❂ capítulo dieciocho ❂

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S A N D E R 







El miedo era para aquellos quienes eran prudentes..., pero los Akgon nunca lo habían sido.

Sander recordaba con claridad la vez en la que Skyler Akgon dijo aquellas palabras y nunca lo olvidó. Habían sido un puñado de niños, no importaba lo altos que él y Jaekhar eran, seguían jugueteando después de las lecciones y haciendo travesuras por todo el castillo. Pero ese día en particular, no había tiempo para juegos.

Él tenía ocho, Jaekhar había cumplido los nueve, Daerys siete; el sol brillaba, iluminando la enorme capital del imperio de Goré y ellos estaban en uno de los patios amplios del Krestum. Ese día, Jaekhar y Daerys tendrían su primera lección de vuelo.

Aún no les dejarían montar a sus dragones con libertad, pero Jaek había estado rogando por ello desde que su dragón había alcanzado el tamaño promedio para alzarse en el aire con él; el príncipe Lou había puesto una mueca de pánico cuando su primogénito lo pidió, se giró a Kargem, pidiéndole que se negara, que aún era demasiado pequeño para montar. Pero Sander reprimió una risa cuando todo lo que vio en la cara del rey fue emoción.

Convencer al consorte de Kargem no fue tarea fácil, pero Jaekhar nunca había declinado un buen reto; Daerys trataba de parecer indiferente, pero Sander había admirado el brillo en sus ojos cuando, finalmente, Lou aceptó con un suspiro derrotado. Skyler Akgon alzó las puños al aire y chocó los cinco con Jaekhar a mitad del almuerzo. Pero fue Kargem quien exclamó, con esa voz fuerte y clara, que él mismo enseñaría a sus hijos.

Sander había estado igual de emocionado que los príncipes; él no iba a volar un dragón, pero había crecido con las historias, como todos los niños del Sur, como todas las generaciones a partir de la suya. Leyendas sobre peleas en medio de tormentas, caídas de sus monturas, extranjeros montando bestias de fuego... Kargem era el mejor jinete en siglos, seguramente el mejor de todos. Daerys había hecho cientos de dibujos de su padre montado en su dragón blanco y no había historia que Jaekhar no se supiera sobre esas aventuras.

En ese tiempo, Riskhar era pequeño, o bueno, lo pequeño que puede considerarse para una criatura con dientes tan grandes como cuchillas; Rhaenys, el dragón de Daerys, era precioso con sus escamas tornasol bajo la luz de medio día y era mucho más tranquilo. Pero habían crecido juntos, siempre cuidados por los príncipes que los habían recibido al mundo, a quienes habían elegido como jinetes desde su primera respiración a través de las llamas. Los dragones habían volado desde muy jóvenes, pero nunca lo habían hecho con los hijos de Kargem.

Ese día lo intentaron por primera vez; Jaekhar había llegado con una maravillosa armadura de escamas y con una banda de cuero que le apartaba los rizos de la frente. Como siempre, había estado completamente seguro, destilando confianza. Había seguido al pie de la letra los consejos de Kargem y no tardó mucho para completar sus primeros intentos con soltura, como si hubiera nacido para ello.

Pero Daerys... él había estado... nervioso.

En ese tiempo, aún se refugiaba contra el cuerpo de Sander cuando tenía miedo, aún lo tomaba de la mano con tanta normalidad, que estar sin su toque solía ser extraño para el moreno. Tenía una mueca asustada, los grandes ojos azules teñidos de pánico, húmedos por el inminente llanto. Rhaenys estaba ahí, frente a él, tan dócil como siempre, consternado mientras intentaba averiguar porqué el bonito príncipe parecía estar aterrado.

Fue ahí cuando Skyler habló:

—El miedo es para los prudentes, Dae —dijo con una pequeña sonrisa mientras se inclinaba a un costado de su sobrino—, pero los Akgon nunca lo hemos sido.

Drakhan NeéOù les histoires vivent. Découvrez maintenant