual.

Los ojos de Henry eran color gris y su mirada era penetrante, tanto, que las personas no soportaban hacer contacto visual con él por más de cinco segundos. Algunas incluso sentían que su mirada taladraba su ser, algo que le pasaba a Bunce en ese instante. Si alguien quisiera tener un encuentro con Henry Morton, lo primero que te recomendarían es no mirarlo a los ojos. Jamás. Al menos que desearas sentir tu alma descubierta; sentir como poco a poco aquel hombre tomaba todo de ti, adentrándose a los lugares más recónditos de tu ser; sentirte vulnerable y desnudo ante ojos ajenos.

Bunce comenzó a sudar y su incomodidad pasó a ser miedo, miedo de que su jefe viera sus más profundos secretos, sus inseguridades, su felicidad. Un temblor casi imperceptible recorría su cuerpo. Nunca experimentó algo como eso, y no quisiera volver a hacerlo.

-No tienes hijos, novia ni padres -dijo Henry después de un tiempo, apartando la mirada de Bunce y fijándola en otro punto del lugar.

-No -contestó tenso.

-Me parece perfecto. -Sonrió-. No tendré que pagarte un funeral.

Dos disparos secos retumbaron por las paredes de la bodega y el cuerpo de Bunce cayó de espaldas. Pronto, un charco de sangre contorneó el craneo del hombre

En más de una vidaWhere stories live. Discover now