❂ capítulo tres ❂

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Jaekhar y Lysander palidecieron en la salida del pasadizo.

Un pasillo largo y de muros de roca color crema se alzaba a su alrededor, los ventanales dejaban pasar la luz cálida del sol, iluminando cada recoveco elegante de la construcción del castillo. Pero no había nadie más a la vista, nadie más que la imponente imagen de ese chico enojado y sus ojos de hielo.

Iba vestido de un gris tan pálido que se asemejaba al blanco, pero conforme su túnica bajaba por su cuerpo, se tornaba más oscura. Estaba ceñida a su cuerpo en un corte elegante, perfectamente a la medida. Bordados de oro reluciente serpenteaban sobre sus hombros y pecho, trazando arabescos y diseños intrincados. Llevaba pantalones oscuros y botas altas hasta la rodilla. Resplandecía, brillaba como la plata, pero no tanto como su cabello, lacio, pero levemente ondulado que se pintaba en el blanco puro de los Akgon y caía flojamente sobre sus ojos azules.

Una elegante y delgada corona de oro que descansaba ahí atrapó un rayo de luz que denotó una chispa de su cabeza.

—¿Dónde has estado toda la mañana? —murmuró en la lengua antigua, el idioma que la familia real hablaba con fluidez para asegurar no sólo su preservación, si no, lograr mantener conversaciones privadas frente al resto del mundo, aunque cuando los ojos azules del príncipe se giraron en torno a Lysander, supo perfectamente que entendía cada palabra.

En la ciudad —mintió Jaekhar con demasiada facilidad. Había apagado la antorcha mientras que su amigo cerraba la puerta del pasadizo.

—¿En la ciudad o en las costas de Litoreh?

Jaekhar alzó las cejas, un poco sorprendido, Lysander no. Sabía, solo sabía que todos en el castillo habían averiguado a dónde habían ido.

—¿Eso importa? —sonrió el mayor, cruzándose de brazos de manera relajada—. Estoy aquí, estamos aquí, ¿cuál es el problema?

—Es el cumpleaños de Alysanne y todo el sur lo sabe, habrá una gran celebración hoy y nos están esperando. A los tres.

—¿Y tú por qué no estás ahí, frath? —Jaekhar le dio un golpecito al mechón que caía en la frente de su hermano, ganándose un manotazo furioso.

—¡¡Porque estoy demasiado ocupado cubriéndoles las espaldas, tontos!! —murmuró, acaparando más rayos de sol que lo hacían brillar como una estrella blanca.

—Estaremos ahí, vamos allá —Jaekhar le ofreció a su hermano su brazo de manera burlona, pero las mejillas de este se tiñeron de un rojo más profundo, se apartó de un paso suave pero decidido.

—¡No vestido así! Parece que han entrado y salido de un volcán, apestan a ceniza —murmuró alejando sus brazos para limpiarse lo que Jaekhar pudiera haber tocado.

—Monto un dragón, la gente lo entenderá...

—¡Jaekhar!

—¡Daerys! —el mayor se giró de nuevo ante su hermano pequeño, que era mucho más bajo y delgado; se le quedó viendo de manera expectante.

El segundo hijo de Kargem, príncipe del sur, el contraste perfecto para el primogénito de la actual corona: Daerys Akgon. Un suave y delicado chico que no empuñaba espadas o buscaba aventuras en los cielos, pero si era un chico que leía a todas horas y conocía las respuestas a cada pregunta. Dónde Jaekhar era un implacable bloque de oro sólido, Daerys era una línea elegante de plata líquida; ambos eran hijos del rey y ambos eran Akgon purasangre, lo cual los hacía parte de la lista de la gente más poderosa en el mundo.

Daerys no apartó la mirada, era obvio que Jaekhar tampoco lo haría. Aún así, la furia del menor pareció formar una placa de hielo frente a las brasas juguetonas de su hermano mayor.

Drakhan NeéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora