❂ capítulo cuarenta y dos ❂

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DAERYS




Su mundo se hizo pedazos en un momento y al siguiente, todo parecía estar intacto.

Se preguntó si en algún momento su cabeza había ideado un escenario en el que los deseos más profundos de su corazón se cumplían, si sus plegarias habían sido escuchadas a pesar de que él tenía años sin rezar. Tal vez habría sido una ilusión, pensó. Una jugada arriesgada y terriblemente cruel, sin dudarlo, pero podría haber sucedido.

Pero no.

En cuanto abrió sus ojos, se percató que no lo había soñado, que cada parte de lo que sentía estaba ahí, pulsando a través de su cuerpo en hondas que lo cubrían por segundos hasta desvanecerse, volviendo segundos después con la misma suavidad. Era como estar en la playa bajo un día de verano; todo estaba cálido. Se sentía en casa, protegido, en paz.

Aun así, un rayo de sol lo despertó, como si una mano delicada se alzara para acariciarle su rostro. Sus ojos se entrecerraron cuando los abrió, evitando que la luz lo golpeara directamente, moviendo su cabeza ligeramente a la derecha.

Fue ahí cuando lo sintió.

Un cuerpo grande y pesado estaba dormido a su costado, moviéndose ligeramente por cada respiración que tomaba. Daerys retuvo la respiración en el momento exacto en el que admiró la piel tostada del Alfa, la forma en la que la piel se amoldaba a los músculos debajo. Agradeció a la sagrada Luz de Lukya que Lysander no estuviera despierto, porque Daerys se tornó de todos los colores al descubrir que no había nada cubriéndolo. Ni un poco de ropa.

Casi soltó una carcajada, pero al menos pudo frenar aquel impulso.

El bello de su piel se erizó, algo se instaló en la parte baja de su estómago y la sangre que empezó a circular con velocidad por todo su torrente sanguíneo, estaba en llamas de un momento a otro.

Se irguió, notando así su propia desnudez cuando la única sábana que podría haber causado su desmayo de no haber estado ahí, cayó hasta si cintura. Volvió a sentir sus mejillas calentarse, así que no lo pensó demasiado y corrió hasta el pequeño baño que estaba en su habitación, arrastrando la sábana consigo.

Daerys susurró una maldición en vehstry cuando se miró al espejo.

Y él nunca se había quedado sin palabras... hasta esa mañana.

Usual e inusual a la vez, eso fue lo que pensó al mirarse en ese instante. Ese era su rostro, pero al mismo tiempo no era lo que estaba acostumbrado a ver. Sus facciones eran las mismas, pero... había algo con sus ojos. Brillantes, no con el azul helado de siempre, pero más como el azul del cielo despejado a medio día, un tono más oscuro. Parecía que más luz entraba a su rostro ahora que no tenía el ceño fruncido, como si el emanara un brillo que no sabía muy bien de dónde venía.

Su cabello estaba completamente despeinado, tenía mechones saltando en direcciones extrañas y, ahora fuera de su frente, reconocía que finalmente los últimos dejes de la infancia se estaban borrando por completo. Solo faltaban meses para que cumpliera la mayoría de edad, constantemente lo olvidaba. Había fingido que era tan inteligente como un adulto cuando cumplió los trece, así que no le sorprendía bastante.

Pero estaba sonrojado y eso le daba un aire... delicado. Suave. Frágil. Daerys nunca tuvo problemas con eso. Su condición como omega había sido algo que apreciaba, en realidad. Solo que ahora lucía menos... tenso. No supo si eso era bueno o malo.

Drakhan NeéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora