5. Gigantes de Niflheim (Parte I)

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Tierras del Norte, 980

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Tierras del Norte, 980.

Bajo la melodía de cuernos de cabra, tambores de piel de reno, arpas y liras, vasos chocaron entre sí con cantos jocosos. El festín en el salón era grande. Los vikingos se hallaban reunidos a lo largo de una mesa abarrotada de comida. El golpe de los recipientes provocaba que la bebida de miel fermentada cayera sobre sus atuendos de cuero y abrigos de lana.

De pronto, la puerta al salón se abrió abruptamente, de manera que las frías corrientes del exterior se colaron en el recinto y algunas de las antorchas fueron apagadas.

—¡Gigantes! —alertó un hombre, agitado por completo—. Están atacando el pueblo, vienen de las montañas, ¡el Ragnarök ha llegado! Odín nos ampare.

—Pero qué cosas más extrañas habla este hombre —burló otro. Su barriga cervecera era tan grande que chocaba contra la barra en la que estaba sentado—. El único gigante aquí es el gran Erik el Rojo, y su flota de drakkars ya zarpó de Vinhala.

Y antes de que su mano regresara a la jarra de cerveza, un golpe repentino estremeció todo el lugar. La música dejó de sonar. Ahora la feroz entrada de una bola de fuego púrpura era el centro de atención de los escandinavos.

—Ya están aquí —susurró con terror—. ¡Sálvese quien pueda!

La primera había sido tan solo un aviso. Más bolas ígneas irrumpieron el bar, con tal ferocidad que no tardó en incendiarse. Entre gritos huyeron de allí con el deseo de salvarse del mal desconocido, pero la única verdad era que no había escapatoria. La horda de gigantes ya había descendido al poblado y abrasaba las casas con su fuego consumidor. El incendio provocado era de tal magnitud que ni las gruesas capas de hielo y nieve pudieron extinguirlo.

Cuando una feroz bola de fuego vino al mismo hombre que dio el aviso, se arrodilló.

—Odín, padre de todo, ten piedad de mi vida —murmuró—, y que si he de morir, renazca en los dorados salón del Valhalla.

Ante la inminente cercanía del ataque, cerró los ojos. Sorpresa fue para él no sentir el fuego consumirlo, sino, en cambio, haber escuchado el eco de un estallido. Al abrirlos de nuevo, percibió entre el humo una figura abstracta, cubierta por una capa naranjada con piel de animal alrededor bajo su corset vikingo; llevaba entre manos una rama alargada, partida en dos en lo más alto.

—Fuera de aquí —demandó una severa voz femenina.

El hombre asintió y corrió lejos de allí, agradecido con los dioses por haber escuchado sus plegarias. La encapuchada, mientras tanto, le hizo frente a otras dos gigantescas bolas de fuego que le llovieron. La primera la golpeó con su bastón, luego le dio un giro y terminó por contrarrestar la segunda; después, clavó su cetro entre la nieve, y una barrera naranjada se alzó frente a ella.

—¡Vamos, vamos! Salgan de aquí —dijo para quienes aún corrían por la calle empedrada.

La espesa niebla provocada por el incendio púrpura fue atravesada por una criatura alada. Era un cuervo. Pasó por la barrera sin problema, luego aterrizó en el brazo de la mujer.

Mago Universal: Encrucijada temporalWhere stories live. Discover now