Capítulo 11

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Después de que dejaran internada a su madre por observación, Elliot decidió quedarse en el hospital toda la noche. Quería poder hacerlo algo, así que le insistí en que me deje ayudar con lo que sea y me pidió que me quedase esa noche con sus hermanas.

—Está bien, me quedaré con ellas así que no te preocupes —sonreí, acariciando suavemente su mejilla.

Elliot intentó esbozar una sonrisa, pero se notaba que estaba muy angustiado. Lo abracé por su cintura y él correspondió mi abrazo, apretándome suavemente.

—Gracias Jean, te veré mañana —dijo sonriendo.

Le dirigí una amplia sonrisa y, antes de que me diese vuelta dispuesto a irme, Elliot colocó sus manos en mis mejillas y me besó. Tras separarse, me dirigió una última sonrisa y entró a la habitación donde estaba su madre.

Decidí tomarme un taxi a casa de Elliot, pues ya eran al menos las dos de la mañana y no era seguro caminar solo. Mientras iba en el taxi, le escribí un mensaje a mi madre diciendo que esta noche me quedaría en casa de un amigo. Apenas envié el mensaje, mi madre comenzó a llamarme.

—¿Hola? —respondí, contemplando el cielo estrellado a través de la ventana.

—¿Acaso no sabes qué hora es? ¿Dónde estás? —respondió bruscamente, logrando que yo suspire al instante.

—Te dije que me quedaría en lo de un amigo, ¿hay algún problema? —dije seriamente, sintiéndome frustrado por discutir con mi madre a esta hora.

—Sí, hay un problema —respondió—. No sé quién es tu amigo, pero deberías dormir en casa —dijo casi gritando.

Sentía el enojo fluir por todo mi cuerpo, pues mientras Elliot estaba teniendo un momento difícil con su madre, la mía me estaba gritando por no dormir en casa.

—Ya tengo dieciocho años, por favor deja de decirme qué hacer —dije enojado, cortando la llamada al instante.

Para mi suerte, mi madre no me envió ningún mensaje ni intentó volver a llamarme. Llegué a casa de Elliot y le pagué al taxista, bajándome rápidamente. El pelirrojo me había entregado la llave de su casa, pero se me hacía muy extraño entrar así sin más; toqué el timbre de la casa y, tras unos segundos, Lea se asomó por la puerta.

—Jean, ¡eres tú! —dijo aliviada, haciéndome pasar.

—Sé que es tarde, lo siento —me reí nervioso, sacándome el abrigo al entrar—. Tu hermano ha tenido que salir y me pidió que me quede aquí con ustedes, ¿les molesta? —pregunté, observando la sonrisa de oreja a oreja en el rostro de Lea.

—¡Cómo podría molestarme! —dijo la pelirroja sonriendo.

Lea cambió la ropa de cama de su hermano y puso una nueva para mí, invitándome a sentirme como si estuviese en mi casa.

—Volveré a dormir, pero si necesitas algo me avisas —me sonrió, despidiéndose de mí y cerrando la puerta de la habitación.

Honestamente no tenía ganas de dormir, pues la adrenalina de correr tras Elliot y el enojo al discutir con mi madre me habían quitado todo el sueño. En vez de intentar dormir inútilmente, comencé a recorrer la habitación del pelirrojo; estaba muy limpia y ordenada, lo que era muy satisfactorio a la vista.

Comencé a recorrer con mis ojos sus estantes, sin tocar nada; una foto enmarcada logró llamar mi atención.

—Se ven realmente bien —susurré para mí mismo, observando la foto en que Derek y Elliot se encontraban sonriendo alegremente.

De vez en cuando, mis inseguridades se apropiaban de mí y me hacían sentir celos de Derek; Elliot lo había querido con todo su corazón, a pesar de que siempre mantuvo la distancia.

Si decides querermeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora