5 años

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Nota: Bienvenidxs. Que ilusión estar por aquí de vuelta con ustedes. Seas quien seas te agradezco por intentarlo una vez más, por querer caminar conmigo en ese viaje. Es un fanfic completamente diferente al anterior que escribí, en otro tono, pero espero que les guste.

Otra cosa: no creo que sea muy largo.

Romance, soledad, un poco de angustia a veces, emociones, muchas emociones. Realidad alternativa a la original, cinco años después de la primera partida de Maite. Les prometo que a medida que vayan leyendo entenderán mejor...

En serio, se lxs quiere MIL! Aix, que ansiedad más mala JAJAJA

Aquí vamos.

RENACER

Capítulo I: 5 años

La mujer suspiró al ver su carruaje pasar por aquel puente y se sintió vulnerable y ansiosa repentinamente. Casi cinco años habían pasado desde que lo había dejado atrás y aún sentía el peso de aquella despedida en sus hombros. Los gritos y el llanto, la desesperación del corazón roto. Cinco años en los cuales, por mucho que se mezclaron con otros que hubiera preferido olvidar, siempre volvían en sus peores pesadillas. Sencilla razón, a estos ella los había causado en un rapto de cobardía que disfrazó de razonabilidad.

Por muchos tiempo quiso excusarse en que había hecho lo mejor, pero a medida que se distanciaba más del hecho y lo miraba de nuevo era consciente que había optado por la salida sencilla porque la otra le causaba temor. Y es que así es el amor, nunca fácil, nunca sencillo. Su recompensa puede ser maravillosa, pero el precio nunca es bajo y, al final de cuentas, no todo el mundo está dispuesto a pagarlo. El confort ciega y el miedo a lo desconocido hace que huir del corazón sea lo más fácil, desdichado y todo.

Y a la vista de sus errores, aquí estaba, volviendo a Acacias, el barrio que prácticamente la expulsó de su cobijo, pero del que eligió irse por su mano. Ella que siempre había nadado contracorriente, se dejó arrastrar por su tío y las exigencias de esa perversa mujer sin oponer mínima resistencia. Sin pelear ni siquiera un segundo. Ella que le aseguró a la mujer que amaba que el amor siempre triunfa, la abandonó a su suerte unas horas después. Suerte que se selló unos meses más tarde con su matrimonio con el mismo señorito al que ella desdeñaba y celaba.

Cinco años. No había tenido noticias de Camino, ni habían mantenido correspondencia y lo poco que supo fue por sus allegados. Aunque con el tiempo dejaron de hablarle de ella. Si estaba de regreso era por el empeño de su tío Armando que no quería que siguiera con las actividades que había emprendido durante la guerra. Temía por su vida sin entender que la vida de su sobrina había terminado mucho antes de la contienda, cinco años antes para ser más exactos. Cinco años de caminar sin que su corazón la acompañara por mucho que latiera, cinco años respirando sólo para que su cuerpo no sucumbiera. Su alma era otra cosa.

Volver ahora suponía otra clase de lucha. Volver era aceptar, por fin, lo que había perdido y dejar de fantasear con que la echaban de menos. Enfrentarse a las consecuencias de la herida que había abierto cuando se marchó. Camino nunca intentó dar con ella y eso decía mucho sobre lo que se había ganado a pulso. Posiblemente, su indiferencia. Puede que hasta su odio. Así que fantasear con que la echaba de menos era, mínimo, una insensatez. Sería su propio deseo de verla, su intensidad al pensarla, las emociones que espoleaban a su imaginación. Eso y que fue lo único a lo que pudo aferrarse en sus peores momentos. Lo único que, incluso para castigarla, volvía a ella de entre sus memorias. La niña que floreció mujer en sus brazos, bebiendo de su boca, respirando desde los poros de su piel. Era un recuerdo inmenso en el que guarecerse del mundo.

El carruaje la llevó por las calles antes conocidas que habían cambiado con el paso de los años, pero no tanto como para no reconocer ciertos paisajes. La casa que la recibiría la aguardaba en la siguiente esquina y Maite tomó aire para enfrentar lo que le esperaba. Su tío la recibió con los brazos abiertos y la expresión de alivio propia del hombre.

