13 | La noche de los sueños rotos

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13| La noche de los sueños rotos

HALLEY:

Es curioso como durante muchos años somos capaces de crecer rodeados de personas e incluso sin conocimiento, logramos establecer la imagen de un ejemplo a seguir. Sobre todo, si se supone que somos críos descerebrados que aún no entienden el concepto. Es un poco complicado imaginar a un niño de cinco años hablando de esas cosas —por el concepto de inmadurez ese con el que se nos cataloga cuando somos más pequeños—, pero yo lo hice.

No era la primera vez que alguien me decía que era especial, aunque sí que era cierto que Hache era la primera persona en mucho tiempo que lo hacía de esa manera en la que de verdad podías empezar a convencerte de eso. Eso era lo que le posicionaba como la «persona rarita y diferente» que era.

De las personas que me han diferenciado por aquel adjetivo solo distinguía a tres sin contarle a él, y esos eran mis padres y Halle. Recuerdo que la segunda vez que los primeros me describieron así —porque la primera fue al ponerme el nombre—, dijeron que era porque yo había establecido mi modelo a seguir con tan solo cinco años y había hecho una selección un tanto diferente para ello.

Había roto los esquemas por primera vez, pero claro, yo no me di cuenta de ello.

Normalmente nuestros modelos a seguir eran nuestros padres o hermanos mayores —que yo no tenía—, y si tenía que convertirme en el ejemplo a seguir de alguien me atemorizaba el hecho de pensarlo, porque yo no era perfecta y el seguir mis pasos solo podría terminar en desastre. Por eso al principio no quise decirles de quién se trataba, porque no podía permitirle cargar con algo tan angustioso a esa persona. La cosa funcionó hasta que consiguieron averiguarlo mediante el chantaje.

Cómo eran los padres a veces...

Yo no escogí a mis padres como ejemplo a seguir. No escogí a una persona previsible.

Escogí a Kevin.

Él era mi ejemplo a seguir.

Hay que ver cómo eran las cosas...

Puede que no ahora, pero cuando tenía siete años era el chico más valiente, simpático e intrépido que había conocido —y todo eso lo observaba yo con cinco años. Observad mi grado de admiración por él a esa edad, ¿cómo no pude darme cuenta entonces de lo que me sucedía con él? —.

Era un rebelde sin causa, recuerdo la de veces que me dijo que arriesgarse era lo mejor siempre que tuviéramos esa oportunidad, era fascinante verle trepar a los árboles y verle colgarse boca debajo de sus ramas sin un ápice de temor a caerse. Aunque luego entró al instituto y sus años de intrépido amazonas quedaron atrás. Cambió y no supe por qué. En aquellos tiempos no entendía el concepto de madurez.

De todas maneras, Kevin siempre fue muy divertido conmigo, pero lo que siempre me demostró es que era la clase de persona que siempre estaba ahí cuando la necesitas, aunque durante sus primeros años de instituto sus hormonas de adolescente me sacaran de quicio y hacían a Halle querer tirarse de los pelos como una energúmena.

Comprendí lo que significaba el cambio una vez las dos seguimos su camino, pero no lo viví exactamente así, porque yo seguía comportándome de la misma manera de siempre mientras observaba como todos los demás cambiaban radicalmente, salvo mi amiga. Eso de ser personas diferentes no iba con nosotras, decidimos firmar un pacto con el demonio y seguir conservando nuestra esencia todo lo que nos permitiera la adolescencia.

Cuando me di cuenta de que lo que sentía por Kevin no era algo normal, dejé de considerarle mi ejemplo a seguir, porque además ese puesto empezaba a penderle de un hilo desde que metió la pata de aquella manera en el instituto. Nos cruzábamos y a penas me miraba, le saludaba y me hacía sentir insignificante en mi metro y medio de estatura, que cada vez parecía reducirse a pulgadas; no me hablaba. Y por aquel entonces pensé que yo era el problema.

La Mecánica de los Corazones Rotos ✔  [#HR1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora