❂ capítulo dieciséis ❂

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S A N D E R









La vida con Daerys había sido difícil.

Pero la vida sin Daerys lo habría sido todavía mas.

Sander entendía aquello a la perfección, o al menos trataba de no darle tantas vueltas en un día común, donde sus pensamientos eran ensordecedores en un mar de silencio; donde él se encontraba solo con sus ideas, con sus pensamientos, con su pesado corazón que a veces sentía demasiado. Él trataba de acallar todas esas voces en su mente que parecían susurrar un mismo nombre, pero la mayoría del tiempo no podía.

Momentos como ese.

En el que el todo era frío y distante, desconocido para él. La incertidumbre se paseaba en el aire no como una brisa, sino como una densa nube que lo rodeaba y atontaba sus sentidos. No podía moverse, o tal vez no quería, pero ahí estaba él. Sentado frente a esa cama, relativamente cerca, a unos tantos centímetros, pero tan lejos.

A un millón de años luz.

Tan malditamente separados, que Sander sentía la calidez que emanaba de su cuerpo, pero aún sentía que estaba a un mundo de distancia; que, si gritaba, su voz se perdería en la inmensidad establecida entre ellos y era estresante, inquietante, martirizante... acaba con él poco a poco.

Pero extrañamente... nunca se había sentido tan vivo.

Por eso había sido difícil, tremendamente complicado. Confuso hasta el punto de que Lysander había querido arrancarse todo el cabello de su cabeza mientras le daba una y mil vueltas, recorriendo el mismo camino que en su mente tenía sentido hasta que miraba hacia atrás y se encontraba con un laberinto indescifrable. Nunca había tenido sentido, aquello... lo que fuera que se hallaba entre ellos. Sander ni siquiera sabía cómo nombrarlo, cómo describirlo.

Pero los unía, irremediablemente.

Se removió en la silla; se echó hacia delante, para dejar descansar sus codos contra sus rodillas, mientras su cabeza caía entre sus hombros. Cuando levantó la vista dorada, sus ojos recorrieron cada centímetro de la figura acostada en la cama de enfrente y trató de calmar esa ardiente necesidad que le exigía acercarse, asegurarse una vez más de que estaba bien, que no había peligro cerca y... que, si lo había, ahí estaba él.

Ahí siempre estaba él.

Apartó la mirada y cerró los ojos.

Sander siempre había estado a su lado... hasta que de pronto ya no lo estuvo; fue en ese entonces cuando la distancia entre ellos empezó a crecer tanto, pero tanto, que ahora era irremediable. Por más que intentara correr, se encontraría en el mismo lugar. Por mucho que buscara su mirada con los ojos, siempre los encontraría fríos, llenos de nevadas y estalactitas, aguijones de hielo tan puntiagudos que lo perforaban constantemente y lo hacían sangrar.

Aquello que se hallaba entre ellos solía ser un campo rebosante de vegetación, donde crecían todas esas flores que le gustaban tanto y que recolectaba para hacerle coronas de flores a todos. Cuando su mirada era cálida como el sol, cuando esos ojos de cielo siempre estarían brillando en su dirección, para él, sobre todas las personas.

Ahora era un yermo.

Vasto y solitario, con tierra árida en la que ningún retoño florecía mas.

Y no podría evitar pensar en qué era su culpa.

Porque todo había empezado a cambiar cuando ambos aún eran unos niños y Sander tomó una decisión.

Drakhan NeéWhere stories live. Discover now