-Hija querida...-susurró con tono paternal -que alegría que estés aquí.

Doña Susana, con quién no había vuelto a tener contacto desde el incidente anterior, le estrechó las manos con fuerza – Mi querida muchacha – le sorprendió su expresión cariñosa – no sabes lo mucho que hemos rezado por tu llegada a salvo – enunció – desde que supe por tu tío que irías allí no he parado de pedir misas por tu bienaventuranza.

Magnifico, pensó Maite, ahora todo el barrio sabe lo que he vivido. Incluso ella.

-Le agradezco su consideración, tía – respondió la morena.

-Somos familia, ¿cómo no preocuparme?

Sus palabras parecían anunciar obviedades, pero un destello de ira sobrevoló la mirada de Maite, aunque la reprimió a tiempo de comenzar con una reyerta. Somos familia dijo la misma mujer que no tuvo ningún tipo de preocupación cuando la enviaron a la cárcel injustamente. Ni cuando tuvo que marcharse.

-No hacia falta de todas maneras – respondió con acritud.

-Hija – su tío la instó a sentarse – cuéntame, ¿has sido removida de tus actividades indeterminadamente?

-Sabe que he decidido que ya tenía suficiente de aquello y parar me pareció lo más sano – la pintora se observó las manos – fui voluntariamente y volví de la misma forma – confesó – además, la contienda está prácticamente terminada.

-Eso comentan – Armando hizo una mueca de reflexión – aún así me parece que has padecido mucho…

-¿Podemos hablar de ello en otro momento? – Maite demostró su disgusto con una mueca comedida – acabo de llegar y quisiera un poco de tranquilidad.

-Por supuesto – su tío se puso de pie de inmediato – hicimos que el personal preparara tu habitación esta mañana.

Lo último que quería Maite era encerrarse en aquella casa tan pronto y, aunque andar por las calles de ese barrio era una temeridad teniendo en cuenta su pasado, prefería el riesgo a que Susana le contara a todo Dios que estaba deprimida. No lo estaba o sí, pero no era asunto de nadie.
-Me apetecería un poco de sol – suavizó su expresión por una más tranquila - ¿hay algún sitio tranquilo por aquí cerca?
-La plazoleta que estaba girando por la calle, al sur, sigue siendo un lugar muy cálido – le comento su tío- allí solo suelen ir los niños del barrio, si puedes tolerar sus barahúndas y juegos es un buen sitio.

-Me valdrá muy bien – sonrió la morena.

-Te he comprado esto – su tío le puso en las manos una libreta de dibujo y algunos carboncillos – la anterior ha quedado plagada de bosquejos duros y tormentosos – agregó con una mueca – ¿Por qué no empezar de nuevo?
Maite observó aquella libreta impoluta y desde luego no se parecía a su maltrecha compañera de batallas. Agradeció el gesto con una sonrisa y una frase.

-Me parece bien.

La colocó en su bolsa de mano y caminó decididamente a la calle buscando soledad y sol. Recorrió los pasos que la separaban de su destino agradeciendo no cruzarse con nadie. No estaba preparada para tener que dar explicaciones ni oír comentarios, ni que fueran por interés genuino en su persona. Todo el barrio sabía lo que había estado haciendo, porque si su tía lo había anunciado en la iglesia se habría desperdigado como plumas al viento.

Ahora su cuestionamiento pasaba por otro lado. ¿Lo sabría Camino? ¿Se habría preocupado por ella? ¿Era la preocupación una emoción compatible con el desdén? Era mejor no planteárselo. Temía tanto a la respuesta como a la dirección que pudiera haber tomado la vida de su pequeña en todos estos años. Seguramente había sufrido por su causa y eso no iba a perdonárselo nunca. No podía perdonarse el hecho de haber cedido a las maquinaciones de Felicia. Solo esperaba que el tal Ildefonso hubiera sido un buen marido, alguien amable y generoso.
Su tío tenía razón. La plaza rebozaba de sol y de barullo de niños. Un puñado jugaba a algo que ella no comprendía, pero que los emocionaba de sobremanera. Calculó el tiempo transcurrido y estuvo segura que alguno de los mayores tenía que ser Moncho, el hijo de Lolita y Antonito. Maite apostó por el que parecía liderar el juego, tenía carácter muy del porte de su madre.

