26. Redención

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Jerusalén, 587 A

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Jerusalén, 587 A.C.

Una potente explosión retumbó a sus espaldas, por unos segundos iluminó la agitada noche. La piedra catapultada en fuego acababa de destruir el muro del templo judío, mientras las calles de la santa ciudad eran profanadas con los cantos de guerra, el derrame de sangre y el choque de espadas entre los ejércitos.

Las tropas invasoras del rey de los babilonios, Nabucodonosor II, avanzaba con mano firme en su tercer intento de asedio a la capital del reino de Israel, y a tan solo unos metros de la frenética contienda, Victoria Pembroke y Ada Reich chocaron espalda contra espalda, cada una concentrada en contener el escudo que las protegía de los rayos sostenidos de las hermanas Slytherin.

Cripto rondaba el improvisado campo de energía con una espada entre sus manos, preparado para cobrar venganza por su propia cuenta. El escudo se debilitaba, las mujeres estaban a punto de caer, podía saborearlo.

—¡Vamos, Victoria! No podrás contenerlo toda la vida —vociferó Cripto.

Las brujas de Salem se soltaron en una risa burlona.

—James, por qué tardas tanto —susurró Madame.

Del otro lado de los muros, Mago Universal se retorció entre quejidos sobre los escombros de la pared recién destruida. Los grimorios que llevaba en sus manos habían caído a un lado. Desde el otro extremo del pasillo, Pestilencia caminaba en su dirección a paso lento. Lo había interceptado en la salida de la biblioteca.

—Por qué estás realmente aquí de nuevo —le preguntó Mago, reincorporándose—. No pareces ser de lo que se humillan ante alguien como Máximo.

—La humanidad siempre ha sido un problema. Tarde o temprano, provocarán su propia aniquilación, yo solo me adelantaba a los hechos —filtró su voz hostil a través de la máscara de pájaro—. Máximo me ofrecía la oportunidad de cumplir mis más ambiciosos deseos.

—Máximo está demente. Igual que tú.

—Esto no era personal, Jerom, pero usted y esa deplorable británica lo hicieron así. —Retiró poco a poco la máscara de su rostro, dejando ver sus graves quemaduras y su piel desfigurada—. ¡Ustedes me hicieron esto!

—Nosotros no hicimos nada que tú mismo no hayas provocado —replicó James—. Tú mismo te ganaste la caída en ese lago pútrido. Tu antigua apariencia solo era una máscara. Este sí es el verdadero Barón Ekkovrish. —Señaló con firmeza—. ¡El monstruo que provocó miles de dolorosas muertes y terribles pesadillas a ciudadanos inocentes!

—Yo solo era un hombre con una visión.

Mago rio por lo bajo, irónico.

—De seguro, liberar un virus mutante era una visión de lo más encantadora para el mundo —replicó con sarcasmo destilado en cada palabra.

—Usted detuvo mi misión. Ahora yo frenaré la suya. No saldrá de aquí vivo con esos libros, se quemarán hasta los cimientos en este templo tal como lo dicta la historia.

Mago Universal: Encrucijada temporalWhere stories live. Discover now