❂ capítulo cuarenta y cuatro ❂

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JAEKHAR




En casa había un millón de cosas maravillosas, pero tenía que aceptar que el cielo de Nivhas era extraordinario.

En el día no era demasiado espectacular, pero cuando se acercaba la noche... ese atardecer de colores era algo que nunca iba a olvidar. La forma en la que los colores se difuminaban hacia otros tonos, como cada uno de ellos parecía surgir de la nada, pero como se complementaban entre todos, como si fuera una cadena. Las nubes, siempre esponjosas, parecían irradiar luz propia cuando se atravesaban entre una bruma de color. Luego estaban las noches; el cielo era de un negro profundo que se alteraba solo por la luz de la luna o las estrellas, puntos de fuego irradiando un brillo que era eclipsante ante su vista.

Y Jaekhar nunca se había detenido a mirar las estrellas durante mucho tiempo, en casa eran la imagen de dioses menores y parte de los poemas religiosos, pero él nunca había sentido mayor fascinación por ellas, hasta que Zeerah le mostró las constelaciones.

Acostados sobre la hierba del bosque, franqueados por los árboles que rodeaban el claro donde la bruja tenía su escondite, el próximo rey de todo aprendió las historias del cielo, las leyendas y los mitos que se propagaban sobre el manto de la noche.

Zeerah se sabía las respuestas a todas las preguntas que Jaekhar hacía. Sus cabezas estaban juntas y él sentía el roce de su cuerpo cada que ella respiraba, sentía la calidez que emanaba de sus cuerpos y temía el pensar llegaría el día en el que se marchara y el calor y esencia de la bruja se resumiría a un recuerdo. Pero se enfocó en el ahí y en el ahora, su cuerpo contra la hierba, mientras la noche transcurría y escuchaba la voz de una chica que había aprendido a atesorar como a su hogar.

No supo en qué momento se quedó dormido, solo fue consciente de que ella no abandonó su lugar junto a él. Seguían vestidos para un baile que fue olvidado, a Zeerah no le importó que su vestido se manchara con el rocío del césped y él ciertamente le importó menos. Cuando despertó, gracias a los rayos de sol que pasaban por las ramas de los árboles, ella seguía aferrada a su pecho y Jaekhar sonrió por ese simple hecho.

Ambos se levantaron e hicieron el camino de vuelta al castillo sin soltarse de la mano. Jaekhar no se preocupó en mantenerse oculto. Suponía que, debido a la celebración del día anterior, la mayoría de las brujas estarían ocupadas como para prestarles atención a ellos. Zeerah lo guió a la entrada alterna de la cocina, no muy lejana a donde estaban los establos. Consiguieron algo de desayunar, agradeciendo que no hubiera casi nadie más que aquellas encargadas en la comida. Agradecieron para luego adentrarse al interior del castillo.

Jaekhar entró detrás de la bruja a la pequeña alcoba que era su habitación y se sentó sobre la cama con aire curioso mientras Zeerah se cambiaba en el pequeño baño continuo. No había nada en ese sitio que sostuviera cariño, ni un recuerdo. Solo ropa. Todo lo que ella adoraba, estaba al interior de ese viejo tronco que ocultaba en el bosque.

Pero cuando ella salió, vestida en uno de sus sencillos vestidos, le sonrío con una fuerza que no asociaba con esa tierra, con ese palacio en ruinas. Tal vez podía convencerla de regresar a Goré con él... pero ella quería quedarse para salvar a su pueblo, para cuidar a esas brujas... Jaekhar trataba de comprenderlo, pero le resultaba difícil.

Drakhan NeéWhere stories live. Discover now