❂ capítulo uno ❂

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Jaekhar avanzó a través de la plataforma del barco y con un solo movimiento fugaz, desarmó al último pirata al frente.

La mirada llena de pánico del delgado y desgarbado joven fue lo último que vio antes de que el príncipe lo tirara por la borda y su chapuzón en el agua resonara a través de la distancia; el eco de los vítores aún se escuchaba desde la aldea, el caos que el chico de cabello blanco había desatado en el mar ensordecía toda la costa de Litoreh. Solo necesitaba hacer tiempo, el suficiente para que la armada de la capital llegara a socorrer a estas personas y resguardan su pueblo, luego podría marcharse, pero nada como un poco de diversión mientras hacía su deber: proteger el imperio de su padre.

Riskhar planeó sobre el cielo, lo escuchó gruñir por lo bajo mientras se acercaba al navío. Jaekhar silbó como única señal de que estaba listo para ser recogido por una de sus garras, el dragón, negro como la noche, violento como una tormenta, tomó a su montura y lo llevó hasta los barcos restantes, al menos la mitad de la comitiva que planeaba saquear y conquistar la pequeña aldea, ya tenía barcos medio destrozados y su puñado de hombres incapacitados.

Y aún quedaba la mitad.

Riskhar lo soltó sobre el siguiente barco, pero esta vez, mientras los hombres corrían y saltaban a través de la cubierta para huir, Jaekhar no cayó solo sobre la superficie; desde el lomo oscuro de su dragón, una figura entre plateada y roja, se clavó el cielo como una espada. Fugaz y ágil, el salto que profirió desde el dragón pudo haberle roto el tobillo a cualquiera. Cualquiera menos a él, a ellos, entrenados desde pequeños para momentos como este, preparándose toda su vida para cuando el mal se ciñera sobre su hogar y ellos tuvieran que defenderlo.

Cayó con gracia letal a un lado del príncipe dorado, lucía recto y listo para la pelea. Desde su espalda, se veían un par de espadas gemelas, brillaron cuando las sacó y miró hacia los hombres con esos ojos dorados que destilaban ira.

Pero en dónde aquella expresión era fría y calculadora, analizando todo a su alrededor, premeditando sus ataques... Jaekhar sonreía con socarronería. Miró a las espadas de su amigo y frunció el ceño.

Pero no era tiempo para preguntas, lo miró por una décima de segundo, sus ojos bicolores encontraron el oro fundido en la mirada de su amigo y tras un asentimiento casi imperceptible, el infierno se desató en la cubierta de ese barco.

Jaekhar saltó a la derecha, su amigo a la izquierda y el metal chocó con metal, las espadas cortaron a través del mundo en defensa y golpes poderosos, ambos chicos se abrieron paso sobre el navío; como una tormenta de arena en el desierto, como tsunami arrasando con la costa, ellos se comían el mundo a mordiscos, golpe tras golpe ellos derribaban hombres y avanzaban sin remordimiento. No paraban, no descansaban, no dudaban en cubrir el flanco que el otro dejaba libre. Cuando se encontraron frente a frente de nuevo, con un especial grupo de piratas hábiles en combate, Jaekhar aporreaba en donde su amigo se giraba. En donde este pateaba, Jaekhar lo protegía.

Hombro con hombro peleaban, como si se tratara de una danza y no de un combate voraz; se movían como uno solo. Uno dorado y el otro plateado, con la misma fuerza, el mismo entrenamiento, ambos se deshicieron de esa tripulación y luego de la siguiente.

Jaekhar silbó hacia su dragón, una llamada para que viniera y lo soltara en el siguiente barco. Pero Riskhar se estaba encargando de los barcos más lejanos y cuando gruñó en respuesta, el príncipe supo que tardaría unos minutos más en regresar con ellos. Suspiró y miró a su derecha.

—¿Nuevas espadas?

Su amigo se giró con la tensión pintada en cada centímetro de su piel, su respiración agitada hacia qué su armadura subiera y bajara en su pecho, un mechón de rizos oscuros le cayó sobre el ojo, pero de todos esos factores, la vista del príncipe recayó en su mandíbula, donde un moretón le besaba la piel inferior a su labio, Jaekhar hizo una mueca.

Drakhan NeéWhere stories live. Discover now