Además de unos cuantos niños, había dos pequeñas que llamaron su atención, no solo por ser las únicas dos niñas sino porque eran dos preciosuras. La mayor tendría la edad de Moncho, la otra era más pequeña. Mínimo todos le sacaban una cabeza, aunque podría no ser por edad precisamente. De todas maneras, se divertía con sus compañeros de juego. Con esa corta edad, todo es inocencia e ignorancia. Los niños guardan esa peculiar manera de ver el mundo porque no conocen, en su mayoría, las injusticias innatas en las que viven o, simplemente, las naturalizan. No todos, pero una buena parte pasan sus primeros años en un mundo que dista de lo que la realidad puede ser. A Maite le hubiera gustado retratar ese momento, pero no sentía las fuerzas necesarias para volver a dibujar. Sólo se quedó observando a aquellos pequeños que jugaban sin cesar.

Eso hasta que, tras un tropiezo y un empujón un poco más intenso de lo normal, la niña más pequeñaja se dio casi de bruces contra el suelo. Y, por supuesto, inmediato rompió a llorar.

-¡Elisa! – la niña más mayor se acercó a ver a la otra - ¡Moncho! ¡Eres un bruto! – se quejó con el niño que comandaba el juego, confirmando las sospechas de la morena.

El niño refunfuñó que no era su culpa, pero, quizás por interés, quizás por temor a la represalia, se inclinó y ambos soplaron la rodilla de la niña, quién lloraba ávidamente. Y Maite, que tantas heridas había curado ya, no puedo evitar intervenir.

-A ver, ¿qué ha pasado aquí? – preguntó y todos los niños hicieron silencio esperando que se enfadara, pero ella no tenía esa intención. Se inclinó a ver la rodilla de la pequeña y vio una herida por roce que podría limpiar con agua de la fuente. Y unos ojos avellana que le resultaron muy bonitos y conocidos - ¿Es tu hermana? – le preguntó a la otra niña.

-Es mi prima – contestó la niña.

-Vale, y se llama Elisa, ¿verdad? – todas las cabecitas asintieron, incluida la de la lesionada – es un nombre precioso – Maite le sonrió y vio aun la mueca del dolor en el rostro de su improvisada paciente- ¿Me dejarás curarte, Elisa?
La niña asintió y Maite la tomó en brazos llevándola hasta el banco donde ella se había sentado, seguidas de cerca por la prima de la convaleciente, mientras el resto de niños volvía al juego. Maite rebuscó en sus bolsillos y sacó un pañuelo.
-¿Podrías mojarlo para mí en la fuente? – le pidió a la niña y ésta partió de inmediato a hacer lo pedido, mientras Maite soplaba la pequeña herida para darle un poco de alivio al llanto de su paciente. Ya con el pañuelo empapado, comenzó a pasarlo dulcemente por la zona limpiando la suciedad de la herida y cuidando de no hacerle más daño. Tomó su bolsa y giró los ojos al ver que continuaba llevando material para vendajes. Era una especie de manía que se le había quedado de los últimos años.

-Bueno, para algo van a servir hoy – tomó un apósito de tela y cubrió la herida con un cicatrizante antes de taparla. La niña se quejó por el escozor de inmediato – sé que duele, pero esta noche cuando te quites la venda estará más sano y no sangrara.

-¿Es usted galeno? – preguntó la prima de Elisa.

-No, sólo he curado muchas heridas – respondió Maite con una sonrisa que fue suficiente para la niña, quién no tardó en correr hacia el grupo de niños, quizás porque a su parecer no había mayor peligro con esa mujer.

-¿Aún te duele? – preguntó Maite a la pequeña sentándose a su lado.

-Un poquito…

Tenía una voz suave y dulce, ligeramente tímida.

-Pronto no te dolerá más, te lo prometo -le aseguró la mujer y se sentó a su lado – tienes que tener cuidado cuando juegues con los demás chiquillos, ¿vale? – y al volver a notar su diferencia de estatura con los demás, le preguntó - ¿Cuántos años tienes, pequeña?

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