❂ capítulo nueve ❂

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DAERYS





Hubo un tiempo en que pensó que la lluvia era hermosa..., hasta el día en que le cayó una tormenta encima.

Y no solo en el sentido figurado; en el sur no llovía a menudo, por no decir nunca, y Daerys se encontró odiando el clima cuando el agua caía y tornaba la tierra en lodo. Todo estaba resbaladizo, húmedo y sucio. Sus botas lustradas, estaban cubiertas en el fango oscuro que se adhería a sus agujetas y, por la luz, que iba a maldecir a los cielos si nunca volvían a relucir como nuevas.

Pero no había dicho nada, ¿Cómo podría? Había cientos de cosas más importantes a cerca de estar de pie bajo una feroz tormenta, como por ejemplo, el hecho de que estaba a un mar de distancia de su hogar, que su hermano estaba furioso porque ninguna posada del pueblo parecía tener plaza, no para ellos, y como el cabello mojado caía sobre sus ojos a cada maldito segundo y él no podía ver. Pero eso no había sido lo peor, ciertamente El Señor había encontrado esas y muchas más formas para probar su paciencia ese día.

Como Sander, girando a su alrededor con los brazos extendidos y los ojos punzantes contra su rostro a cada cinco segundos.

Daerys bien podría haber empezado a gritar.

Pero mantuvo la calma, por cada vez que su hermano volvía de alguna posada o taberna sin buenas noticias, por cada que una mujer gritona los ahuyentaba de las entradas a sus casas que podían ofrecerles un poco de techo y por cada maldita vez en la que estuvo a punto de resbalarse por el tonto lodo y Sander parecía estar esperando por ello, siempre listo, con una mano cerca de su brazo o su cintura para sujetarlo de manera automática; Daerys se mordía la lengua cada que el moreno lo apretaba contra su cuerpo para estabilizarlo y la esencia a vainilla lo rodeaba como una segunda manta.

Una como aquella que le había tendido de vuelta en el barco. Por como olía, debía haber sido de su propia alcoba, tal vez de su propia cama. Pero Daerys se había permitido arroparse con la manta, solo por el frío, obviamente. Y ahora ellos estaban sentados sobre una carreta vieja a la que se le había averiado la rueda al parecer... hacía mucho tiempo por el estado en el que se hallaba. Daerys se había sentado ahí cuando la lluvia finalmente se detuvo y se apresuró a limpiar sus botas con un extremo de su capa. Sander se había reído, o eso había creído hasta que alzó la vista y él moreno solo comenzó a fingir que tenía un ataque de tos.

Entonces Jaekhar regresó portando algo entre sus brazos, un poco de humo salía de los huecos en sus huesos y un leve sonrojo se instalaba sobre su piel. Dejó tres tazas a un lado de Daerys con una sonrisa triunfal, él y Sander se lo quedaron viendo sin un ápice de impresión. Entonces Jaekhar, que tenía todo el cabello completamente mojado y peinado hacia atrás, sacó una bolsa de papel bajo su brazo y  la dejó junto a las bebidas.

¡Ta-da! —murmuró, cómo si fuera un tonto, como si fuera una broma, como si de repente volvieran a ser unos niños. Daerys pudo haber tenido suficiente, pudo haberle saltado encima y tirarlo sobre los charcos de lodo... pero sus botas ya estaban limpias de nuevo.

Contó hasta diez en su mente.

—¿Qué es esto? —preguntó Sander sin atreverse a tocar las cosas que el príncipe heredero había traído consigo, tenía el pesado ceño fruncido que significaba que estaba al borde, Daerys se encontró empatizando con él.

La sonrisa de Jaekhar se borró enseguida.

—¿Cómo que "qué es"? ¡Es comida y está caliente, para variar! —exclamó con los ojos bi color bien abiertos, un mechón húmedo le cayó sobre la frente—. Estaba esperando algo como "gracias" o "esto es increíble, Jaek, te amamos".

Drakhan NeéWhere stories live. Discover now