11 | Las bebidas indiferentes al término

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11| Las bebidas indiferentes al término

HALLEY:

El sábado amanecí con una sonrisa y una única idea en mente.

Y no, no era desayunar.

Esa idea vino justo después.

Tardé lo mío en conseguir que las sábanas dejasen de enroscarse entre mis piernas y por supuesto, en conseguir que mi fuerza de voluntad fuera lo suficientemente grande como para llegar a incorporarme. Después de eso bajé a desayunar y decidí ir a la biblioteca de la ciudad que había cerca de Outer Space para dedicarme el día entero a estudiar. Esta semana había descuidado un poco el temario y, aunque había avanzado un poco con algunos trabajos, me venía bien recuperar el tiempo que había dedicado a la actuación del próximo sábado.

Hoy las entradas del número de The Royal salían a la venta y tendría que pasarme a las cuatro para encargarme de supervisar cómo iba la taquilla. Pero había una entrada de la que me iba a encargar personalmente, porque la idea con la que me había despertado aquella mañana no podía salir adelante si no lo hacía.

A veces me sorprendía la de cosas que maquinaba mi mente en un solo segundo.

A partir del lunes que viene tocaba trabajar un montón. Aquel día traerían el linóleo a primera hora de la tarde y tenía que asegurarme de colocarlo a la perfección. Además, tenía que terminar de limpiar los decorados, colocar los de la primera escena, organizar el resto por el orden de las mismas y por supuesto, encargarme de toda la acústica teniendo en cuenta las anotaciones que la compañía había dejado redactadas en aquella libreta que llevaba a cada rincón al que iba.

Me gustaba estudiar cada indicación para asegurarme de que todo seguía su cauce sin meteduras de pata, saber que todo iba a salir sobre ruedas porque no se me había escapado nada y, sobre todo, poder ver el número final desde un rincón privado del teatro, porque al encargarme yo de la acústica, iba a tener que observar todos los resultados de la actuación desde ahí arriba.

No quería ser la responsable de un trabajo mal hecho, y mucho menos en Sky.

Hans no podía pagar a todo el personal de mantenimiento y mucho menos a los técnicos, con lo que ganaría en la cafetería más el dinero recaudado de las entradas apenas podríamos mantener Sky dos meses si pagábamos sueldos. Había que buscar otra alternativa.

Los años perfeccionando las técnicas de los encargados desde la platea, observando desde la mismísima sala de acústica y documentándome con algunos libros para principiantes durante mis ratos libres habían servido para algo y me habían convertido en una persona plenamente capacitada para encargarme de todo aquello por mi cuenta.

Me gustaba sentirme útil.

Esta semana subiría a la cabina para familiarizarme del todo con el equipo, el gran día llegaría el sábado y siempre era mejor practicar con tiempo que leer sobre la marcha y arriesgarme a tirarlo todo por la borda el mismo día de la actuación.

Lo primero era que ese no era mi estilo para nada. Planificarlo todo siempre había sido una de mis virtudes. O defectos, según me había transmitido Kevin.

Pues mis defectos iban a salvar —o eso esperaba— la actuación de The Royal. Toma esa, señor madurez.

Halley uno, Kevin cero.

Lo segundo era que, tal y como iban las cosas, no podíamos permitirnos un solo error.

Salí a comer cerca de las tres, pero antes decidí pasar por Sky para recoger aquella entrada que pronto iría acompañada de un mensaje especial para Xander. Estaba un poco nerviosa por esto último.

La Mecánica de los Corazones Rotos ✔  [#HR1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora